lunes, 13 de abril de 2020

Solaz




                                                                                                                                                                                                   Foto Tanci



Nada más levantarse de la cama, somnolienta aún y algo atolondrada después de la exhausta jornada, abrió la ventana que daba al patio interior de la casa. Inspiró lenta y profundamente, al tiempo que cerraba los ojos como para llenar más, si cabe, sus pulmones de oxígeno. El aire le llegó mucho más fresco que de costumbre. Le gustó esa sensación antigua y húmeda. Una lluvia que después de tanto tiempo no caía en esa temporada de invierno. Lluvia  que recibía como maná caído del cielo. Lluvia que mojaba, que limpiaba, que llenaba el aire de pequeños boliches transparentes jugando al escondite en medio de la nada. Al estamparse apenas contra el suelo, en un aterrizaje forzoso, se batían en una lucha cuerpo a cuerpo fundiéndose en un abrazo común que se convertía en chorro, en escorrentía, en olleros, en riachuelo, en charco, en chapoteo… Encauzó de nuevo su mente al patio, ese que tenía forma de palangana alargada y cargada de verdor por todos sus laterales. Volvió a inspirar, esta vez más profundamente y, de repente, se sintió atrapada por aquel rectángulo lleno de helechos colgantes, esparragueras, cintas, potos, anturios o begonias, entre las más exuberantes. Algún cactus salteado, como la espina del Señor, que en su día le regalara su madre, tan delicado pese a sus espinas, con sus pequeñas flores de color rojo, salpicado y protegido por un enrame de picos sobresalientes a lo largo de cada tallo. La pequeña colección de plantas crasas que tenía, estaban bien colocadas sobre una mesita de madera de teca aparentemente diseñada al efecto. Dirigió la mirada a las dos jardineras plásticas, alargadas y chatas, de color rojizo, plantadas de rabanitos, hierbabuena, menta y dos pimenteros que estaban espigados ya en su crecimiento.     
 -Suerte la mía -pensó una vez más-.  No puedo vivir sin el verde: me revitaliza.
Es el mismo verde que ha supuesto  esperanza y  limpieza y vida en hospitales, clínicas y centros de atención. Volvió a cerrar por unos segundos sus  ojos para depositarlos de nuevo en las otras tres ventanas que acompañaban al patio rectangular. Nunca antes había reparado, de manera tan extraordinaria, en ese espacio de esparcimiento medio techado, medio abierto hacia el firmamento donde, cobijada bajo la techumbre de madera y teja, en las noches diáfanas, podía ver colgadas y flotando las pequeñas lucecitas de colores tintineantes. ¿Y durante el día? Durante el día,  cuando estaba clarito, aparecía un rayito de  sol esplendoroso apuntando directamente a la esquina donde permanecía quieta y colgada de un gancho de acero, como si fuera un enjambre, la planta de la cera, situada sobre el pequeño poyo de mampostería y bajo el cual se guardaban las bombonas.  ¡Qué bien están las bombonas protegidas en su casita!, pensó. En la parte superior de este poyo, además de la planta de la cera, estaba otra, la enredadera verde de hojas triples, alargadas y finas. En medio de ambas y en un frasco de cristal, tres pequeñas herramientas (palita, rastrillo y tridente) para remover la tierra de las plantas y organizar su trasplante.  Complacida sonrió. Se volvió a llenar de aire y pensó: es un pulmón más, un pulmón exterior e hijuelo de otros tantos pulmones de distintos tamaños que abundan y que están salpicados por todo el planeta. Y además este pulmón al que ahora me alongo comunica directamente con mis dos pulmones y, ahora más que nunca, se nos hace necesario mantenerlos limpios y ávidos de aire puro sin contaminar, de oxígeno.
Tal vez hoy, más que nunca, pese a que siempre ha sido consciente del gran beneficio que desprenden  plantas, árboles, praderas, todos habitantes de su propio reino, tal vez hoy ella agradece el inmenso vergel que la ha acompañado durante tantos años.
El oxígeno, el aire puro y no contaminado junto con esos escasos metros de solaz, estaba siendo un lujo impagable a su entender. Mientras, se queda pensando y se le plantea la duda de si el virus viaja cabalgando sobre el viento y la lluvia, pertrechado con toda su artillería pesada.
Guarecida en su pequeño refugio, después de tantas jornadas de esfuerzo por salvar vidas, pensó que ese pequeño habitáculo era capaz de alentarla. Por eso y por unos instantes se sintió segura sabiendo que estaba haciendo lo debido en su tiempo libre: cuidándose, que era como si siguiera cuidando al resto de la humanidad.
Continuó allí, pegada al alféizar de la ventana y una nueva reflexión anidó en su pensamiento: tal vez nunca debimos descuidar nuestro ecosistema.
 Las manos de la lluvia, que seguía cayendo,  y de  las plantas, que durante largo tiempo había cuidado con tanto mimo y dedicación, la hacían sentirse reconfortada, pese a que dentro de dos días volvería otra vez a vestirse de verde, ese color que siempre le gustó.


1 comentario:

Teresa dijo...

Muy lindo Tanci, me ha encantado. Besos.