martes, 13 de diciembre de 2022

Venta por Navidad

 

                                                    Foto Tanci




La antigua venta

todavía está abierta,

iluminada.

¡Ay! ¿No me falta nada?

Sólo me falta entrar.

miércoles, 7 de diciembre de 2022

Luminarias

 

                                                                                       Foto Tanci


"La obra de un hombre no es otra cosa que esa lenta caminata para redescubrir, mediante el arte, esas dos o tres grandes y sencillas imágenes en cuya presencia abrió su corazón.”


Albert Camus

jueves, 24 de noviembre de 2022

Badanas




                                                          Fotos Tanci.


“Por San Andrés, el vino nuevo, añejo es”


 Así, cogida de la mano de mi abuela caminaba, y ambas, pegadas al borde de la carretera que pasaba por debajo de la casa, emprendíamos el camino.


"Vamos a llegarnos a casa de Claudio que trabaja en una finca en la costa, a ver si le queda algún rolo de los que suele traer".

 

Así me decía mi abuela, como si yo dispusiera algo en sus decisiones. Emprendiendo el recorrido, notaba como su mano cariñosa y grande agarraba la mía y nos disponíamos a caminar hasta llegar, ahí más allá, hasta un camino empedrado y empinado que había que bajar.


Lo del rolo me hacía mucha gracia porque la versión que yo conocía hasta el momento era la escatológica y que tanto le gusta a un niño ¡Fuerte un rolo! Estaban los rolos que dejaban a la vista los gatos más perezosos y que no llegaban a tapar con la tierra sus excrementos. Tan limpios ellos. Los rolos de los perros que los hacían por alguna orilla de las huertas, pero nunca en los alrededores de la casa. Los rolos de las personas dando muestra de un buen comer y de un buen funcionamiento de sus intestinos. Pero aquel rolo que iba a buscar mi abuela no era el que estaba instalado en mi pensamiento, más bien yo intuía que era otro bien distinto. No le pregunté a mi abuela, porque al fin y al cabo  iba a descubrir la clase de rolo que mi abuela necesitaba.


Una vez bajada la calzada y llegando a la doble portada de madera tosca que trancaba la casa, mi abuela se desprendió de mi mano y aflojó unos cuantos toques con la palma de su mano en la hoja que estaba entreabierta ¡Pam, pam, pam!


Y llamando con voz sonora, entonada y  cantarina dijo:


-¡Claudio! ¡Claudió! ¡Claudio!, mientras que del interior salía una voz de hombre  ronca, carraspeante y nada clara.


-Pase, pase pa'dentro, aquí estoy picando estos rolos a las vacas que acabo de traer del Masapé…


En aquella habitación, alumbrada por un carburo que estaba colgado de una tacha herrumbrosa y espetada a la pared, se vislumbraban unos cilindros gruesos y altos, canelos y verdes en distintas tonalidades y que estaban apoyados al tabique de piedra y barro contiguo.


Mientras, Claudio, no dejaba de picar sobre el picadero de madera  aunque paraba por momentos para escuchar atento a mi abuela y hablar de la platanera, de los plátanos, de la finca, del agua, del tiempo y de más cosas por resolver…


¿Cómo podía hablar sin que se le cayese el trozo de cigarro que permanecía entre sus dientes medio escachado y medio encendido? Para mí era un auténtico sortilegio ese equilibrio. El sombrero gris de fieltro avejentado y calado de medio lado. La barba de días sin rasurar. Las lonas calzadas y que apenas se le veían, metidas entre todo el follaje recién picado y el olor característico al cigarro Kruger mezclado con el auténtico olor al rolo recién cortado… a las plataneras.


Había un halo semioscuro en aquel pajero, aliñado, además con el olor de la vegetación recién cortada, también con el olor a café que empezaba a desprenderse por los orificios de la otra puerta colindante.


Cuando mi abuela hubo convenido el trato con Claudio, regresamos de nuevo, no sin antes ser convidada a café, café del bueno, café del que se cuela a través del tejado de tejas.


A los dos o tres día siguientes  aparecieron en casa de mi abuela unas tiras gruesas de forma acanaladas y separadas unas de otras y que por apariencia, me dio la impresión de que procedían de aquellos rolos que estaban empinados en aquel pajero.


