martes, 24 de diciembre de 2019

Reflexiones



(Detalle de bordado de casulla. Monasterio de S. José de Carmelitas Descalzas. Segunda Fundación de Sta. Teresa de Jesús. 1575.Medina del Campo)




Un amigo me hacía reflexionar, no hace muchos días, sobre la relación que podía existir entre lo que hago, y que sea yo precisamente quien lo haga. Y la relación que podía haber entre los que me hablan y mi atenta escucha hacia ellos, y también al contrario. Entre lo que es indispensable afrontar en la vida y que sea yo justamente quien lo encauce. Y concluía que deberíamos estar contentos porque esa relación nos sopla al oído, con aire manso, que nuestras vidas no son ninguna casualidad y que solo por ello deberíamos alegrarnos, ser felices... Pese a que nos falte quienes nos cuidaron, nos quisieron y nos ayudaron a crecer. Pero dentro de esa nostalgia por sus ausencias cabe, precisamente, su legado de amor, enseñanza y buena construcción. Y con ese legado nos identificamos. Y es ese entrañable recuerdo el que nos empuja y nos estimula a no perder la ilusión de seguir trabajando, con nuestro motor personal, por un mundo mejor, más solidario y, si se puede, más armonioso y justo. Me hacía pensar en que la prosperidad del ser humano no la medimos en su avance tecnológico y económico. Esto no nos hace portadores de una mayor humanidad y generosidad. Yo añado que lo urgente, quizás, sea conseguir un mayor equilibrio, una mayor ética y mayor justicia . Pero para eso hemos de mirar el interior de la balanza y no tanto el peso de los platillos.



viernes, 6 de diciembre de 2019

Suelo


                                                                                                                 Foto Tanci


                                                                                                               Foto Tanci





Todo es suelo, 
todo es polvo,
todo es aire,
todo es tierra.
Suelo es árbol, suelo es hierba.
El árbol es suelo que conquista el cielo.
El suelo sin aire no es de nadie.
Tierra, aire, cielo, mar y suelo.
Lluvia de aire, lluvia de cielo, 
En el fondo del mar hay otro suelo...
Todo es tierra
todo es aire
todo es cielo
todo es suelo...





