sábado, 2 de diciembre de 2023

La chaveta y el pasador en el lagar

 


                             Fotos Tanci



Cuando la torta de orujos, pepitas y pellejos estaba bien pisada y colocada en el centro de la tanqueta, con la gruesa soga enroscada y apretada desde la base hasta la parte superior, se procedía a colocar encima de ella los maderos para que hicieran más presión a fin de sacar el máximo jugo. Luego había que bajar la gran viga de madera de pino para que hiciera de contrapeso como una gran palanca sobre aquella masa de pieles, pulpa y semillas. Entonces había que hacer uso de la chaveta. Recuerdo que uno de los trabajadores, llegado el momento, le preguntaba a mi abuela: “¿dónde está la chaveta, doña Constanza?” Yo siempre había oído esa palabra con el sentido de “estar mal de la cabeza” o “estar mal de la azotea” o incluso “haber perdido la cabeza”. Pensaba, ignorante de mí, que había que encontrar a ese alguien que se había "eschavetado".

Pero mi abuela encontró otra cosa bien distinta. Sin esa chaveta no se hubieran podido terminar los dos últimos exprimidos de aquella masa hasta sacarle la última gota.

Mi abuela se dirigió a un arcón de tea que estaba en uno de los cuartos de la casa, y buscó dentro del escanillo que estaba en la parte izquierda del interior del baúl cerrado con su tapa. ¡Y ahí estaba la chaveta! Me la entregó para que la llevara hasta el lagar donde esperaban por ella para continuar la faena. Mi abuela confió en mí para hacer ese mandado y me lo encomendó, bien porque estaba ocupada terminando el almuerzo de ese día para los familiares y las personas allí congregadas en los trabajos de la vendimia, bien porque era una manera de hacerme partícipe y responsable de aquellos trabajos que pertenecían a los mayores. Por mi parte, además de haber descubierto que había otra chaveta distinta a la que yo tenía en mi mente infantil, me sentía importante y segura con aquella encomienda.

Aquel artilugio era una especie de barra alargada de hierro, pesado y ligeramente curvo, que medía como dos palmos. Por uno de los extremos estaba enroscada como haciendo una especie de “s” cerrada sobre sí misma. Mientras que el otro extremo estaba libre. Con aquella tranca salí corriendo hasta llegar al lagar donde estaban esperando por ella. Una vez que Pedro, encargado de dirigir las maniobras del prensado, la tuvo en sus manos, se dirigió hasta el husillo que descansaba sobre la piedra que haría de contrapeso. Allí, medio encorvado empezó a mirar el pequeño boquete que estaba horadado en la parte baja del husillo e intentó meter la punta roma de la chaveta a través de él. Parecía como si Pedro quisiera buscar o encontrar algo dentro de aquel agujero.  Con su mano izquierda rotaba el husillo lentamente sin dejar de mirar al interior de aquel hueco, manteniendo la chaveta en su mano derecha. Sus manos, pegajosas del mosto, pringadas con restos de alguna que otra piel de las uvas, eran habilidosas en la búsqueda de aquel orificio que, para mis ojos, era como si en un momento determinado fuera a encontrar algún tesoro.

Yo observaba sus movimientos, desde cerca pero nunca bajo la viga, dado que a los niños se nos prohibía permanecer en ese espacio. 

Cuando encontraba lo que andaba buscando, se sentía alegre y satisfecho pronunciado un ¡ya está, ya lo tengo! Como si hubiera encontrado aquel gran tesoro. Y lo único que yo veía en todo aquel manejo era que la chaveta quedaba atrapada entre el orificio del husillo de madera y el orificio del hierro que sobresalía del centro de la piedra. Ambos orificios debían ser atravesados por aquella barra pesada y curva, de tal manera que, con este encaje, se ponía en marcha todo el mecanismo de contrapesado. Para ello era necesario quitar previamente el pasador, tipo traviesa de madera maciza y gruesa, situado aproximadamente en la mitad de la viga y que era una pieza clave de frenado en la seguridad de aquel dispositivo.

Una vez que la piedra quedaba flotando en el aire durante el tiempo dispuesto, los niños no debíamos acercarnos por aquellos alrededores. Era peligroso porque este artilugio, rudimentario pero práctico, podía fallar en algún momento haciendo que la piedra se descolgara de manera brusca y repentina, causando de este modo algún percance no buscado. Nosotros, sabedores de ese posible peligro cuando la piedra quedaba en el aire, no desobedecíamos aquella orden de nuestros mayores, aunque siempre estábamos presentes observando todo el delicado y minucioso proceso.

