miércoles, 27 de febrero de 2019

El naranjo


                                                 Foto Tanci


Cuando le saqué la foto al árbol abatido en el terreno lo hice para perpetuar lo que fue y lo que sigue siendo aun todavía. En ningún momento deseé hacer leña de este robusto árbol, ya que me parecía bello, solemne de presencia y permanencia. Cuando descubrí que este ejemplar se había secado por su propio pie, una tristeza me invadió seguida de llanto e impotencia. Un árbol se mantiene en vida por muchos años y a éste se le había tratado bien. Al igual que a los otros que eran sus vecinos, no le faltó agua, substrato, estiércol del bueno, podas regulares  y por supuesto mimo. Muchos microorganismos danzaban diariamente y a todas horas a su alrededor; cochinillas enroscadas, gusanillos, pequeñas lombricillas, bichitos negros de los llamados carreteros y hasta las hormigas marchaban en procesión a lo largo de su grueso tronco. No acepté que fuera dejando sus ramas desnudas y descubiertas de hojas, por eso desde ese instante procuré que aquel grueso especímen se sintiera a gusto cambiando su actividad por otra... ¡Ya está! Ese retorcido y grueso leño en forma de Y griega me dio la posibilidad de hacerlo útil para colocar dos grandes y apropiadas cestas colgantes, cada una con una buena mata de helecho grande. De los llamados “de a metro”. Y así lo pensé y así lo hice. No se quejó. Aquel viejo y retorcido tronco con alguna herida de algún brazo roto, quedó de nuevo lleno de belleza y esplendor. Es más, en dos momentos distintos de esa segunda oportunidad vi cómo crecieron unos  extraños vecinos  sobre su cuerpo sin vida pero en pie todavía ¡Los más bellos paragüitas de color anaranjado, amarillo y ocre entremezclados abiertos y desparpajados que yo había podido ver! Ni los toqué. Sólo los admiré para más tarde inmortalizarlos pintados en un lienzo. 
Pero aquel invierno de viento y lluvia intensa causó estragos sobre su cuerpo sin savia, sin vida, sin resistencia. No aguantó el peso de las dos cestas llenas de tierra y raíces en forma de pequeños tubérculos empapados que, conjuntamente con las hojas rizadas a modo de cinta bordada, se sacudían fuertemente, como lo hiciera un balancín infantil furioso y solo en medio de un campo. No aguantó y se vino abajo. Allí quedó tendido e inerte.
No quise hacer leña de aquel árbol caído. Postrado, esta vez sí,  en el suelo, me dio pena. Allí rodeado de hierbas verdes y frondosas, empapadas de tanta lluvia y que él mismo había aplastado sin culpa alguna. Pensé en sus jugosas naranjas invernales. En sus flores blancas e inmaculadas. Pequeñas y olorosas, se desprendían en cada estación formando una limpia y esponjosa alfombra resaltada a su pie. Resistía mi peso al subirme sobre él a por las naranjas que, obstinadas, crecían libres y casi asilvestradas en la pericosa. 
Cuando fotografié al árbol caído, lo hice por tener su recuerdo vivo, por convencerme a mí misma que segundas oportunidades siempre existen. Y por destacar la belleza  de entre las ruinas, los leños, las maderas y los restos de poda antiguos.
Cuando le saqué la foto, no quise hacer leña del árbol caído.

jueves, 21 de febrero de 2019

Drago

                               Foto Tanci


A cada instante
el drago de mi tierra, 
vierte su savia.

sábado, 9 de febrero de 2019

Recolección


                                                          Foto Tanci



A la espera estoy
de ver crecer la piña.
Tardará meses.