                                                                                                         Foto Tanci

sábado, 30 de noviembre de 2019

Aguapata


                                                                                                                                          Foto Tanci



-Don Vicente, ¿hacemos hoy el aguapata? Ya está el orujo bien esparcido en la tina como usted me dijo…
Todavía me parece estar oyendo aquella palabra que por su pronunciación se asemejaba más a las alpargatas usadas por los hombres de la época, hechas con tela de muselina de color perla, anudadas en la parte superior con un  pequeño cordón y rematadas con suela de goma de camión;  aunque también eran conocidas con el nombre de  lonas.
Don Vicente que era un buen agricultor, de pequeña estatura y semblante noble, sereno y de caminar lento, se acercó hasta el lagar familiar a dar  cuenta del aviso de Pedro, mano derecha de D. Vicente y entendido en las faenas agrícolas y ganaderas de la casa granja familiar.
Y entre Pedro y otros allegados que ayudaban a encauzar la vendimia, añadieron unos cuantos barriletes de agua para que se mezclara con los orujos allí esparcidos. Volvieron a escachar y a pisar esta mezcla hasta que el nuevo líquido se iba enturbiando, pasando a un color ocre, brillante pero sin clarificar.
Las manos de los hombres afianzadas en la gran viga de pino, los pantalones arremangados hasta las rodillas, las piernas  danzarinas y pegajosas, los pies llenos de bagazos de uva pegadas lograban,  junto con la gran algarabía espontánea y destapada de los allí concentrados, que el esfuerzo  diera el resultado propicio para conseguir lo que llegaría a ser el aguapata o aguapié.
Y mi pensamiento no paraba de dar vueltas: ¿Cómo se iban a beber ese líquido donde tantos pies patiñaban  y pisaban hasta casi dejar molidos los bagazos, pepitas y orujos?
Pero esa noche, la mezcla de agua con los últimos restos de la vendimia dormiría toda la velada en el lagar. Quedaría en curtimiento hasta el siguiente día en que se volvería a hacer el pie, bien apretado y cercado por la gruesa soga. Se volverían a poner sobre esa torta las maderas, los mallares, los cerditos y algún trozo de cuña de madera necesaria que aplanaban y equilibraban el pie hasta  que llegara a la viga. Y de nuevo, bajada de la viga a través de su husillo que penetraba hasta lo alto de la concha y que, con el peso de la piedra elevada y sin apoyo en el suelo, hacía de contrapeso para extraer hasta la última gota de aquel sobrante de vendimia.
De todo este proceso no se sacaba mucho, más bien era poca cantidad de líquido, por eso se ponía en envases de vidrio o garrafones de 16 litros. O se dejaba en los barriletes pequeños hasta que hervía de igual manera que lo hace el mosto para obtener el vino. El hervor no duraba mucho tiempo pues lo que se lograba era un vino de baja calidad, ya que era una mezcla con agua. Así, desde que estaba clarito se podía beber y se procuraba gastar rapidito, porque el aguapié, aunque adquiriera un bonito color dorado, no aguantaba encerrado tanto tiempo como el vino y se echaba a perder muy rápido.
Esa bebida era de la que se echaba mano para consumir hasta el día de San Andrés, día en que se estrenaba el vino nuevo en todas las bodegas de la zona.
Todavía los oigo parloteando por fuera de la bodega, uno frente al otro de pie. Cada uno con un pequeño vaso de vidrio  de color medio verdoso y transparente, de culo grueso entre sus  manos rudas y trazadas por el duro trabajo del campo, paladeando este brebaje. Arripiando un poco los labios, engrosando los cachetes, agrandando sus pupilas y mirándose recíprocamente con gesto cómplice de buen entendimiento y mejor estar.
-        No está mal, Don Vicente, no está mal -decía Pedro apurando los restos del líquido que quedaba en el vaso…  A lo que Don Vicente contestaba: -Hombre, yo ácido, lo que es ácido… no lo hallo… se puede beber…
Y D. Vicente dirigiéndose a la abuela que andaba trasteando por los alrededores le dijo: - ¿Por qué no traes unos chochos  de esos que están en remojo en el lebrillo que tienes sobre el poyo de la cocina?
Yo observaba. Y observaba tanto, que hasta me dieron a probar, apenas despuntar en los labios, de aquel líquido que encontré dulce pero extraño a la vez y  que ellos repetían que se colaba como si fuera un jugo. Por eso había que ser comedido y no pasarse en beber demasiado de una sola vez… pese a que era un vino de poca fuerza, de ínfima calidad y con poca substancia.



-      


                                                                                    Foto Tanci

miércoles, 20 de noviembre de 2019

Dia de la infancia (OBSEQUIO)



                                                                                                            Diseño Tanci



OBSEQUIO

(A Cecilia Domínguez)

Anoche bajé al mar
para traerte:
sartales de jureles,
canastos de morenas:
un erizo temible
verdinegro
y un cangrejo ermitaño
intransigente.
Y la proa naufragada
de un velero,
una brújula oxidada
y hasta un ánfora de griego.
Un puñado de arena vulnerable,
una estela
de adioses trasegada
y la huella de una cola de sirena.
El sonoro principio
de las olas,
un silencio tañido
en el ocaso
y un espacio sesgado
de pardelas.
¡No sabrás qué hacer
con tantas cosas!
Hazte un mar
y hazte a la mar.
Yo te saludaré desde las costas
complacida,
sonriendo...

Del poemario "Desde mi origen"

(Candelaria Pérez Galván)

domingo, 17 de noviembre de 2019

Todos los Santos y Santos difuntos



                                                                                                                                                                     Foto Tanci



            

Dime, dime cómo eran los finados cuando eras una niña. ¿Se parecían a los de hoy?