Había que dejar secar aquellas tiras gruesas y largas para formar otras más pequeñas y que serían las que se utilizarían para atar la viña en el momento de levantarla y en su tiempo correspondiente.


Para nosotros eran unas sogas magníficas que empleábamos para casi todos los juegos infantiles. Hacíamos pelotas para jugar al fútbol o jugar a tirárnoslas para atinar el lanzamiento. Como correa atada a la cintura para colgar nuestras espadas y pistolas a modo de carcaj. Hacíamos trenzas y usábamos las badanas para atarlas de un árbol a otro para tender la ropa que rapiñábamos de la pila de lavar.


Nos hacíamos pulseras trenzadas de oro  y anillos de diamantes enormes con piedras de obsidiana. ¡Cuánta imaginación con tan poco! Las diademas y coronas reales no faltaban y mi hermano confeccionaba unas preciosas cometas con papel de embalar que pintábamos de colores rojo, verde, amarillo y azul, donde la cola y el hilo era de este material tan jugoso y recurrente. Mi hermana utilizaba algún trozo más ancho de badana para marcar su libro de lectura.


Pero aquellas tiras había que trabajarlas para poderlas emplear en tantos medios.


Mi abuela les quitaba una especie de fibra parecida a una tela fina que estaba pegada al envés de la badana y posteriormente las ponía de remojo en la pila de piedra alargada de lavar durante un par de días. Luego cuando estaban flexibles, hacía tiras, manualmente, del tamaño de un dedo de grosor y como de un metro de largo, y las iba colocando unas junto a otras hasta formar un  manojo. Luego los colgaba de las ramas de los árboles más cercanos a la casa para que escurrieran el agua. Formaba varios manojos. Tantos como personas iban a participar en la tarea de levantar y  atar la viña ese año.


Era un material de fibras vegetales naturales y flexibles,  que ahora se denominaría de reciclaje, pero antaño se usaba para las labores agrícolas como atar la viña o alguna labor doméstica como cerrar la puerta del gallinero, atar la pata de una gallina clueca a una piedra para que no se escapara o simplemente colgar algo de una pared…


Hoy, creo que este recurso ha quedado en desuso cambiándolo por hilos de rafia o hilos de plástico.


Nosotros nos sentíamos poderosos e importantes con el pequeño manojo que mi abuela nos hacía para mis hermanos y para mí. Fajarnos a la cintura aquellos manojos de tiras de badana, era como si nos sintiéramos mayores y eso nos daba cierta seguridad. Pero nosotros usábamos aquellas tiras para nuestros juegos inventados y particulares. La labor de podar, levantar y atar la viña se dejaba para manos expertas, adultas y amorosas. Y eso eran  palabras mayores.


 


  “Bebe vino y come queso y llegarás a viejo”


Fotos: Tanci

1.Platanera sin cortar el fruto ni el rolo.

2.Artesanía de álbum de fotos realizado íntegramente con las badanas( fibras naturales extraídas del tallo de la platanera)

domingo, 20 de noviembre de 2022

Mar y nostalgia

 


                        Diseño Tanci. Óleo sobre bastidor en proceso.



Nostalgia


Ahora estoy de regreso.

Llevé lo que la ola, para romperse, lleva

—sal, espuma y estruendo—,

y toqué con mis manos una criatura viva;

el silencio.

Heme aquí suspirando

como el que ama y se acuerda y está lejos.


                  (Rosario Castellanos)



lunes, 14 de noviembre de 2022

Vigilante

 

                                               

                                            Foto Tanci




Tarde de otoño.

La torre me vigila

a la salida.

martes, 8 de noviembre de 2022

Necesaria concentración



                                                                    Fotos Tanci

 


¡Qué gran revuelo
de peces de colores
en el estanque!
Todos se reunieron
alrededor del pan.

miércoles, 2 de noviembre de 2022

Telas



.                                                         Foto Tanci


                                       





Entre naranjos

y sobre espesas telas

cae la lluvia.

martes, 25 de octubre de 2022

Farola

 

                                        Fotos Tanci




Con entusiasmo

me acerqué a la farola

que destacaba

en la vieja ventana.