Una vez nos atrevimos a emprender una escapada a escondidas hasta el lugar. Los mayores estaban en la sobremesa por lo que decidimos acercarnos hasta el lagar donde permanecía la piedra elevada del suelo. Agarramos una caña larga de las que habían plantadas en el cañaveral cercano. Con ella en las manos y, desde la misma distancia que nos propiciaba el largo de la caña, intentábamos rozarla levemente como si estuviéramos acariciándola, esperando como respuesta el movimiento ligero y danzarín de la pesada piedra. Para nosotros era como si estuviéramos pescando con aquella caña a la orilla de la mar, cuya captura como premio era simple y llanamente ver moverse la piedra acróbata suspendida sobre sí misma. Nunca pasó nada y nadie se enteró del asunto, pero tengo claro que cada niño tiene como protección un ángel de la guarda a su lado.

Todavía me pongo a pensar cómo con esta maquinaria antigua considerada ya como patrimonio histórico industrial, se conseguía exprimir y sacar hasta la última gota de mosto para su máximo aprovechamiento. Para nuestras mentes infantiles era como secuencias de distintos milagros mágicos encadenados, unos detrás de otros a fin de obtener aquel líquido dorado tan apreciado por los mayores.





viernes, 3 de noviembre de 2023

Agua


Exhausta, apoyó sus brazos sobre la rama en forma de y griega que sobresalía del tronco principal del árbol. Al mismo tiempo le parecía estar alongada sobre la barandilla de un balcón con vistas a una gran ciudad, oteando lo que ocurría por los alrededores, pero no era el caso.

Al frente divisaba una huerta alargada y seca, llena de malas hierbas, espinos y zarzas. A su izquierda, la parte trasera de la casa enjalbegada y a sus espaldas los restos de un antiguo horno medio derruido para fabricar tejas.

La rama flexible y sin embargo gruesa se balanceaba por el mero

apoyo de sus brazos, mientras que los frutos, colgando cada uno

de una especie de cordón verde, se movían a su aire, independientes, como si fueran aretes abombados de color verde.

La manguera a sus pies, y debidamente colocada en la poceta del árbol, seguía soltando agua a borbotones con un ligero ruido cristalino que rompía el silencio de la tarde, apenas interrumpido por el canto de algún mirlo escondido entre el follaje. Recordó cuando de niña había que ir a buscar el agua caminando hasta la fuente más próxima, y la más próxima estaba a unos 800 metros de distancia de la casa. Algunas décadas después algo tan cotidiano como llegar a la casa con el propósito de regar sus plantas le hizo volver a la fuente y a la niña que fue. Al abrir un primer grifo no salía ni gota, pese a eso, lo intentó en otro. Era evidente que había sido cortada el agua de abastecimiento. Pero pensó en su suerte, ya que tenía dos opciones distintas más para obtener el agua, además del agua corriente de la calle que era la que había sido cortada. ¿Qué solución le quedaba en aquel preciso momento? No había otra, abrir la llave de paso que conectaba con un estanque y del que podía abastecerse. Tendría que acarrearla en cubos que iría llenando desde las gruesas mangueras que permanecían abiertas y que regaban naranjos, ciruelos y perales. Y, desde allí, acarrearla hasta las flores que ocupaban un lugar aparte y más distanciado desde donde manaba el agua de las distintas mangueras. Tenía que apagar la sed de aquellos seres vivos. Así se dispuso y no lo pensó mucho, llenó un cubo tras otro, cargándolos y vaciándolos en cada una de las distintas macetas y jardineras.

Por segunda vez se le fue el pensamiento a su infancia en aquella casa, en la que no había grifo, ni agua corriente donde por el solo hecho de abrir la llave, como ahora es habitual, podía salir al menos un pequeño chorro de agua.

Pasó por su mente la talla de barro que su abuela llevaba a la cabeza desde la fuente hasta la casa, caminando por veredas ribeteadas de trebinas verdes con sus flores amarillas, dando varios viajes, hasta que el cansancio la paraba o tal vez porque la noche se le echaba encima. Con vestido negro y sobre éste un delantal canelo, cubierta con un pañuelo blanco y negro de tela de Vichy a cuadritos, atado con un nudo a la barbilla, caminaba diestra, con aquella talla a la cabeza. Era tan habilidosa que no derramaba ni una sola gota de agua con el balanceo de su caminar y pese a que el recipiente carecía de tapa. Tras llegar a la casa y bajar la talla desde su cabeza y depositarla en la destiladera de madera pintada de verde, que estaba en el patio central, tapaba el recipiente con un plato.