¡Ay, Señor!, lo que yo recuerdo es que de mañanita muy temprano, a mediodía o sobre las cuatro de la tarde se oían tocar las campanas  del pueblo vecino que sabes que está ahí mismo, al ladito del nuestro. Y doblaban desde el día de Todos los Santos hasta el día dos que ya sabes que es el día de los Difuntos.
Yo me habilitaba para ir de madrugada a misa, era la costumbre. Pero a mí me daba mucho miedo acudir a esa misa porque ponían delante del altar y muy cerquita a él una mesa cubierta con telas negras y al lado había una caja como de difuntos, negra también y por si fuera poco encima le ponían una calavera. De dónde la sacaban, yo no lo sé, pero a mí me entraba un miedo de abajo para arriba y de arriba para abajo. ¡Era terrorífico! Y el ambiente que se respiraba dentro de la iglesia también lo era, porque estaba todo oscuro en el interior. Luego echaban unos responsos en voz alta y que todavía me parecía a mi más  tenebroso. Todo oscuro porque no había todavía luz eléctrica ni dentro de la iglesia, ni en las calles, ni en las esquinas, ni dentro de las casas… Las campanas doblaban de poco en poco, como cada dos minutos o así. Yo lo recuerdo como un toque lento pero sobrecogedor. Y eso indicaba que había muerte y que había que recogerse. No debíamos de  estar mucho por fuera de las casas. Se comentaba que esa noche no se debía de salir porque las ánimas andaban sueltas. Y yo siempre pensaba que las ánimas venían a cobrarse algo y que no eran ánimas buenas. O al menos nunca me dijeron que podía haber ánimas buenas. ¡Imagínate¡ Todo eso sin luz eléctrica y alumbrándonos a la luz de una vela o un quinqué de petróleo. Yo no iba sola a misa. Iba siempre con la abuela que era muy animosa y tenía mucha confianza  y fe en sí misma. También tenía fe de la otra. De la de pedir por los que se fueron, por los que nos dejaron, por los que nos ayudaron, por los que vivieron a nuestro lado y por todas las ánimas benditas. Pero yo siempre pensaba en quienes eran esas ánimas benditas… Más bien lo que venía a  mi imaginación eran todas esas ánimas que estarían sueltas por ahí haciendo de las suyas y tocando de puerta en puerta…como si vinieran a saldar alguna cuenta o a pelearnos por algo que habíamos hecho mal...
Recuerdo que antes de irnos juntas a misa, la abuela encendía unas lucecitas de aceite que fabricaba ella misma. Cogía un poquito de guata enrolladito como si fuera un cordel, esa era la mecha. Partía una papa y hacía una rodaja con un agujerito en medio. Después ponía agua en un platito y, sobre esa agua, ponía el aceite. Siempre me gustaba ver que nunca se mezclaba el agua con el aceite.  A mí me parecía imposible eso de que quedara flotando. Y por consiguiente, las rodajas de papas flotaban también. Una vez que la guata se empapaba se prendía fuego con un fósforo o un tizón del fuego. Ponía varias y a cada una iba nombrándola con el nombre del familiar fallecido recordando sus buenos hechos. Ponía tantas como familias y una más para las ánimas benditas del purgatorio. Nunca faltaba esta última .Mucho más tarde aparecieron a vender y en las ventas de abastos unas lucecitas llamadas “palomitas” que venían hechas de corcho y con su mecha incluida. Después la abuela me agarraba de la mano, me cubría con su sobretodo negro y largo y caminábamos diestras por la vereda que atravesaba campos cubiertos  de hierba mojada del sereno que había caído la noche anterior. Esta vereda nos acortaba el camino hasta el templo. Una vez que llegábamos al empedrado que rodeaba la entrada de la iglesia y aledaños, se hacía más notorio el ruido del taconeo de las mujeres que desfilaban por allí hasta entrar en el recinto sagrado. De regreso, aún me parece saborear el rosquete grande que la abuela me compraba en la venta de don Pepe. La abuela parecía adivinar que ese rosquete conseguía quitar mis temores y miedos y endulzar mis pensamientos para dar cierta tranquilidad a mi alma.
¡Aquellos eran otros tiempos!