Sólo quise prenderla.






miércoles, 12 de octubre de 2022

La molienda

 








Ayer pasé por el molino de gofio. La tarde lluviosa y gris presagiaba un tiempo otoñal que tanto venía deseando durante el verano. El alisio cargado de humedad nos acompaña eternamente y es bueno que así sea porque los campos de hierba no terminan de amarillear permaneciendo verdes, aunque no sé si es bueno para la cosecha del cereal. Nada más acercarme a varios metros de distancia del molino de gofio, el olor me transportó a tiempos infantiles en los que ir a la molienda de la mano cálida de mi abuela era como dar un largo paseo por caminos y veredas cuyas orillas estaban festoneadas de florecillas amarillas, de las trebinas que poblaban parte del trayecto. De tramo en tramo yo recogía algún chupón de tallo largo donde se mantenían colgando esas florecillas y me lo llevaba a la boca sacándole todo el jugo que podía. El sabor era ácido pero dejaba la boca fresca y olorosa. Después de mascarlo varias veces me deshacía de aquel envoltorio totalmente triturado. Yo me dejaba guiar dócilmente llevando el mismo paso que mi abuela y sabía, porque mi corazón así lo dictaba, que ella se sentía satisfecha y feliz conmigo a su lado. Por mi parte, me sentía segura y tranquila por aquel camino que ella conocía a la perfección y del que yo lo ignoraba todo. Yo sólo lo descubría olfateando la humedad del ambiente, la brisa ligera, la hierba recién serenada con pequeñas gotitas sobre ella...La vereda al fin y al cabo.

 

Antes de salir de la casa, ella sacaba la burra del establo y la albardaba. De ojos canelos y pelambre un poco larga, casi del mismo color que sus ojos, se dejaba acariciar por su dueña. Alrededor de sus ojos tenía colocados dos anillos de pelo blanco que parecían la montura de unas gafas de vista  ovaladas. Mansa, lenta y tranquila, la burra hacía lo que mi abuela, también con su armoniosa lentitud,  le ordenaba.  Esperaba quieta y paciente a que le pusiera sobre su lomo el saco protector de arpillera canela, como si de una cálida mantita se tratara, y más tarde colocaba la albarda sobre ese saco protector. Encinchaba con una especie de correa  gruesa debajo de su vientre blanco, ajustando con relativa fuerza la hebilla para que la albarda no se moviera hacia los lados. Ajustaba también a su cuello el pretal de tal manera que la albarda no pudiera deslizarse hacia atrás. Cuando mi abuela ajustaba las cinchas sobre las ancas del animal, vigilaba que estuvieran bien colocadas para que no se le fuera la albarda para adelante al animal. Después sacaba su cola a través de la cinta de cuero que pasaba justo por debajo de la cola  para que quedara libre de movimiento, al tiempo le daba unas palmaditas cariñosas en el lomo y acariciaba con ternura aquel manojo apretado y  cilíndrico de pelo canelo que caía como una cascada sobre sus patas posteriores. Me asombraba ver que nunca la burra levantó sus patas traseras como queja o porque estuviera enrabiscada. Esta acción, ponernos detrás de las patas traseras de las bestias o a su lado, estaba totalmente prohibida a los niños. A no ser que estuviéramos en compañía de un adulto. Pero esta burra respondía dócilmente a los halagos de mi abuela y se dejaba llevar por su manejo. A mí me encantaba cuando bajaba su cara y yo podía alcanzarla para tocarla entre sus dos ojos al tiempo que notaba su respiración tibia en mi brazo.

Después cargaba los dos sacos de trigo y millo, uno a cada lado de la albarda apretándolos bien con las sogas atravesadas, dando al final garrote con una soga más gruesa para que los dos sacos quedaran totalmente inmovilizados.  Después emprendíamos la marcha hasta el molino de gofio más cercano. Allí siempre había cola y cada persona llevaba su carga. Fuera mayor o menor debía esperar y tener paciencia ya que la molienda era un proceso artesanal y lento. Por fuera de donde estaba el molino habían dos rústico bancos hechos de madera de pino donde se sentaban los clientes mientras esperaban a que se tostara y luego se moliera el grano. Los niños allí concentrados teníamos una buena excusa para cultivar nuestra paciencia y era esperar por las rosas que salían florecidas del millo y que se nos ofrecía como un gran regalo para nuestro disfrute. 

