miércoles, 29 de abril de 2020

La casa




                                                               Foto Tanci

Me adentraba en ella -ante mí en la cubierta del libro-,
en su planta cuadrada y un silencio en sus muebles que adivino o invento:
podría pintarla como cuando era niña y abrir con una cuchilla sus ventanas,
porque ella era mi mundo inserto en otro mundo de intimidad discreta
que yo invadía y daba a los demás.
Lo que en ella pasaba -un perro, una bombilla- me resultó feliz.

                            (María Victoria Atencia)

martes, 28 de abril de 2020

Oración


                                         Foto Tanci




En soledad.
Los blancos uniformes 
miran al cielo.

miércoles, 22 de abril de 2020

Cuarentena

                                                                                                                                                                                                                          Foto Tanci

 

¡Ay, Madre Tierra! . 
El gallo se pasea,
yo en cuarentena.

lunes, 20 de abril de 2020

Sueño de Churriana

                                   Foto Tanci



Sueño de Churriana

Estoy viendo la casa
y me estoy viendo en ella, 
aunque confusamente.
Las puertas al cerrarse
hacen caer mis párpados
y sus noches de invierno
sólo son mis pies fríos. 
Y es carne de mi carne
y yo soy piedra de ella
y ella es como una cáscara
pequeña en mi bolsillo.
Y yo como un estuche
ya vacío de té
en su vientre de barco.
Pero es mi propia casa 
o la casa que tuve, 
donde escoger manzanas
que endulzaran mi boca. 
Y andar con mi muñeca rota
por los pasillos
hasta el armario antiguo, 
con hojas catedrales que guardaba el estiércol
para otra sementera.

         (María Victoria Atencia)

lunes, 13 de abril de 2020

Solaz




                                                                                                                                                                                                   Foto Tanci



Nada más levantarse de la cama, somnolienta aún y algo atolondrada después de la exhausta jornada, abrió la ventana que daba al patio interior de la casa. Inspiró lenta y profundamente, al tiempo que cerraba los ojos como para llenar más, si cabe, sus pulmones de oxígeno. El aire le llegó mucho más fresco que de costumbre. Le gustó esa sensación antigua y húmeda. Una lluvia que después de tanto tiempo no caía en esa temporada de invierno. Lluvia  que recibía como maná caído del cielo. Lluvia que mojaba, que limpiaba, que llenaba el aire de pequeños boliches transparentes jugando al escondite en medio de la nada. Al estamparse apenas contra el suelo, en un aterrizaje forzoso, se batían en una lucha cuerpo a cuerpo fundiéndose en un abrazo común que se convertía en chorro, en escorrentía, en olleros, en riachuelo, en charco, en chapoteo… Encauzó de nuevo su mente al patio, ese que tenía forma de palangana alargada y cargada de verdor por todos sus laterales. Volvió a inspirar, esta vez más profundamente y, de repente, se sintió atrapada por aquel rectángulo lleno de helechos colgantes, esparragueras, cintas, potos, anturios o begonias, entre las más exuberantes. Algún cactus salteado, como la espina del Señor, que en su día le regalara su madre, tan delicado pese a sus espinas, con sus pequeñas flores de color rojo, salpicado y protegido por un enrame de picos sobresalientes a lo largo de cada tallo. La pequeña colección de plantas crasas que tenía, estaban bien colocadas sobre una mesita de madera de teca aparentemente diseñada al efecto. Dirigió la mirada a las dos jardineras plásticas, alargadas y chatas, de color rojizo, plantadas de rabanitos, hierbabuena, menta y dos pimenteros que estaban espigados ya en su crecimiento.     
 -Suerte la mía -pensó una vez más-.  No puedo vivir sin el verde: me revitaliza.
Es el mismo verde que ha supuesto  esperanza y  limpieza y vida en hospitales, clínicas y centros de atención. Volvió a cerrar por unos segundos sus  ojos para depositarlos de nuevo en las otras tres ventanas que acompañaban al patio rectangular. Nunca antes había reparado, de manera tan extraordinaria, en ese espacio de esparcimiento medio techado, medio abierto hacia el firmamento donde, cobijada bajo la techumbre de madera y teja, en las noches diáfanas, podía ver colgadas y flotando las pequeñas lucecitas de colores tintineantes. ¿Y durante el día? Durante el día,  cuando estaba clarito, aparecía un rayito de  sol esplendoroso apuntando directamente a la esquina donde permanecía quieta y colgada de un gancho de acero, como si fuera un enjambre, la planta de la cera, situada sobre el pequeño poyo de mampostería y bajo el cual se guardaban las bombonas.  ¡Qué bien están las bombonas protegidas en su casita!, pensó. En la parte superior de este poyo, además de la planta de la cera, estaba otra, la enredadera verde de hojas triples, alargadas y finas. En medio de ambas y en un frasco de cristal, tres pequeñas herramientas (palita, rastrillo y tridente) para remover la tierra de las plantas y organizar su trasplante.  Complacida sonrió. Se volvió a llenar de aire y pensó: es un pulmón más, un pulmón exterior e hijuelo de otros tantos pulmones de distintos tamaños que abundan y que están salpicados por todo el planeta. Y además este pulmón al que ahora me alongo comunica directamente con mis dos pulmones y, ahora más que nunca, se nos hace necesario mantenerlos limpios y ávidos de aire puro sin contaminar, de oxígeno.
Tal vez hoy, más que nunca, pese a que siempre ha sido consciente del gran beneficio que desprenden  plantas, árboles, praderas, todos habitantes de su propio reino, tal vez hoy ella agradece el inmenso vergel que la ha acompañado durante tantos años.
El oxígeno, el aire puro y no contaminado junto con esos escasos metros de solaz, estaba siendo un lujo impagable a su entender. Mientras, se queda pensando y se le plantea la duda de si el virus viaja cabalgando sobre el viento y la lluvia, pertrechado con toda su artillería pesada.
Guarecida en su pequeño refugio, después de tantas jornadas de esfuerzo por salvar vidas, pensó que ese pequeño habitáculo era capaz de alentarla. Por eso y por unos instantes se sintió segura sabiendo que estaba haciendo lo debido en su tiempo libre: cuidándose, que era como si siguiera cuidando al resto de la humanidad.
Continuó allí, pegada al alféizar de la ventana y una nueva reflexión anidó en su pensamiento: tal vez nunca debimos descuidar nuestro ecosistema.
 Las manos de la lluvia, que seguía cayendo,  y de  las plantas, que durante largo tiempo había cuidado con tanto mimo y dedicación, la hacían sentirse reconfortada, pese a que dentro de dos días volvería otra vez a vestirse de verde, ese color que siempre le gustó.


