Foto Tanci
-Don Vicente, ¿hacemos hoy el aguapata? Ya está el
orujo bien esparcido en la tina como usted me dijo…
Todavía me parece estar oyendo aquella palabra que por su
pronunciación se asemejaba más a las alpargatas usadas por los hombres de la
época, hechas con tela de muselina de color perla, anudadas en la parte
superior con un pequeño cordón y
rematadas con suela de goma de camión; aunque también eran conocidas con el nombre de
lonas.
Don Vicente que era un buen agricultor, de pequeña estatura y
semblante noble, sereno y de caminar lento, se acercó hasta el lagar familiar a
dar cuenta del aviso de Pedro, mano
derecha de D. Vicente y entendido en las faenas agrícolas y ganaderas de la
casa granja familiar.
Y entre Pedro y otros allegados que ayudaban a encauzar la
vendimia, añadieron unos cuantos barriletes de agua para que se mezclara con
los orujos allí esparcidos. Volvieron a escachar y a pisar esta mezcla hasta
que el nuevo líquido se iba enturbiando, pasando a un color ocre, brillante
pero sin clarificar.
Las manos de los hombres afianzadas en la gran viga de pino,
los pantalones arremangados hasta las rodillas, las piernas danzarinas y pegajosas, los pies llenos de bagazos de uva pegadas lograban, junto con la gran algarabía espontánea y
destapada de los allí concentrados, que el esfuerzo diera el resultado propicio para conseguir lo
que llegaría a ser el aguapata o aguapié.
Y mi pensamiento no paraba de dar vueltas: ¿Cómo se iban a
beber ese líquido donde tantos pies patiñaban y pisaban hasta casi dejar molidos los bagazos,
pepitas y orujos?
Pero esa noche, la mezcla de agua con los últimos restos de
la vendimia dormiría toda la velada en el lagar. Quedaría en curtimiento hasta
el siguiente día en que se volvería a hacer el pie, bien apretado y cercado por
la gruesa soga. Se volverían a poner sobre esa torta las maderas, los mallares,
los cerditos y algún trozo de cuña de madera necesaria que aplanaban y
equilibraban el pie hasta que llegara a
la viga. Y de nuevo, bajada de la viga a través de su husillo que penetraba
hasta lo alto de la concha y que, con el peso de la piedra elevada y sin apoyo
en el suelo, hacía de contrapeso para extraer hasta la última gota de aquel
sobrante de vendimia.
De todo este proceso no se sacaba mucho, más bien era poca
cantidad de líquido, por eso se ponía en envases de vidrio o garrafones de 16
litros. O se dejaba en los barriletes pequeños hasta que hervía de igual manera
que lo hace el mosto para obtener el vino. El hervor no duraba mucho tiempo
pues lo que se lograba era un vino de baja calidad, ya que era una mezcla con
agua. Así, desde que estaba clarito se podía beber y se procuraba gastar
rapidito, porque el aguapié, aunque adquiriera un bonito color dorado, no
aguantaba encerrado tanto tiempo como el vino y se echaba a perder muy rápido.
Esa bebida era de la que se echaba mano para consumir hasta
el día de San Andrés, día en que se estrenaba el vino nuevo en todas las
bodegas de la zona.
Todavía los oigo parloteando por fuera de la bodega, uno
frente al otro de pie. Cada uno con un pequeño vaso de vidrio de color medio verdoso y transparente, de culo
grueso entre sus manos rudas y trazadas
por el duro trabajo del campo, paladeando este brebaje. Arripiando un poco los labios, engrosando los cachetes, agrandando sus
pupilas y mirándose recíprocamente con gesto cómplice de buen entendimiento y
mejor estar.
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No
está mal, Don Vicente, no está mal -decía Pedro apurando los restos del líquido
que quedaba en el vaso… A lo que Don
Vicente contestaba: -Hombre, yo ácido, lo que es ácido… no lo hallo… se puede
beber…
Y D. Vicente dirigiéndose a la abuela que andaba trasteando
por los alrededores le dijo: - ¿Por qué no traes unos chochos de esos que están en remojo en el lebrillo que
tienes sobre el poyo de la cocina?
Yo observaba. Y observaba tanto, que hasta me dieron a
probar, apenas despuntar en los labios, de aquel líquido que encontré dulce
pero extraño a la vez y que ellos
repetían que se colaba como si fuera un jugo. Por eso había que ser comedido y
no pasarse en beber demasiado de una sola vez… pese a que era un vino de poca
fuerza, de ínfima calidad y con poca substancia.
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