jueves, 30 de mayo de 2019

A solas






¡Me cuesta tanto
entender al humano!
Inexplicable.


lunes, 13 de mayo de 2019

Canelo

                               
                                         Foto Tanci



Canelo era un perro. Era el perro que cuidaba la casa granja. Y era además de color canelo. Era un podenco no muy grande de ojos avellanados de mirada tierna y convincente. Creo que le fue dado ese nombre por el color castaño de su pelaje con ciertos matices más blancos en sus cuatro patas.
Cada vez que mi abuelo iba a las huertas, Canelo lo seguía fielmente. El abuelo delante, canelo detrás y por último el gato Chispita, que también decidía apuntarse a la gira emprendida.
Canelo era obediente, sólo con oír  vocalizar su nombre, éste entornaba sus orejas, fijaba su brillante mirada y meneaba alegremente su rabo, que también era canelo aunque algo más claro.
Al abuelo le gustaba hacerse acompañar de Canelo. Éste,  con un ligero trote se adelantaba unos cuantos metros del paso lento del anciano cuando caminaba por la vereda festoneada de flores amarillas de las trebinas. De repente Canelo paraba y miraba hacia atrás con el hocico enfilado, como intentado buscar la presencia de su acompañante. Ahí esperaba pacientemente por él, y,  en el instante en que el abuelo llegaba al pie de Canelo, recibía sobre su lomo la palmadita afectuosa, la caricia cálida sobre sus orejas mullidas. Esa era la recompensa a  su fidelidad. Y otra vez vuelta a empezar hasta llegar a su destino. Siempre a su alrededor, menos cuando Canelo decidía salir a buscar novia.
Un día, tras la dura faena en las huertas de El Tablero, el abuelo regresó como de costumbre con el cabo de la azada colocado sobre  el hombro derecho, pero en su mano izquierda portaba el sacho de hierro que había empleado para cavar la tierra de labor.
Al llegar a la casa, la abuela le preguntó extrañada la razón por la que había regresado tan temprano. A lo que éste le contestó: - se me cayó el *canelo.
Apegada como siempre estaba a las faldas de la abuela y pendiente de aquella conversación, sentí el corazón latir mucho más fuerte de lo habitual. Algún temor hizo que pensara preocupada más de lo debido en Canelo, el perro. Porque en verdad Chispita estaba desde hacía rato ronroneando a mis pies y, sin embargo, no vi al perro.
Mientras, en medio de aquella conversación noté que ambos echaban un vistazo al extremo del cabo desencabado del sacho, por lo que el abuelo pidió a su mujer que buscara en la gaveta de la mesa de la cocina a ver si quedaba  algún canelo de los que hacía poco tiempo le había comprado al herrero.
Mi curiosidad no tenía límites, atenta en todo momento a la maniobra de los mayores, seguí a la abuela y vi que extraía de un viejo papel bien enrollado dos cuñas de las cinco que había dentro. Tenían forma triangular y ninguna era exactamente igual a la otra. Su color era ferrugiento, dejando el ferruje en las manos al más mínimo contacto con ellos.
El abuelo, mañoso como era en las lides del campo, cogió el cabo, lo volvió a colocar en el orificio del sacho, claveteó con un martillo  en el centro del palo uno de aquellos canelos de hierro y terminó clavando otro a su lado, de tal manera que la madera se hinchó y el cabo quedó bien ajustado.
Comprendí enseguida que a Canelo nada le había pasado. Probablemente estaba de farra como solía, alguna que otra vez que se escaba de la casa a buscar novia.

*Canelo. De color castaño o matices parecidos. Pequeña cuña de hierro para encabar herramientas.(Tenerife)
Diccionario de canarismos. Antonio Lorenzo. Marcial Morera. Gonzalo Ortega.