Una vez se molía el grano,  mi abuela y yo emprendíamos el camino de regreso inundadas ambas del mejor aroma que mis sentidos puedan, a día de hoy, recordar. De caminar ahora por aquella senda, segura estoy que me envolvería de nuevo el perfume embriagador y que jamás olvidaré.

Mi abuela regresaba contenta y satisfecha sabiendo que tenía suficiente sustento para buena parte del tiempo en aquella casa. 

domingo, 9 de octubre de 2022

Roque



                                                                                                                             Foto Tanci




                       Sigue impasible

                  el vigía del Valle.

               Roque de Jama.



sábado, 1 de octubre de 2022

Barrunto

.                                                                   Foto Tanci






 Sobre el pueblito

un gran nubarrón negro.

¿Tiempo de lluvia?

sábado, 10 de septiembre de 2022

Mi abuelo y su cachimba


                                              .                                                   Foto Tanci


Mi abuelo fumaba en cachimba. Agarraba la cazoleta firmemente entre el dedo gordo de la mano derecha y el índice, mientras el resto de los dedos apoyaban en forma de cascada para afianzar aquel sólido y brillante instrumento.

Me llamaba la atención cómo mantenía su cachimba con fuerza entre los dientes chupando e inhalando de vez en cuando mientras yo veía salir el humo a través de los orificios de la tapadera de metal que estaba sobre la cazoleta. Cuando se le apagaba o se le gastaba la picadura, sacaba del bolsillo de su pantalón una pequeña bolsita de tela hecha a mano cerrada con un cordel, daba unos toquecitos con la cachimba vuelta del revés sobre alguna laja o muro cercano y desprendía los restos del tabaco quemado que quedaban incrustados en su interior. Después rellenaba la cazoleta con la picadura que sacaba de su bolsita y apretaba con el dedo gordo hasta comprobar que había firmeza en el llenado. Luego prendía con un fósforo inhalando con fuerza hasta lograr mantenerla encendida otra vez. Hecho esto, picaba la comida de los animales que abundaban en aquella casa granja. Con la mano derecha sostenía el machete, de hoja larga y bien afilada donde se veía un mayor brillo del metal en la zona intermedia de la hoja en que incidía más el corte repetidas veces con la fricción de la hierba. La parte del mango para sostenerlo era de madera basta y sin pulir. Ese machete lo había traído de Cuba y era su útil en las plantaciones de caña de azúcar de aquella isla caribeña.

Al regreso a su terruño no se deshizo de él y siguió formando parte de su trabajo diario. Hasta hace bien poco rodaba por alguna estantería dónde están guardadas actualmente las herramientas…Cada tarde y antes del anochecer mi abuelo picaba los tasagastes y los palotes de millo al ganado como también lo hacía con las hojas de tabaco que compraba en una venta que había un poco más allá de la casa. Además de los abastos necesarios para las necesidades diarias de cada hogar, Pepe el ventero vendía sogas, lonas, cedazos, cubos, sacos de arpillera, clavos, picadura para el tabaco y algún que otro elemento más que se exponía colgado de una liña que atravesaba el habitáculo de aquella venta de lado a lado. Mi abuelo tenía la costumbre de picar su tabaco cercano a la hora de cenar. Esa costumbre era más bien nocturna, cuando mi abuela terminaba de apartar el potaje del fuego y se disponía a colocar la mesa. Mi abuelo levantaba por una esquina el hule que protegía la mesa de San Antonio. Esa mesa estaba en la cocina,  y en la misma esquina y como si fuera un ritual picaba su tabaco para que le quedara menudo. Mi abuela no veía con buenos ojos aquella costumbre ya que la mesa iba adquiriendo cortes tras cortes de hundir cada vez su navaja para llevar a cabo tal operación. Al acabar, colocaba de nuevo el huele sobre las heridas de la mesa que quedaban tras terminar de picar el tabaco, y aquí paz y en el cielo gloria. Mi abuela procuraba que no le provocara una gran irritación pasando por alto tal acción. Hoy yo me remiro en esos surcos que en su momento realizó mi abuelo para el único vicio que tenía: la fuma. 