Nosotros íbamos a su vera, pasito a pasito, la acompañábamos y

la imitábamos con una pequeña lata vieja cuyo interior estaba lustroso y que, a modo de juego, llenábamos de agua para acarrearla también hasta la casa. Pensó que, pese a la escasez de agua en aquel entonces, nunca faltaron geranios, helechas o lluvias que daban belleza, colorido y aroma al lugar. Fue entonces cuando volvió de sus recuerdos mientras el aguacatero, que aparentaba más brillante y más vivo, se iba empapando del agua que seguía gorgoteando continuamente de la manguera.






viernes, 6 de octubre de 2023

Helechos




                               Fotos Tanci



Los helechos que crecen en la huerta de mi infancia tienen un olor permanente a monte, a tierra, a tardes veraniegas de improvisados serenos. Permanecen año tras año en los mismos lugares y no se ocultan nunca, nutriéndose de riegos espontáneos, pero reciben mejor los riegos continuos de la lluvia. Siguen ahí perennes, abanando con sus ramas humildes aprovechando cualquier brisa para lograr una danza no estudiada, esparciendo el olor y completando el bosquecillo de laurisilva de los alrededores.

Mi abuela le sacaba un buen rendimiento a estos helechos tan prácticos y apañados, sobre todo en época estival, cuando ciruelos y perales estaban cuajados de frutas jugosas, resaltonas y brillantes.

Mi abuela no dudaba en mandarme con un pequeño cuchillo a cortar unas cuantas ramas cada vez que tenía que acomodar la fruta en las cestas de caña. Las arropaba por dentro con los helechos quedando las cestas totalmente protegidas y mullidas como si de una tela se tratara. Aquellas cestas se colmaban y los helechos no sólo servían para mantener la fruta más fresca, sino que también servían de amortiguación. Recuerdo las manos de mi abuela depositando las ciruelas, de tal manera que nunca quedaban apretadas, y las iba colocando de dos en dos o de tres en tres, llenando los espacios hasta completar cada cesta. Apenas rozaba la fruta con sus dedos ágiles y amorosos, y parecía abrigarlas como si las acariciara. Ni si quiera el polvillo fino y natural adherido a ellas, y que las protege, desaparecía, tal era la delicadeza con que las manejaba. Cuando las cestas estaban completas, las tapaba también con varias ramas de helechos que apenas dejaban entrever de qué fruta se trataba.

Cuando veo los helechos en los laterales de alguna vereda húmeda, me viene el recuerdo vivo de  una recogida de papas junto a mi abuela. Se salía de la casa hacia los terrenos muy temprano. Mi abuela lo denominaba “salir a los claros del día”. Nunca fuimos niños perezosos para levantarnos a las 5,30h de la madrugada, tal vez el nerviosismo ante esa nueva experiencia no nos dejaba dormir. Pero esa era la hora aproximada en que se subía lentamente por un camino polvoriento y serpenteante hasta el lugar donde había que cavar las papas. Las bestias llevaban los aperos de labranza: sachos, azadas, cestos, sacos y demás utillaje para tal fin. Los adultos y los niños iban a pie, aunque había parte del camino en que nos subían a lomos de la yegua o de la burra que nos acompañaban a paso lento y sincronizado. Una vez en el terreno, justo cuando el amanecer clareaba muy levemente los campos, se empezaba con la faena de sacar las papas del interior de la tierra. Mi abuela era consciente del calor excesivo, de la madrugada y de la caminata que habíamos hecho, por ello, y en una pequeña vaguada parecida a un estrecho barranquillo, nos preparó una especie de cueva cuya cama estaba compuesta por muchos helechos superpuestos recién cortados, de tal manera que era una perfecta cama mullida. Cubrió el techo con algunas ramas más gruesas y más largas, tal era la altura de aquellos helechos de monte y que daban sombra a aquella oquedad improvisada. Para nosotros todo era juego y exploración con el consabido aprendizaje a cada paso que dábamos. Recuerdo que con la emoción de aquella nueva experiencia no tenía ganas de dormir, aunque sí de acostarme por el placer que suponía probar aquella cama fresca, olorosa y natural. Sin embargo, me acosté también por satisfacer la idea y voluntad de mi abuela que entendía que por ser pequeños no aguantábamos tanto como los mayores.

Todavía permanece en mi memoria la zona de huertas combinada con algún pino salteado así como frondosos helechos y zarzas, conjuntamente con brezos, reminiscencias de un paisaje que, en otros tiempos, pudo haber sido de fayal brezal.