jueves, 9 de abril de 2020

Dulce





Abrió la gaveta que, durante tanto tiempo, había permanecido cerrada. O, a lo sumo, había sido abierta para depositar dentro de ella algún alfiler, algún imperdible o algún pequeño tornillo que había sido encontrado en cualquier esquina de la casa cuando recogía, barría y fregaba los viernes.
Se entretuvo, por esta vez, más tiempo que el acostumbrado abriendo aquel cajón de madera noble y que formaba parte de la cómoda centenaria. Revolvió apenas dentro de él y encontró dobladas a la mitad tres cuartillas con una receta escrita a máquina en cada una de ellas. Las tomó entre sus manos y pensó: ¿escritas con una Olivetti o una Hispano Suiza tal vez?  Pero le era  imposible determinar con qué máquina habían sido hechas.
Las tres recetas estaban metidas dentro de un libro; Historia de Gloria. Amor, Humor y Desamor. ¡Mi madre!, pensó. Esas recetas eran de su madre con el membrete en la parte inicial de la cuartilla de Hogar Club Canarias. De repente, le vino a su memoria aquel programa radiofónico al que su madre era asidua, casi adicta. Cada jueves era radiado de 11h a 12 h de la mañana. Y cada jueves se aportaban distintas recetas de cocina que las oyentes enviaban, a través del correo postal, a la emisora desde distintos puntos de las islas para ser leídas a través de este medio radiofónico.
Allí estaban las tres hojas amarillentas y dobladas por la mitad cada una con  sus ingredientes y con el modo de hacerlas.

-      Tortitas de pescado
-       Croquetas de bacalao
-       Dulce

Al tomar aquellas hojas entre sus manos se emocionó y le hizo retrotraerse a los tiempos de la radio. La radio por las mañanas, la radio por las tardes, la radio por las noches… Sin embargo notó ciertas modificaciones escritas a mano y que le resultaron reconocibles en su grafía.
A las tortitas de pescado, cuyo título aparecía en mayúsculas, le había añadido: “Suéltele unas TORTITAS DE PESCADO y le tendrá bien atado”
A la receta encabezada como croquetas de bacalao fue capaz de modificarla escribiendo de su puño y letra: "BACAlado DE BILBAdo”
Y a la del dulce le antepuso “A nadie le amarga un DULCE”
Leyendo estas curiosas modificaciones en los títulos, descubrió un sentido del humor y un juego de palabras nunca antes visto por ella, capaz de reescribir títulos de recetas a su amaño dándoles un toque humorístico.
Tal vez había sido esa Gloria, Gloria Fuertes, la que inspiraría a su madre ejerciendo el influjo más agudo sobre su inventiva. Esa mañana encontró dentro de aquella gaveta que “aún olía a naftalina” tres variedades de dulces casuales…tal vez.
Volvió a esbozar una sonrisa con las tres cuartillas entre sus manos mientras releía lo escrito en una de ellas; y es que “A nadie le amarga un dulce".
         
                                                                    





lunes, 6 de abril de 2020

Regalo

                                                    Foto Tanci


Hoy para ti, 
flores de mi jardín. 
Que es el tuyo, el mío,
el de todos...al fin...
Hoy para ti,
flores porque sí.

jueves, 2 de abril de 2020

Despedida de un paisaje

                                     Diseño Tanci

No le reprocho a la primavera
que llegue de nuevo.
No me quejo de que cumpla
como todos los años
con sus obligaciones.

Comprendo que mi tristeza
no frenará la hierba.
Si los tallos vacilan
será sólo por el viento.

No me causa dolor
que los sotos de alisos
recuperen su murmullo.

Me doy por enterada
de que, como si vivieras,
la orilla de cierto lago
es tan bella como era.

No le guardo rencor
a la vista por la vista
de una bahía deslumbrante.

Puedo incluso imaginarme
que otros, no nosotros,
estén sentados ahora mismo
sobre el abedul derribado.

Respeto su derecho
a reír, a susurrar
y a quedarse felices en silencio.

Supongo incluso
que los une el amor
y que él la abraza a ella
con brazos llenos de vida.

Algo nuevo, como un trino,
comienza a gorgotear entre los juncos.
Sinceramente les deseo
que lo escuchen.

No exijo ningún cambio
de las olas a la orilla,
ligeras o perezosas,
pero nunca obedientes.
Nada le pido
a las aguas junto al bosque,
a veces esmeralda,
a veces zafiro,
a veces negras.

Una cosa no acepto.
Volver a ese lugar.
Renuncio al privilegio
de la presencia.

Te he sobrevivido suficiente
como para recordar desde lejos . 

               (Wislawa Szymborska)