sábado, 10 de septiembre de 2022

Mi abuelo y su cachimba


                                              .                                                   Foto Tanci


Mi abuelo fumaba en cachimba. Agarraba la cazoleta firmemente entre el dedo gordo de la mano derecha y el índice, mientras el resto de los dedos apoyaban en forma de cascada para afianzar aquel sólido y brillante instrumento.

Me llamaba la atención cómo mantenía su cachimba con fuerza entre los dientes chupando e inhalando de vez en cuando mientras yo veía salir el humo a través de los orificios de la tapadera de metal que estaba sobre la cazoleta. Cuando se le apagaba o se le gastaba la picadura, sacaba del bolsillo de su pantalón una pequeña bolsita de tela hecha a mano cerrada con un cordel, daba unos toquecitos con la cachimba vuelta del revés sobre alguna laja o muro cercano y desprendía los restos del tabaco quemado que quedaban incrustados en su interior. Después rellenaba la cazoleta con la picadura que sacaba de su bolsita y apretaba con el dedo gordo hasta comprobar que había firmeza en el llenado. Luego prendía con un fósforo inhalando con fuerza hasta lograr mantenerla encendida otra vez. Hecho esto, picaba la comida de los animales que abundaban en aquella casa granja. Con la mano derecha sostenía el machete, de hoja larga y bien afilada donde se veía un mayor brillo del metal en la zona intermedia de la hoja en que incidía más el corte repetidas veces con la fricción de la hierba. La parte del mango para sostenerlo era de madera basta y sin pulir. Ese machete lo había traído de Cuba y era su útil en las plantaciones de caña de azúcar de aquella isla caribeña.

Al regreso a su terruño no se deshizo de él y siguió formando parte de su trabajo diario. Hasta hace bien poco rodaba por alguna estantería dónde están guardadas actualmente las herramientas…Cada tarde y antes del anochecer mi abuelo picaba los tasagastes y los palotes de millo al ganado como también lo hacía con las hojas de tabaco que compraba en una venta que había un poco más allá de la casa. Además de los abastos necesarios para las necesidades diarias de cada hogar, Pepe el ventero vendía sogas, lonas, cedazos, cubos, sacos de arpillera, clavos, picadura para el tabaco y algún que otro elemento más que se exponía colgado de una liña que atravesaba el habitáculo de aquella venta de lado a lado. Mi abuelo tenía la costumbre de picar su tabaco cercano a la hora de cenar. Esa costumbre era más bien nocturna, cuando mi abuela terminaba de apartar el potaje del fuego y se disponía a colocar la mesa. Mi abuelo levantaba por una esquina el hule que protegía la mesa de San Antonio. Esa mesa estaba en la cocina,  y en la misma esquina y como si fuera un ritual picaba su tabaco para que le quedara menudo. Mi abuela no veía con buenos ojos aquella costumbre ya que la mesa iba adquiriendo cortes tras cortes de hundir cada vez su navaja para llevar a cabo tal operación. Al acabar, colocaba de nuevo el huele sobre las heridas de la mesa que quedaban tras terminar de picar el tabaco, y aquí paz y en el cielo gloria. Mi abuela procuraba que no le provocara una gran irritación pasando por alto tal acción. Hoy yo me remiro en esos surcos que en su momento realizó mi abuelo para el único vicio que tenía: la fuma. 

Cuando nos sentábamos en la mesa, mi abuelo se quitaba el sombrero y yo notaba en la parte superior de la cabeza cercana al cabello una franja más pálida que el resto del rostro, mientras se frotaba su cara con cierto cansancio. Tras lavarse sus manos en la pileta que había en el patio y secarse con el paño de cocina que colgaba de una tacha en la parte superior derecha de la pileta, volvía a la mesa y ocupaba siempre el mismo sitio. Mis hermanos y yo también teníamos nuestros sitios asignados y allí, en medio de aquella mesa rectangular y familiar, alumbraba, con luz amarillenta y tintineante, una capuchina de petróleo cuya llama se encendía a la hora de oscurecer que coincidía con la hora de cenar. Para darle una mayor altura a la llama, la capuchina se colocaba sobre una especie de banquito pequeño de cuatro patas y pintado de verde que había sido elaborado para tal efecto. Mientras que el olor a potaje de coles con su carne de cochino inundaba aquella estancia, el abuelo intentaba su diálogo con sus nietos. Con los platos de potaje delante de cada comensal, me decía: ¡Mete pal saco, Tanci! Yo lo observaba y sin comprender nada de esa expresión le decía enfurruñada y a media lengua: ¡Mete tú que yo no meto! Con lo que las risas iluminaban los rostros adultos de los allí presentes. Mi abuelo insistía con la misma cantinela un par de veces más a lo que yo siempre respondía de igual manera… Al final, él intentaba clarificarme y sacarme de mi enfurruñamiento: ¡Mete pal saco Tanci, que en comer está la ventaja! Anda come… y yo que tengo un buen saque no esperaba a más dilaciones y me terminaba mi potaje con gofio sin dejar nada en el fondo del plato.


  


jueves, 8 de septiembre de 2022

Adiós verano







Atrás queda el verano.Meses intensos y  cuajados de frutas redondas y maduras que siguen recordándonos el ciclo vital.La conversa de Jimena a media lengua que ya es a lengua entera...  pajaritos, mariposas que observa y la embelesa.Plantas y semillas para verlas crecer...hay que estar muy atenta para que no mueran de sed. La limpieza del sitio es tarea a realizar, rastrillar la hojarasca para luego barrer el lugar... Regar las flores es su ritual particular, nunca lo rechaza y lo pretende recordar. Ya sabe usar la manguera y su pequeña regadera,  teniendo cuidado el agua no malgastar. Voló el tiempo y entre medio alguna tarea de concentración y de relax...dibujar y pintar y cómo juego social el de la oca  que es tan familiar...¡Tan excitante es saltar de oca en oca y tiro porque me toca! Juego iniciático donde normas y reglas están dispuestas para saber acatar: cultivar la paciencia, aprender los primeros números y hasta poder sumar...moldear  el carácter pensando en los demás...no todo es ganar.

Voló el tiempo.Risas y fiestas en un inciso para poder peinar a la Yaya Fide con el peine de rizos que aprendió a utilizar.¡ Vaya descubrimiento! ¡Un peine especial para sus rizos que antes nunca había visto! Qué poco duró este tiempo de estío, pero pudimos en la azotea hacernos una choza y comernos una chocolatina dentro de ella, mientras esperábamos acurrucados, ver salir las estrellas...este año más brillantes y más bellas. ¡Voló el tiempo! Cerrar cada noche las ventanas como seguridad para tranquilos poder descansar. Se va el tiempo de estío y con él , un  tiempo de enseñanza y aprendizaje en las tardes cálidas y rojas de días largos en estos meses de verano. Voló el tiempo y Jimena sigue aprendiendo. Ahora toca continuidad con  amiguitos y maestros en su pequeño colegio.