Pensándolo bien, creo que nunca he disfrutado de un

descanso tan fresco, natural y con tanta fragancia como

aquel que gocé regocijada, y a la vez asombrada, por el

invento de una cama tipo cueva hecha de gajos de helechos.

jueves, 28 de septiembre de 2023

Desastres

 ‒Usted tiene tres grandes desastres ‒le dijo sin inmutarse  con una voz cercana, pausada y con absoluta sinceridad. 

Ella quedó aliviada, en cierto modo, ante tan contundente afirmación, porque en realidad siempre lo había pensado para sus adentros, aunque nunca utilizó esos posibles desastres para justificar un lamento o detenerse en su camino. Siempre pensó en ellos como características distintivas de su personalidad.

-Tres desastres- le repitió el doctor. A saber: ojo vago, miopía y ahora una enfermedad ocular que nubla la visión central, porque la mácula está dañada.




sábado, 16 de septiembre de 2023

Papas




En la casa vieja de mi abuela siempre hubo papas. Tal es así que había un cuarto especial y único para encerrarlas porque las papas necesitaban, una vez sacadas del terreno, un lugar fresco, no húmedo y  sobre todo oscuro. Si ese cuarto tenía suelo de tierra apisonada, mejor que mejor. Era la temperatura idónea para que las papas se mantuvieran frescas y además alargaban su vida.

En el terreno, y el mismo día en que se cogían las papas, se iban seleccionando por tamaños. Las grandes con las grandes, las medianas con las medianas y las menudas con las menudas. Todas ellas se recogían en cestos de asa y que cada persona empleaba para recogerlas pasito a pasito detrás de los hombres que eran los encargados  en desenterrarlas, cavándolas con sus azadas surco tras surco. Cada vez que las mujeres llenaban sus cestos, los depositaban en sacos de arpillera que llevaban aproximadamente unos 25 kilos cada uno. Luego eran las bestias las encargadas de acarrearlas desde las tierras de labranza hasta aquel cuarto oscuro de las papas en el que se depositaban en grandes montones. Cada montón y dependiendo de la clase de papas, se separaban mediante una tablas  y cuya función no era otra que la de no permitir que las distintas variedades de papas se mezclaran entre ellas, ni tampoco los distintos tamaños.

A los niños, y durante la recogida de la cosecha en las huertas, nos tocaba recolectar las papas menudas junto con las picadas por la azada y las que salían bichadas. Éstas iban juntas y tanto unas como otras servirían de alimento para cabras y cochinos. Y estoy completamente segura que era uno de los mejores manjares que habían podido saborear. Las cabras jugaban con aquellas pequeñas papitas hasta lograr alcanzarlas con su hocico peludo y más concretamente con su labio superior móvil desde su comedero, donde mi abuela se encargaba de depositarlas. Una vez apañadas en su boca elevaban la cabeza y me miraban con sus ojos de centellas de refilón como dándose  importancia, sin dejar de mascar y rumiar meneando la cabeza de un lado para otro, y de vez en cuando sacudiendo sus orejas como para dar el visto bueno. Con los cochinos era similar el acto de degustarlas, aunque a mi parecer no podían pillar varias papas de un bocado, al tiempo que se oían sus gruñidos  de alegría y gusto… oink, oink.  Pese a que sus orejas tapaban casi al completo sus diminutos y achinados ojos, los cochinos se hacían notar mirando al cielo, cosa rara en ellos, meneando su robusta cabeza de arriba abajo. A nosotros no nos gustaba recoger aquella menudencia de papas porque lo que queríamos era llenar nuestros cestos lo antes posible y sabíamos que reuniendo las menudas junto con las otras de deshechos, tardaríamos demasiado tiempo, mientras que los adultos llenaban y volvían a llenar cestos y más cestos que a su vez completarían sacos y más sacos en un periquete. Yo prefería otras tareas distintas que requerían mayor movimiento, y disimuladamente dejaba mi cesto semivacío cerca del de mi hermana y me acercaba a mi abuela pidiéndole llevar agua o vino a los trabajadores que ese día estaban ayudando en la cosecha. Mi abuela me hacía el gusto por lo que, bajo su indicación, a las mujeres les ofrecía agua  que ella sacaba de una garrafa que estaba oculta en la sombra para preservar su frescor. A los hombres les ofrecía vino que llevaba en una botella de cristal transparente junto con un vaso. ¡Qué bien recibían el agua y el vino con la consiguiente parada para hacer un descanso! Yo me sentía útil y al mismo tiempo notaba una mayor creatividad repartiendo agua y vino a todas las personas allí reunidas, al tiempo que recibía de buen agrado el agradecimiento de cada uno de ellos con las consiguientes palabras cariñosas. 

