jueves, 28 de septiembre de 2023

Desastres

 ‒Usted tiene tres grandes desastres ‒le dijo sin inmutarse  con una voz cercana, pausada y con absoluta sinceridad. 

Ella quedó aliviada, en cierto modo, ante tan contundente afirmación, porque en realidad siempre lo había pensado para sus adentros, aunque nunca utilizó esos posibles desastres para justificar un lamento o detenerse en su camino. Siempre pensó en ellos como características distintivas de su personalidad.

-Tres desastres- le repitió el doctor. A saber: ojo vago, miopía y ahora una enfermedad ocular que nubla la visión central, porque la mácula está dañada.




sábado, 16 de septiembre de 2023

Papas




En la casa vieja de mi abuela siempre hubo papas. Tal es así que había un cuarto especial y único para encerrarlas porque las papas necesitaban, una vez sacadas del terreno, un lugar fresco, no húmedo y  sobre todo oscuro. Si ese cuarto tenía suelo de tierra apisonada, mejor que mejor. Era la temperatura idónea para que las papas se mantuvieran frescas y además alargaban su vida.

En el terreno, y el mismo día en que se cogían las papas, se iban seleccionando por tamaños. Las grandes con las grandes, las medianas con las medianas y las menudas con las menudas. Todas ellas se recogían en cestos de asa y que cada persona empleaba para recogerlas pasito a pasito detrás de los hombres que eran los encargados  en desenterrarlas, cavándolas con sus azadas surco tras surco. Cada vez que las mujeres llenaban sus cestos, los depositaban en sacos de arpillera que llevaban aproximadamente unos 25 kilos cada uno. Luego eran las bestias las encargadas de acarrearlas desde las tierras de labranza hasta aquel cuarto oscuro de las papas en el que se depositaban en grandes montones. Cada montón y dependiendo de la clase de papas, se separaban mediante una tablas  y cuya función no era otra que la de no permitir que las distintas variedades de papas se mezclaran entre ellas, ni tampoco los distintos tamaños.

A los niños, y durante la recogida de la cosecha en las huertas, nos tocaba recolectar las papas menudas junto con las picadas por la azada y las que salían bichadas. Éstas iban juntas y tanto unas como otras servirían de alimento para cabras y cochinos. Y estoy completamente segura que era uno de los mejores manjares que habían podido saborear. Las cabras jugaban con aquellas pequeñas papitas hasta lograr alcanzarlas con su hocico peludo y más concretamente con su labio superior móvil desde su comedero, donde mi abuela se encargaba de depositarlas. Una vez apañadas en su boca elevaban la cabeza y me miraban con sus ojos de centellas de refilón como dándose  importancia, sin dejar de mascar y rumiar meneando la cabeza de un lado para otro, y de vez en cuando sacudiendo sus orejas como para dar el visto bueno. Con los cochinos era similar el acto de degustarlas, aunque a mi parecer no podían pillar varias papas de un bocado, al tiempo que se oían sus gruñidos  de alegría y gusto… oink, oink.  Pese a que sus orejas tapaban casi al completo sus diminutos y achinados ojos, los cochinos se hacían notar mirando al cielo, cosa rara en ellos, meneando su robusta cabeza de arriba abajo. A nosotros no nos gustaba recoger aquella menudencia de papas porque lo que queríamos era llenar nuestros cestos lo antes posible y sabíamos que reuniendo las menudas junto con las otras de deshechos, tardaríamos demasiado tiempo, mientras que los adultos llenaban y volvían a llenar cestos y más cestos que a su vez completarían sacos y más sacos en un periquete. Yo prefería otras tareas distintas que requerían mayor movimiento, y disimuladamente dejaba mi cesto semivacío cerca del de mi hermana y me acercaba a mi abuela pidiéndole llevar agua o vino a los trabajadores que ese día estaban ayudando en la cosecha. Mi abuela me hacía el gusto por lo que, bajo su indicación, a las mujeres les ofrecía agua  que ella sacaba de una garrafa que estaba oculta en la sombra para preservar su frescor. A los hombres les ofrecía vino que llevaba en una botella de cristal transparente junto con un vaso. ¡Qué bien recibían el agua y el vino con la consiguiente parada para hacer un descanso! Yo me sentía útil y al mismo tiempo notaba una mayor creatividad repartiendo agua y vino a todas las personas allí reunidas, al tiempo que recibía de buen agrado el agradecimiento de cada uno de ellos con las consiguientes palabras cariñosas. 

Aquellos regueros de papas en todo el terreno, mientras se iban sacando del interior de la tierra, eran un auténtico regalo.  Todos los que participaban de este trabajo se entusiasmaban  todavía más observando con sus propios ojos la abundancia de la cosecha, cavando y recogiéndolas con más ahínco y entusiasmo.  Ya fueran rosadas, meloneras, autodates, pelucas, azucenas, chineguas, bonitas, blancas, caraqueñas, las llamadas de yema de huevo o las negras, todas relucían brillantes y lustrosas sobre los surcos recién removidos para hacerlas florecer sobre la tierra.

Siempre había papas de sobra en el cuarto de las papas y cuando venía alguien de visita  a la casa de mi abuela, además de brindarle con el consabido vasito de vino, y sabiendo ella que esa persona no tenía cosecha alguna, la despedía con alguna embozada de papas y nunca la dejaba salir con las manos vacías… a veces también eran peras, ciruelas, almendras, membrillos o manzanas.

Todavía, con un poco de imaginación al abrir ese cuarto, se puede percibir el mismo aroma a tierra fresca, a tubérculo y a bonanza. Aún existe la misma llave que cierra el mismo candado que tranca la puerta del cuarto de las papas con su rudimentario llavero rotulado: PAPAS.   

sábado, 2 de septiembre de 2023

Mininos


                                                  Diseño Tanci



Son sólo tres

me miran y los miro

y me acompañan.

Parecen de papel,

pero no, tienen vida.