jueves, 22 de julio de 2021

Cabello

 


                                                                                                                     Foto Tanci


Con las pantanas

elaboramos dulce.

Cabello de ángel .

domingo, 11 de julio de 2021

Tachos: guelfos y majalulos


La primera vez que tuvo contacto directo con aquel animal fue en una de las calles todavía sin asfaltar de su barrio.

Se escapó de su casa para verlo de cerca dos calles más abajo de su domicilio. Cuando lo tuvo en frente se pensó dos veces acercarse más de la cuenta a él, tal era su altura y su envergadura aunque deseara tocarlo y acariciarlo, sobre todo su cabeza que le parecía graciosa. Se le hacía amigable cuando lo miró directamente. También él clavó sus ojos en ella, y terminó tranquilizándola ya que le parecía que tuviera una mirada de expresión comprensiva. Daba la sensación de que su sonrisa era permanente, con su labio inferior ligeramente abatido pero lleno de pelitos que, por un momento, le recordaron a determinadas mujeres mayores en las que, por su edad, les va creciendo algunos pelillos rebeldes escondidos bajo su barbilla, pero con los que no hay rechazo alguno, si acaso ternura. También los tenía en sus mofletes. Movía su cabeza con parsimonia de un lado a otro como si de un balancín lateral se tratara pero en cámara lenta. La boca era grande, a su parecer, y los dientes enormes, mal colocados y amarillos. Se fijó también  en  los ojos  que eran alargados y peinaba unas pestañas más bien extensas y esto lo hacía más interesante aún, como no queriendo hacer migas con nadie mirándote de soslayo. Le llamaba la atención sus mandíbulas oscilantes sin dejar de rumiar continuamente aunque no lo vio comer  nunca…

De sus cortas orejas  empinadas le salían unos pelillos pero se veía que tenía un buen oído porque al menor ruido volteaba su cabeza para saber de qué se trataba. En su nariz tenía dos ranuras algo brillantes, como si estuvieran húmedas.

Cuando con largos y lentos pasos llegó tras su dueño a la entrada de la casa medio construida, portaba dos grandes cajones de madera, uno a cada lado de su cuerpo, de gran anchura y que tenía una compuerta por debajo atada con una  fina soga retorcida. Cuando el camellero tiraba de ambas  sogas, de repente se abrían las tapas de los dos cajones y bajaba una gran cantidad de arena que quedaba en dos grandes montones entre las cuatro patas musculosas del animal, a la vez que un polvillo fino se elevaba hasta perderse en el aire. El camellero no la dejó acercarse y le impuso, apenas con su mano, una especie de acotamiento imaginario por lo que entendió que de allí no se pasaba, intuyendo ella que algún peligro podría haber y mientras le decía… 

—Quita pa’llí que éste ya no se revira como un guelfo pero hoy no tiene buen día y está malhumorado y como siga obstinado te suelta un par de  patadas qué… y si le da, luego va y te escupe…

Cuando dijo lo de escupir,  debió notarse la expresión de sorpresa en su rostro porque no podía imaginarse un rumiante escupiendo como lo hacen las personas y menos que le llegara la escupitina a la distancia en la cual se encontraba… pero de nuevo el camellero se dirigió a ella para tranquilizarla y  acercándose agachado a su altura le dijo: 

   —Tú no te preocupes pero no te acerques mucho al majalulo que, si no lo molestas,  es un animal tranquilo y  casi siempre tiene buen humor— dijo el camellero—. Haciéndole saber  lo inteligentes que eran pero también lo impredecibles que podrían llegar a ser, llegado el caso.

Como demostración lo sacó de entre la arena recién depositada entre sus patas, y  dirigiéndolo hacia un  lado y haciendo un chasquido con su boca, de nuevo, al tiempo que tiraba de las bridas, le indicó que se sentara: 

¡Fuche! ¡Fuuche! ¡Fuuuuche!  ¡Qué te fuches te digo, tozudo!

Y aquella mole se inclinó primero doblando sus patas delanteras,  apoyando sus rodillas sobre el suelo, para dejar caer todo su cuerpo sobre las traseras, quedando sentado completamente.

Ella abrió, exageradamente, sus ojos color miel esbozando una sonrisa nerviosa que debió ser por la admiración de verlo en el suelo sentado,  llegándole al camellero el mensaje,  por lo que repentinamente la alzó en brazos y sin mediar palabra, la montó sobre la corcova del animal postrado… Mayor alegría no pudo haber habido para aquella niña que se imaginaba al trote por desiertos y dunas de arenas rubias y cambiantes al más puro estilo de Lawrence de Arabia…

—Acarícialo, tócalo, cógelo del pelo — le dijo, mientras no la soltaba de la mano para su mayor seguridad… Fue lo suficiente para que percibiera su pelo fuerte, grueso y de color castaño. Una vez que la bajó de su giba y lo hizo levantar  mediante un tirón de bridas musitando de nuevo  el chasquido de su boca, se dio cuenta  de que su cola se parecía a una soga como las que cerraban los dos cajones que portaba, aunque algo más gruesa y más larga.

Siempre se le quedó el interrogante de saber desde dónde acarreaban la arena por un lado, y de dónde provenía aquel camello que dio tantos viajes para hacer acopio de la  suficiente arena como para ejecutar una de tantas casas terreras que iban poblando aquel concurrido y popular barrio capitalino. 

Con el tiempo y en la escuela, aprendió que no era un camello propiamente dicho sino que a los de una sola joroba los llamaban dromedarios. Ese dromedario canario llamado “tacho” llegó a ser el animal más codiciado, símbolo de prosperidad y estatus social. Tan cercano y necesario entre los campesinos y que ha estado presente en los últimos siglos en las islas y en los campos canarios.

Igual que aquel que aparecía dibujado en la cartilla de lectura cuando aprendió sus primeras letras trabadas: DRO-ME-DA-RIO.

Pero ella prefería seguirlos llamando camellos, le era más cómodo y cercano ese vocablo

Y por si fuera poco, le gustaba que los tres Reyes Magos de Oriente cabalgaran sobre esos tres animales, lujosamente adornados con sus capas tejidas en seda y lino de distintos colores. Con una sola peta, le parecían a ella unos camellos más bellos, esbeltos y estéticos.



viernes, 9 de julio de 2021

Hojas






 Con solo una hoja

de la calabacera,

me hago un paraguas