Aquellos regueros de papas en todo el terreno, mientras se iban sacando del interior de la tierra, eran un auténtico regalo.  Todos los que participaban de este trabajo se entusiasmaban  todavía más observando con sus propios ojos la abundancia de la cosecha, cavando y recogiéndolas con más ahínco y entusiasmo.  Ya fueran rosadas, meloneras, autodates, pelucas, azucenas, chineguas, bonitas, blancas, caraqueñas, las llamadas de yema de huevo o las negras, todas relucían brillantes y lustrosas sobre los surcos recién removidos para hacerlas florecer sobre la tierra.

Siempre había papas de sobra en el cuarto de las papas y cuando venía alguien de visita  a la casa de mi abuela, además de brindarle con el consabido vasito de vino, y sabiendo ella que esa persona no tenía cosecha alguna, la despedía con alguna embozada de papas y nunca la dejaba salir con las manos vacías… a veces también eran peras, ciruelas, almendras, membrillos o manzanas.

Todavía, con un poco de imaginación al abrir ese cuarto, se puede percibir el mismo aroma a tierra fresca, a tubérculo y a bonanza. Aún existe la misma llave que cierra el mismo candado que tranca la puerta del cuarto de las papas con su rudimentario llavero rotulado: PAPAS.   

sábado, 2 de septiembre de 2023

Mininos


                                                  Diseño Tanci



Son sólo tres

me miran y los miro

y me acompañan.

Parecen de papel,

pero no, tienen vida.

sábado, 5 de agosto de 2023

Epífita

                                              Foto Tanci      



La palma y el cactus.

Una le sirve al otro

para crecer.

domingo, 23 de julio de 2023

Luz

.                                                    Foto Tanci



Un nuevo ocaso

del sol por el poniente.

¡Qué entre la luz!


miércoles, 19 de julio de 2023

Los azulejos


                                                 Diseño Tanci.



 Tengo el recuerdo

de un paisaje rocoso.

Los azulejos.

De colores verdosos

muy cerca del volcán.

sábado, 15 de julio de 2023

Tan fácil

 


                                                           Fotos Tanci



“Cuando muere, todo el mundo debe dejar algo detrás, decía mi abuelo. Un hijo, un libro, un cuadro, una casa, una pared levantada o un par de zapatos. O un jardín plantado. Algo que tu mano tocará de un modo especial, de modo que tu alma tenga algún sitio adonde ir cuando tú mueras, y cuando la gente mire ese árbol, o esa flor, que tú plantaste, tú estarás allí. No importa lo que hagas – decía – en tanto que cambies algo respecto a como era antes de tocarlo, convirtiéndolo en algo que sea como tú después de que separes de ello tus manos. La diferencia entre el hombre que se limita a cortar el césped y un auténtico jardinero está en el tacto. El cortador de césped igual podría no haber estado allí. El jardinero estará allí para siempre”.


—Farenheit 451, Ray Bradbury

domingo, 9 de julio de 2023

A veces

 

                                            Foto Tanci



"Hay gente que con solo decir una palabra

enciende la ilusión y los rosales,

que con solo sonreír entre los ojos

nos invita a viajar por otras zonas,

nos hace recorrer toda la magia.

Hay gente que con solo dar la mano

rompe la soledad, pone la mesa,

sirve el puchero, coloca las guirnaldas.

Que con solo empuñar una guitarra

hace una sinfonía de entrecasa.

Hay gente que con solo abrir la boca

llega hasta todos los límites del alma,

alimenta una flor, inventa sueños,

hace cantar el vino en las tinajas

y se queda después, como si nada.

Y uno se va de novio con la vida

desterrando una muerte solitaria,

pues sabe que a la vuelta de la esquina

hay gente que es así, tan necesaria."


Hamlet Lima Quintana

domingo, 25 de junio de 2023

El agua necesaria

 



"El agua y la tierra, los dos fluidos esenciales de los que depende la vida, se han convertido en latas globales de basura”


                      Jacques Cousteau


 (Diseño Tanci. Óleo sobre bastidor. Inspirado en foto de un aljibe sacada de Internet)

miércoles, 21 de junio de 2023

Flores





                             Foto Tanci


 ¡Qué colorido!

Sólo una vez asoman

en primavera.

viernes, 9 de junio de 2023

Tapume


Bajo el tapume *

apilados los rolos

en formación.