Cuando nos sentábamos en la mesa, mi abuelo se quitaba el sombrero y yo notaba en la parte superior de la cabeza cercana al cabello una franja más pálida que el resto del rostro, mientras se frotaba su cara con cierto cansancio. Tras lavarse sus manos en la pileta que había en el patio y secarse con el paño de cocina que colgaba de una tacha en la parte superior derecha de la pileta, volvía a la mesa y ocupaba siempre el mismo sitio. Mis hermanos y yo también teníamos nuestros sitios asignados y allí, en medio de aquella mesa rectangular y familiar, alumbraba, con luz amarillenta y tintineante, una capuchina de petróleo cuya llama se encendía a la hora de oscurecer que coincidía con la hora de cenar. Para darle una mayor altura a la llama, la capuchina se colocaba sobre una especie de banquito pequeño de cuatro patas y pintado de verde que había sido elaborado para tal efecto. Mientras que el olor a potaje de coles con su carne de cochino inundaba aquella estancia, el abuelo intentaba su diálogo con sus nietos. Con los platos de potaje delante de cada comensal, me decía: ¡Mete pal saco, Tanci! Yo lo observaba y sin comprender nada de esa expresión le decía enfurruñada y a media lengua: ¡Mete tú que yo no meto! Con lo que las risas iluminaban los rostros adultos de los allí presentes. Mi abuelo insistía con la misma cantinela un par de veces más a lo que yo siempre respondía de igual manera… Al final, él intentaba clarificarme y sacarme de mi enfurruñamiento: ¡Mete pal saco Tanci, que en comer está la ventaja! Anda come… y yo que tengo un buen saque no esperaba a más dilaciones y me terminaba mi potaje con gofio sin dejar nada en el fondo del plato.


  


jueves, 8 de septiembre de 2022

Adiós verano







Atrás queda el verano.Meses intensos y  cuajados de frutas redondas y maduras que siguen recordándonos el ciclo vital.La conversa de Jimena a media lengua que ya es a lengua entera...  pajaritos, mariposas que observa y la embelesa.Plantas y semillas para verlas crecer...hay que estar muy atenta para que no mueran de sed. La limpieza del sitio es tarea a realizar, rastrillar la hojarasca para luego barrer el lugar... Regar las flores es su ritual particular, nunca lo rechaza y lo pretende recordar. Ya sabe usar la manguera y su pequeña regadera,  teniendo cuidado el agua no malgastar. Voló el tiempo y entre medio alguna tarea de concentración y de relax...dibujar y pintar y cómo juego social el de la oca  que es tan familiar...¡Tan excitante es saltar de oca en oca y tiro porque me toca! Juego iniciático donde normas y reglas están dispuestas para saber acatar: cultivar la paciencia, aprender los primeros números y hasta poder sumar...moldear  el carácter pensando en los demás...no todo es ganar.

Voló el tiempo.Risas y fiestas en un inciso para poder peinar a la Yaya Fide con el peine de rizos que aprendió a utilizar.¡ Vaya descubrimiento! ¡Un peine especial para sus rizos que antes nunca había visto! Qué poco duró este tiempo de estío, pero pudimos en la azotea hacernos una choza y comernos una chocolatina dentro de ella, mientras esperábamos acurrucados, ver salir las estrellas...este año más brillantes y más bellas. ¡Voló el tiempo! Cerrar cada noche las ventanas como seguridad para tranquilos poder descansar. Se va el tiempo de estío y con él , un  tiempo de enseñanza y aprendizaje en las tardes cálidas y rojas de días largos en estos meses de verano. Voló el tiempo y Jimena sigue aprendiendo. Ahora toca continuidad con  amiguitos y maestros en su pequeño colegio.

martes, 16 de agosto de 2022

Una estrella

 

                                                                             Foto Tanci




Una estrella en el cielo

una estrella en la mar

una estrella engalanada

una estrella y mucho más.


En la noche cuajada de estrellas

te quise descolgar

mirando al firmamento

no pude,

brillando permanecerás.


Con su paso

eterno e inquieto

nos sigue iluminando

nos llena de recuerdos.


Esta estrella

única y fugaz

sigue tintineando

a perpetuidad.

miércoles, 3 de agosto de 2022

Pequeño vergel de vida

 .













