lunes, 25 de enero de 2021

Parterre

                                                                                                                                                                                              Foto Tanci
 



             ¡Tanta belleza!
                 Floreciendo los lirios
             en el jardín. 

sábado, 16 de enero de 2021

Todo vuelve

 

                                                                                                                 Foto Tanci

 

Los dos cofres que había en la casa familiar fueron encargados por mi padre a un  ebanista de la Orotava. Pero el acceso a ellos lo tenía en exclusividad mi madre. No en vano fueron un regalo que le hizo mi padre cuando ella vio uno expuesto en un escaparate.  Uno era de mayor tamaño que el otro, pero ambos estaban hechos de madera de tea. Ésta era una madera fuerte, dura y de color rojizo que se encendía más cuando se le protegía pasándole a toda su superficie, con energía, un trapo empapado en aceite de linaza para que fuera absorbido por la madera. Entonces quedaba más brillante y lisa.

Las tapas de esos dos cofres eran redondeadas y cada uno era portador de una gran llave con la que se trancaban. Ambos estaban sostenidos sobre dos listones movibles que atravesaban el ancho del arcón a modo de patas. La parte delantera de cada uno de esos listones estaba rematada por una especie de hoja tallada también en madera.

En uno de esos arcones, en el de mayor tamaño, mi madre guardaba tesoros: juegos de toallas, juegos de ropa de cama, paños de felpa para la  cocina, cogederos para los calderos, alguna manta de algodón esponjoso…  Pero la joya mayor estaba en un mantel finamente bordado a mano y de manera artesanal.


Cuando mi madre quería recordar lo que allí dentro se guardaba, a sabiendas de que esos  tesoros le pertenecían, recurría a mí para abrir aquellos cofres y rebuscar lo que en ellos se encerraba. Mi madre, una vez abierta la pesada tapa y sostenida con la parte que cierra el escanillo, iba sacando pieza por pieza contando la historia de cada una de ellas.

-Estas toallas las compré de rebajas en aquella tienda de La Laguna que cerraron por jubilación de sus dueños…            

-Estos paños de cocina forman un juego: mira a ver si no hay siete… van ordenados de lunes a domingo-

-A ver, a ver…alcánzame ese pañito bordado a punto de cruz. -Éste lo bordé yo, pero la presilla de vainica la hizo tu abuela-

Y así iba sacando pieza por pieza hasta vaciar el baúl para luego volverlo a llenar colocando cada una de las prendas con sumo cuidado.

Cuando sus manos toparon con un mantel bordado, había un parón absoluto. Me instaba a sostenerlo por dos de sus esquinas para seguidamente desdoblarlo mientras ella lo aguantaba por las otras dos. Así con los dos brazos abiertos, una en frente de la otra, sosteníamos aquella inmensa pieza de tela de hilo de color beige claro finamente ribeteada en color canelo, no demasiado oscuro y de dos metros y medio de largo.

La primera vez que lo vi extendido de esta manera no entendía cómo un mantel que tendría que cubrir una mesa tenía tantos cortes y recortes alrededor de él para formar sus dibujos, eso sí, con extraordinaria finura y estética en el diseño. Mientras manteníamos aquella pieza entre nuestras manos ella iba describiendo cada una de las figuras con las que fue bordado.

-Mira -decía-. Aquellos redonditos  y abultados que ves como pelotitas se llaman bodoques. Fíjate en los cuatro ramos que forman las cuatro esquinas, son exactamente iguales y están signados y bordados proporcionalmente unos y otros.

Yo miraba y sin ser consciente por mis ojos entraba esa estética y ese diseño que, si bien no era lo más atractivo para una niña de aquella edad, sí que me llamaba la atención el cariño que depositaba mi madre con sus explicaciones.

-Fíjate en la presillas que están unidas por otras presillas –decía mientras intentaba señalarme el sitio exacto de cada una de ellas.

Yo me fijaba, claro que sí, pero en algún momento mi mente se fue a aquellos manteles que aparecían en las películas y que cubrían las alargadas mesas en estancias amplias y medio oscuras   en las que se sentaban todos juntos a la hora de la cena con vestidos rococó. Y por si fuera poco imaginaba dos elegantes candelabros coronados por varias velas colocados cada uno a los extremos de la mesa. Me fui a las películas de un período donde todavía la luz eléctrica ni se intuía que podría llegar a existir…

Ella, sin saber lo que se me estaba pasando por la cabeza en un instante, seguía realzando las flores, hojas y motivos en los que se veían suavemente las puntadas derechas, oblicuas o perpendiculares en relieve.

Cuando fue consciente que mis brazos iban bajando por el cansancio y por el peso del mantel, enseguida me instaba a volverlo a cerrar y a doblarlo por las mismas líneas marcadas que había dejado la plancha. Yo no tenía la habilidad para ayudarla con la  precisión que requería aquella empresa, entonces lo depositaba sobre la mesa del comedor y terminaba ella sola la faena.


Hace apenas unas semanas decidí abrir mi propio arcón y recordé cuando diez años atrás lo hice por última vez junto a mi madre. Saqué de él un mantel bordado que me regaló cuando yo apenas tenía edad para ponerle importancia a aquellos regalos tan exquisitos, personales y bellos.  Vestí mi mesa y calculé la caída del mantel por sus cuatro lados.

 -¡Qué quede proporcional! -me dije- . Y pasé  mis manos suavemente sobre aquella tela bordada con  bellos motivos, hechos con puntadas iguales, perfectas, donde las hojas y las flores parecían salidas de láminas de viejas pinturas barrocas más que bordadas. Volví a pasar mis manos con similar calidez y ternura como otrora lo hiciera mi madre, acariciando, extendiendo y aplanando con delicadeza aquel trabajo hecho por mujeres palmeras que en tiempos antiguos, a la luz de cualquier bombillo, quinqué, Petromax  o velas, depositaron su arte y buen gusto a través de sus manos y en lo que ahora a mí me parece una joya de incalculable valor como le parecía a mi madre cuando me enseñaba su mantel…

Aquel día de Navidad, doy por seguro que, mi madre, mi padre y mis hermanos estaban todos sentados a mi vera como antaño, con la mesa vestida de gala para celebrar la ocasión.