(Diseño Tanci) Tinta y acuarela sobre papel.


          * Tapume

1. m Lz., Fv., Tf. y LP.  Techumbre rústica, cubierta. El viento se llevó el tapume de la choza.

2. m Tf. Camada de hojarasca o de estiércol que cubre el terreno en una plantación.

3. m Lz. Capa de arena con que se cubre el suelo de una huerta.

4. m Hi. En la labor de tejer, ovillo de la mazaroca.

5. m LP. y Hi.  Trama de una tela.

6. m LP. En la cestería, tira para la urdimbre.

domingo, 4 de junio de 2023

Enemigo íntimo (Antonio Gala)

 











Hay tardes en que todo
huele a enebro quemado
y a tierra prometida.
Tardes en que está cerca el mar y se oye
la voz que dice: “Ven”.
Pero algo nos retiene todavía
junto a los otros: el amor, el verbo
transitivo, con su pequeña garra
de lobezno o su esperanza apenas.
No ha llegado el momento. La partida
no puede improvisarse, porque sólo
al final de una savia prolongada,
de una pausada sangre,
brota la espiga desde
la simiente enterrada.

En esas largas
tardes en que se toca casi el mar
y su música, un poco
más y nos bastaría
cerrar los ojos para morir. Viene
de abajo la llamada, del lugar
donde se desmorona la apariencia
del fruto y sólo queda su dulzor.
Pero hemos de aguardar
un tiempo aún: más labios, más caricias,
el amor otra vez, la misma, porque
la vida y el amor transcurren juntos
o son quizá una sola
enfermedad mortal.

Hay tardes de domingo en que se sabe
que algo está consumándose entre el cálido
alborozo del mundo,
y en las que recostar sobre la hierba
la cabeza no es más que un tibio ensayo
de la muerte. Y está
bien todo entonces, y se ordena todo,
y una firme alegría nos inunda
de abril seguro. Vuelven
las estrellas el rostro hacia nosotros
para la despedida.
Dispone un hueco exacto
la tierra. Se percibe
el pulso azul del mar. “Esto era aquello”.
Con esmero el olvido ha principiado
su menuda tarea…

Antonio Gala "Enemigo Intimo" poema.

miércoles, 31 de mayo de 2023

Idas y venidas





Tanto ir y venir, tanto trasiego desde finales de febrero, tanto movimiento dentro y fuera de las ramas del árbol elegido. Tanto revoloteo por los alrededores del limonero y de los naranjeros protegidos a su vez por los enormes cirueleros...tanto paseo de aquí pa,llá y de allá pa,cá me hacía recelar. Yo los observaba desde el empedrado o cada vez que regaba las plantas cercanas al peral que habían elegido. Esquivos y desconfiados daban saltitos aquí y allá, parándose en algún charquito de agua que había quedado entre las lajas del patio o en los surcos del millo recién crecido. Otras veces rebuscaban con su pico e incluso con sus patas entre las hierbas que cubrían el suelo. Durante ese tiempo, apenas percibí lo que portaban en su pico, pero macho y hembra se afanaban para la construcción de su futuro hogar... finas ramitas, hebras de sogas, algún hilo de otro color, pelusas recogidas en alguna esquina de la casa, constituían su nido en el que ponían tierra en su interior. Pero nunca dejaban de cantar de manera melodiosa, clara y aguda, pese a mi presencia amenazadora.Distinguí distintos tonos de canto y parloteaban con más insistencia cuando me acercaba a su territorio. Ayer los descubrí por fin acachuchados dentro del nido, sostenido entre las ramas del peral que da  peritas dulces, jugosas y olorosas.Tres polluelos de mirlo empezando a emplumarse y que al mínimo movimiento de las ramas del árbol, instintivamente abrían su pico a la espera de ser alimentados. Delicadamente me alejé de allí pausadamente no queriendo molestarlos, amortiguando el ruido lo más que pude. Sus padres, muy nerviosos e intranquilos, revoloteaban alrededor del peral en situación de alerta, esperando a que yo desapareciera del lugar.





domingo, 14 de mayo de 2023

Aljibe (aprovechamiento del agua)

 

                                                    Diseño Tanci



Pueden salvarnos

obras de ingeniería

en abandono.