                                                                             Fotos Tanci



"La palabra humano viene de humus, tierra. La tierra es nuestro espacio de resonancia, que nos llena de dicha. Cuando abandonamos la tierra nos abandona la dicha" 


Han, Byung Chul (2019) Loa a la tierra. Un viaje al jardín. Barcelona, España : Herder Editorial pág. 144


Tierra, agua, sol, abono...y ya... Es suficiente.No quiero pensar ahora mismo en la tierra quemada y esquilmada por un incendio voraz que le ha quitado su jugo, su vida y parte de su esencia, arañando su piel y  sus entrañas ...Hoy me remiro en la belleza que me permite mantenerme serena y armónica en un pequeño mundo de bondad y crecimiento. No sé si llegaré a ver el monte verde o si desde mi azotea podré ver La Fortaleza fortalecida y creciendo...no lo sé, pero el olor a humo y a quemado bajaba hasta aquí y se colaba, sin ser invitado,  apenas que abriera la puerta de la casa o sus ventanas.Y trocitos de virutas, cenizas, corcho y pinocho  se arremolinaban por las esquinas y alfombraban las azoteas de un tono pardo, negruzco y sucio. Eso no lo quiero y por ende no lo construyo. Mientras, construyo en San Juan de la Rambla un pequeño vergel de vida.Mucha vida. ¡Claro que es suficiente!

viernes, 24 de junio de 2022

Fogaleras de San Juan

                            





                         ¡Es la víspera!

¡ Es la ilusión!.

Es San Juan, quizás sea un don.

Se tiñe de rosa el cielo,
 la luna, prendida,
juega a la escondidilla,
tras las nubes encendidas.

 Viajeras unas, 
otras adormecidas...

 Hasta ellas el humo llega,
 neblinas que les son ajenas,
prendidas en el aire
como algodones de fiesta.

Crecen las fogaleras
en algún solar abandonado
un terraplén, una huerta,
 también en el asfalto.


¡Clin,clan!...una monedita pa' San Juan
¡Clin, clen!...pa' esta noche arder
¡Clin, clon!... San Juan encendió
¡Clin, clun!...¿por qué no la saltas tú?
¡Claro que sí¡  ¡la saltaré por allí!

jueves, 23 de junio de 2022

Bajamar en Bajamar





"El paisaje se vuelve humano, se convierte en un ser pensante, vivo dentro de mi"

No se trata de pintar la vida, se trata de hacer viva la pintura"

                  (Cezanne)








                           Diseño Tanci.Óleo a espátula sobre lienzo.

domingo, 12 de junio de 2022

Vegetación

 


                                                                                                                                                                                                                                                                               Foto Tanci




Tras la retama

y acercándose al pino

un tajinaste.

martes, 31 de mayo de 2022

Casa de la claridad






.                                                           Fotos Tanci



La casa sola sobre el mar,
dentro del mar, por fuera.
Vivir en ella, toda
la luz enfrente verla
caer en la mañana honda,
la luz arriba clamorosa
un bosque desleído.
Adentrarme por ella.
Infinito ramo de luz
ilumine la casa sola
dentro del mar, lámpara
celeste, ramo que prenda
fuego a todo, incendie
la oscuridad del día,
la claridad del día,
hombre de pie en el mar,
la tierra mansamente
allá en el exterior
de la casa oceánica,
celeste casa sola.


                                 (Manuel Padorno) 

martes, 24 de mayo de 2022

A mi corazón el domingo


.                                                                        Foto Tanci




A MI CORAZÓN EL DOMINGO

Gracias te doy, corazón mío,
por no quejarte, por ir y venir
sin premios, sin halagos,
por diligencia innata.
Tienes setenta merecimientos por minuto.
Cada una de tus sístoles
es como empujar una barca
hacia alta mar
en un viaje alrededor del mundo.
Gracias te doy, corazón mío,
porque una y otra vez
me extraes del todo,
y sigo separada hasta en el sueño.
Cuidas de que no me sueñe al vuelo,
y hasta el extremo de un vuelo
para el que no se necesitan alas.
Gracias te doy, corazón mío,
por haberme despertado de nuevo,
y aunque es domingo,
día de descanso,
bajo mis costillas
continúa el movimiento de un día laboral.

