domingo, 30 de abril de 2023

El carro o como aprender a manejar

 



Siempre me habían gustado los coches. Me encantaban los distintos modelos, los colores, su capacidad interior, su tapizado… aunque quizás, y pensándolo bien, lo más que me gustaba era aquella sensación de captar, ambientes distintos, paisajes, tonalidades etc. a través de la conducción, sin ataduras de horarios y paradas obligatorias  de guaguas. Éstas se hacían monótonas y pesadas durante todo el trayecto que duraba el viaje. Era una sensación de libertad de movimiento propiciada por el manejo y control de una máquina veloz.

De pequeña había probado una incipiente rapidez sobre un medio de desplazamiento rudimentario de cuatro ruedas. El soporte lo componían cuatro tablas juntas clavadas a dos listones algo más estrechos. Un listón iba clavado en la parte trasera de las cuatro tablas por debajo y a modo de fijación de éstas, mientras el otro listón iba en la parte delantera de tal manera que se lograba una superficie rectangular firme. Unido a ese rectángulo estaba el eje delantero que era movible de un lado a otro y que iba unido a un tornillo giratorio.

Dónde nos habíamos encontrado las tablas, mi hermano y yo, para la construcción de  la máquina de velocidad sigue siendo un vago recuerdo, porque él se agenciaba de restos de tablas de embalajes que ponían por fuera de las tiendas y  en alguna carpintería del barrio. Pero lo más complicado era conseguir los rodillos de rodamientos. Eran ruedas de acero pulido que llevaban,  en su interior,  encajadas de forma concéntrica otras pequeñas ruedecitas separadas por unas pequeñas bolas de acero que las hacían deslizarse y rodar fácilmente. Todo un lujo de ruedas para la época, pues no solamente eran difíciles de conseguir sino que, además, eran demasiado caras para nuestros escasos ahorros. Seguramente alguien se compadeció de los esfuerzos denodados de aquellos niños y las puso en  nuestras manos.

El asunto era que con semejante artilugio nosotros pretendíamos coger altas velocidades y ¡vaya si lo conseguíamos!

El motor del carruaje era accionado por el que empujaba,  y lo hacía apoyando las manos en la espalda del que iba sentado que era el conductor. El conductor era el que llevaba el mando de la nave: guiaba su marcha con dos sogas, una a cada mano, que iban atadas a los dos lados del eje delantero. Cuanto más fuerte se empujara mejor,  pues suponía coger la máxima velocidad. A veces éramos ruinitos el uno con el otro, porque cuando llevábamos una alta velocidad, de repente, realizábamos una curva cerrada intencionadamente para que la persona que, empujando, hacía de motor, se cayera de lado y fuera a dar de bruces contra el suelo. Contábamos las vueltas que hacíamos y cuando veíamos que ya eran equitativas, nos cambiábamos los papeles. Y otra vez iniciábamos nuestro particular viaje. Las reglas estaban claras para ambos, menos hacer girar el carricoche repentinamente que eso era a gusto y ruindad del conductor, cuando lo estimara conveniente.

Lo mejor era el derrape que aumentábamos con sonidos vocales y guturales a modo de frenazo en seco o bien como arranque inicial con el acelerador a fondo.

Cuando nos arriesgábamos y nos lanzábamos por alguna pendiente, tampoco teníamos mucho problema pues teníamos bien acondicionados los frenos que eran dos suelas de lonas desgastadas que habíamos colocado con clavos en ambas partes del eje delantero de nuestro flamante carro. Al más mínimo aviso de un deslizamiento a alta velocidad, apretábamos con nuestro calzado sobre aquellas dos superficies  de goma de camión contra el suelo y necesariamente la marcha iba aminorando. Hacíamos el cálculo de empezar a frenar mucho antes de llegar al final de la calzada, de tal manera que no chocáramos contra algún muro o casa que estuviera en nuestra trayectoria.

Con mi pantalón de peto, el pelo ensortijado al aire, las manos sucias, la cara sorroballada de haber comido ciruelas y no sé cuantos frutos más, yo era la niña más libre y feliz de aquel minúsculo universo. ¡Casi nada!

En aquellos tiempos de férrea opresión para las mujeres, era una mujer libre y feliz, que manejaba, sabía de mecánica, también de chapa y pintura y ¡hasta sabía cambiar una rueda! Nada podía detenerme pues. Los porqués que cuestionaban mis ansias de libertad, los cambiaba inmediatamente por “¿y por qué no?” Y así ha sido desde entonces.

domingo, 23 de abril de 2023

Contraste

                                                                                  Foto Tanci





 El universo

que rodea a la flor

inunda mi alma.

miércoles, 12 de abril de 2023

Hinojos

.                                                     Foto Tanci



En un rincón 
brota este bosquecillo 
lleno de hinojos.