Son los viejos aljibes

que nos dan agua y vida.

martes, 9 de mayo de 2023

Enjambre de mar

.                                                   Foto Tanci
 



¡ Qué gran enjambre
de cangrejos al sol!
Llega el verano.

domingo, 30 de abril de 2023

El carro o como aprender a manejar

 



Siempre me habían gustado los coches. Me encantaban los distintos modelos, los colores, su capacidad interior, su tapizado… aunque quizás, y pensándolo bien, lo más que me gustaba era aquella sensación de captar, ambientes distintos, paisajes, tonalidades etc. a través de la conducción, sin ataduras de horarios y paradas obligatorias  de guaguas. Éstas se hacían monótonas y pesadas durante todo el trayecto que duraba el viaje. Era una sensación de libertad de movimiento propiciada por el manejo y control de una máquina veloz.

De pequeña había probado una incipiente rapidez sobre un medio de desplazamiento rudimentario de cuatro ruedas. El soporte lo componían cuatro tablas juntas clavadas a dos listones algo más estrechos. Un listón iba clavado en la parte trasera de las cuatro tablas por debajo y a modo de fijación de éstas, mientras el otro listón iba en la parte delantera de tal manera que se lograba una superficie rectangular firme. Unido a ese rectángulo estaba el eje delantero que era movible de un lado a otro y que iba unido a un tornillo giratorio.

Dónde nos habíamos encontrado las tablas, mi hermano y yo, para la construcción de  la máquina de velocidad sigue siendo un vago recuerdo, porque él se agenciaba de restos de tablas de embalajes que ponían por fuera de las tiendas y  en alguna carpintería del barrio. Pero lo más complicado era conseguir los rodillos de rodamientos. Eran ruedas de acero pulido que llevaban,  en su interior,  encajadas de forma concéntrica otras pequeñas ruedecitas separadas por unas pequeñas bolas de acero que las hacían deslizarse y rodar fácilmente. Todo un lujo de ruedas para la época, pues no solamente eran difíciles de conseguir sino que, además, eran demasiado caras para nuestros escasos ahorros. Seguramente alguien se compadeció de los esfuerzos denodados de aquellos niños y las puso en  nuestras manos.

El asunto era que con semejante artilugio nosotros pretendíamos coger altas velocidades y ¡vaya si lo conseguíamos!

El motor del carruaje era accionado por el que empujaba,  y lo hacía apoyando las manos en la espalda del que iba sentado que era el conductor. El conductor era el que llevaba el mando de la nave: guiaba su marcha con dos sogas, una a cada mano, que iban atadas a los dos lados del eje delantero. Cuanto más fuerte se empujara mejor,  pues suponía coger la máxima velocidad. A veces éramos ruinitos el uno con el otro, porque cuando llevábamos una alta velocidad, de repente, realizábamos una curva cerrada intencionadamente para que la persona que, empujando, hacía de motor, se cayera de lado y fuera a dar de bruces contra el suelo. Contábamos las vueltas que hacíamos y cuando veíamos que ya eran equitativas, nos cambiábamos los papeles. Y otra vez iniciábamos nuestro particular viaje. Las reglas estaban claras para ambos, menos hacer girar el carricoche repentinamente que eso era a gusto y ruindad del conductor, cuando lo estimara conveniente.

Lo mejor era el derrape que aumentábamos con sonidos vocales y guturales a modo de frenazo en seco o bien como arranque inicial con el acelerador a fondo.

Cuando nos arriesgábamos y nos lanzábamos por alguna pendiente, tampoco teníamos mucho problema pues teníamos bien acondicionados los frenos que eran dos suelas de lonas desgastadas que habíamos colocado con clavos en ambas partes del eje delantero de nuestro flamante carro. Al más mínimo aviso de un deslizamiento a alta velocidad, apretábamos con nuestro calzado sobre aquellas dos superficies  de goma de camión contra el suelo y necesariamente la marcha iba aminorando. Hacíamos el cálculo de empezar a frenar mucho antes de llegar al final de la calzada, de tal manera que no chocáramos contra algún muro o casa que estuviera en nuestra trayectoria.

Con mi pantalón de peto, el pelo ensortijado al aire, las manos sucias, la cara sorroballada de haber comido ciruelas y no sé cuantos frutos más, yo era la niña más libre y feliz de aquel minúsculo universo. ¡Casi nada!

En aquellos tiempos de férrea opresión para las mujeres, era una mujer libre y feliz, que manejaba, sabía de mecánica, también de chapa y pintura y ¡hasta sabía cambiar una rueda! Nada podía detenerme pues. Los porqués que cuestionaban mis ansias de libertad, los cambiaba inmediatamente por “¿y por qué no?” Y así ha sido desde entonces.

domingo, 23 de abril de 2023

Contraste

                                                                                  Foto Tanci





 El universo

que rodea a la flor

inunda mi alma.

miércoles, 12 de abril de 2023

Hinojos

.                                                     Foto Tanci



En un rincón 
brota este bosquecillo 
lleno de hinojos.


jueves, 30 de marzo de 2023

Durazneros




 
                                                                            Fotos Tanci


Sin un por qué,

sobre los durazneros

salta el color.