De «Mil alegrías —Un encanto—», 1967

WISLAWA SZYMBORSKA (Prowent, actual Kórnik, 2 de julio de 1923 – Cracovia, 1 de febrero de 2012)

miércoles, 4 de mayo de 2022

La cruz de la casa del Lomo Blanco


 


                                                  Fotos Tanci


Cada vez que aquella niña flaca, desgarbada y de pelo ensortijado miraba desde el patio empedrado de la casa hacia el pequeño corredor de tablas de tea, veía en lo alto la cruz de madera, colgada en la parte exterior de aquel balcón rematado por tejas árabes. Siempre estuvo allí acompañada de una lata mediana desteñida, vacía y ferrugienta de lo que fue, en su momento, el recipiente destinado a la fruta en almíbar, paladeado, casi exclusivamente, por algún habitante de la casa que se encontraba destemplado, alguien con fiebre, malo del estómago o simplemente inapetente. El caso es que esas latas de fruta en almíbar no abundaban en demasía y cuando se compraban para paliar  tal indisposición, acto seguido se les daba un uso práctico, porque se convertían en recipientes de distintos tamaños para sembrar alguna planta que luego se adosaría a la pared lateral de  piedra y barro de la cocina de leña. Pero también, en uso privilegiado, servían de jarrón de las flores de la cruz del corredor el 3 de mayo, Día de la Cruz.  Siempre la veía allí, colocada y atada con un cordón de pita y un rústico lazo en la parte inferior de la cruz,  haciendo las veces de jarrón.

Desde lo alto de aquel corredor se podían divisar los naranjos, el limonero, los robustos ciruelos, el almendrero, los duraznos despuntando, los nísperos de oro, jugosos… y el lagar, permanente, firme y destacado. También se veían las hortalizas, como las lechugas, tomateras y zanahorias que, conjuntamente con los bubangos y coles, venían creciendo con fuerza  formando  parte de un indescriptible paisaje bucólico. Recrear la vista era recrear el olfato, porque aquellos productos de la huerta formarían parte de suculentos caldos, potajes, guisos y compuestos de sabores y olores que han quedado impresos en su memoria.

Para el Día de la Cruz era fácil hacer acopio de  distintas flores y hojas verdes que embellecían aquella humilde cruz. Al lado de la atarjea que pasaba justo a la vera del camino que llevaba a la casa, estaban las orejas de burro. Detrás del poyo donde se descansaba a la fresca después de terminar las tareas agrícolas, estaban las helechas, frondosas y espigadas. Un poco más allá, adentrándose en las huertas y pegados a las paredes de piedra, colgaban los verodes de color verdoso y morados. Si se hacía necesario proporcionar a todo este enrame un toque de color, se completaba con los geranios rojos, blancos y rosados que crecían en los laterales de las huertas más próximas a la casa. También se podía contar con la mata de las chicharacas salvajes que, con sus pequeñas flores de  tonalidad morada, salpicaban aquel elaborado ramo de motas incandescentes.

Nunca supo por qué en casi todas las casas y en el exterior de estas, o en los cruces de caminos, o a las entradas de las veredas que llevaban hasta la casa más escondida, había plantada una cruz que era respetada por todos. Lo cierto es que cada año se las engalanaba con los más finos y delicados enrames de plantas y flores. Alguna vez oyó cuentos de labios de los más antiguos del lugar, que aseguraban que esas cruces servían para protección de los hogares y para espantar a alguna bruja a la que se le ocurriera aparecer por los alrededores de las casas o caminos.

El origen, pues,  se pierde en la noche de los tiempos. Pero lo que está meridianamente claro es que el manejo de la selección de la feraz naturaleza, variada en formas y colores, era la mayor muestra de la sensibilidad y gusto de los moradores de aquellos pagos alrededor del ritual anual. Era una forma espontánea y creativa de declarar la pasión por la vida y las costumbres. Era, al fin y al cabo, una  manera hermosa e inocente de mantener un mínimo de ilusión. Hoy permanece esa costumbre en grandes y chicos que se recrean con ella, y es la mejor manera de percibir que algo intangible nos une: la tradición y el cariño de los que en su día estuvieron y que hoy, por continuidad, afecto y herencia, seguimos manteniendo.

  

 


miércoles, 27 de abril de 2022

Planta medicinal

 


                                                                                                                              Foto Tanci



El día frío y

la planta de la salvia

no está seca.

Masticando sus hojas

me regala sus flores.

jueves, 21 de abril de 2022

Primeros frutos

 




                                                        Fotos Tanci




Cuando llegué

vi la fruta madura.

Hay para todos.

Varias picoteadas

las dejé de alimento.