Se abre la primavera

sin dejar de asombrarme.

domingo, 26 de marzo de 2023

Cumpleaños en primavera

 

                                          Foto Tanci



Junto a ti, flores.

La primavera asoma.

Cuelgan los mimos.

miércoles, 22 de marzo de 2023

Papá

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                     Antiguo hornillo de carbón (Foto Tanci )


A papá le gustaba mucho disfrutar de la comida y nos hacía disfrutar a nosotros también de ella.


Le gustaba ir al mercado donde podía conseguir unas caballas grandes y bien frescas, que traía a casa para hacerlas en salmorejo. Él mismo pelaba los ajos, picaba la pimienta palmera picona en trocitos, ponía sal en el mortero y majaba, majaba y majaba hasta conseguir una buena pasta macerada con pimentón ahumado y orégano. Del orégano también se ocupaba él: cada verano se preocupaba de irlo a recoger al monte más cercano de la casa familiar. Él sabía dónde encontrarlo siempre, abundante, fresco y oloroso.


Tras dejar listo el majado, quitaba a cada caballa su parte de tripas y excrementos. Luego las depositaba, despojadas de ese mondongo, en un caldero con agua para lavarlas concienzudamente y, luego, abrirlas como lo que eran, como caballas. Por eso buscaba las de mayor tamaño, que eran carnosas y se prestaban para lo que él quería. 


Yo veía sus manos gruesas, fuertes y potentes...pero en aquel cometido acariciaba aquellos pescados como si fueran una especie de tela de seda suave y plateada, tan frescas que a veces se les escurrían entre las manos, sacudiéndolas una a una dentro del agua para estar seguro de que no le quedaran restos. 


Papá disfrutaba cuando prendía la llama a una piña seca de pino a modo de mecha y, acto seguido, el carbón cogía fuerza poco a poco hasta que brotaban enormes llamas en el asador de hierro fundido que había encargado a un herrero. Dejaba que el fuego se fuera consumiendo lentamente y esperaba a las brasas para colocar encima la parrilla llena de aquellos peces brillantes y embarrados por el salmorejo.


-La llama no debe llegar al pescado, ni a la carne -decía-, no es bueno que se chamusque, porque entonces da gusto a quemado y no es beneficioso para la salud.


Sin saberlo, mi padre fue un precursor del pescado azul, ahora tan nombrado y solicitado y, por supuesto, del tan reconocido omega 3. En tiempos pretéritos era considerado como pescado dañino...cambian los tiempos, cambian las costumbres pero a mí se me quedó el vivo recuerdo del aroma y la práctica de asar pescado a la parrilla.

lunes, 20 de marzo de 2023

Almendrero


                                          Foto Tanci



 Me gusta tanto

el almendrero en flor

en el ocaso.

miércoles, 15 de marzo de 2023

Nunca sabrás que tu alma viaja

 




Nunca sabrás que tu alma viaja

Dulcemente refugiada en el fondo de mi corazón,

Y que nada, ni el tiempo ni la edad ni otros amores,

Impedirá que hayas existido.


Ahora la belleza del mundo toma tu rostro,

Se alimenta de tu dulzura y se engalana con tu claridad.

El lago pensativo al fondo del paisaje

Me vuelve a hablar de tu serenidad.


Los caminos que seguiste, hoy me señalan el mío,

Aunque jamás sabrás que te llevo conmigo

Como una lámpara de oro para alumbrarme el camino


Ni que tu voz aún traspasa mi alma.

Suave antorcha tus rayos, dulce hoguera tu espíritu;


Aún vives un poco porque yo te sobrevivo.


Marguerite Yourcernar

viernes, 3 de marzo de 2023

Casa de piedra

 

                                        Diseño Tanci


Hecha de piedra,

al soco está la casa.

Dentro, el hogar.

jueves, 23 de febrero de 2023

Nubarrones

                                 Foto Tanci




 En estos días

se advierten nubarrones

cubriendo el cielo.

No valdrán los gabanes

para los atrevidos.







domingo, 5 de febrero de 2023

Frutos

 

                                              Foto Tanci



Colgando están 

sobre una frágil rama

las seis chayotas.