sábado, 26 de febrero de 2022

El cuarto de tablado

 




El cuarto de tablado era, tal vez, el mejor cuarto de la casa. De gruesos muros de piedra y barro, había sido enjalbegado año tras año con una mezcla algo espesa de agua y cal, allanando y disimulando las protuberancias propias de unos muros rústicos realizados con los materiales que había en  el entorno. Era alargado y de forma rectangular,  con un ventanillo de madera tosca y gruesa de tea y por el que entraba, a través de sus rendijas, el halo tenue de los rayos de sol mezclado con diminutos puntitos de motas de polvo que flotaban en el ambiente. Se cerraba con la tranca, un grueso palo redondo que se colocaba de manera oblicua  desde una esquina de la ventana hasta un hueco de la pared habilitado para encajarlo, haciendo de palanca y trancándolo de manera firme y precisa en su totalidad. Este ventanal estaba orientado al oeste de la casa de tal forma que entraba el sol desde el alba cuando no estaba nublado. Los inviernos eran fríos y húmedos en aquella zona y en aquella época del año, de tal manera que cuando te ibas a poner la ropa por la mañana parecía como si estuviera mojada. Pero aquella habitación tenía los recursos necesarios para sentirte a gusto en cada estación, sobre todo en las de invierno y verano. En invierno guardaba el calor en su interior de tal manera que apenas sentíamos frío y,  sin embargo, llegando el tiempo estival, era un lugar fresco, propicio para dormir a gusto en las largas noches de terral.

 El techo estaba atravesado por gruesas vigas de madera talladas y trabajadas artesanalmente y de una medida similar. Estas maderas así como  otros útiles de las casas como puertas, algún mueble etc. eran realizadas por  amañados artesanos que dominaban la azuela y el berbiquí entre otras herramientas de uso  básico.

Sobre estas vigas de madera de pino, y a modo de traviesas, estaban finamente colocadas  astillas de diversos grosores y largos que sostenían un entullo de grava, cal y barro  que sujetaban estos trozos de madera que hacían de techo. Por la parte superior se remataba con una fina capa de revuelto bien prensado y que culminaba en una tosca azotea.

El piso era también de madera, colocadas las tablas unas al lado de las otras y menos gruesas que los listones del techo, haciendo que encajaran unas con otras. Más pulidas y lisas que los listones del techo, me gustaba oír mis pisadas y su crujir al adentrarme en ese habitáculo.

El cálido techo, el piso abrillantado y aquellos muros encalados nos protegían de posmas, serenos y fuertes chumbaceras. Y en los veranos, las siestas se prolongaban lentas y tediosas solo interrumpidas por nuestras risas y juegos, o por alguna mosca despistada y ufana que osaba entrar revoloteando hasta este lugar. Llegaba hasta los resquicios de la luz que se abrían por la ventana queriendo salir, pero no había ni espantamoscas ni tampoco ningún elemento químico para usar y la única opción era abrirle la ventana y que ella se escapara libremente, lo que era una solución muy sana. Nos sentíamos seguros con nuestros mayores y sabíamos a ciencia cierta que por más que lloviera a cántaros y que el camino de tierra, al que se asomaba la ventana, arrastrara agua, piedras, barro, troncos  y ramas venidas de los altos, nunca arrastraría aquella casa. Tan fuerte era el llover, tan firme intuíamos la casa y tan cobijados nos sentíamos entre nuestros mayores. Era un absoluto espectáculo oír el rugir del agua bajando al trote por el camino sin asfaltar, sentir el repiqueteo apurado, metálico y cantarino de la lluvia y observar los cielos amenazantes, oscuros, cerrados desde la calidez de aquel cuarto.

Sin otra diversión alrededor, nos entreteníamos con los juegos de sombras chinescas que, a la luz del quinqué de petróleo o a la de una vela, eran creadas por mi tía hábilmente, con sus manos, sobre los enjalbegados muros blancos. De pronto aparecía un conejo, que se transformaba en una vaca y que luego era una mariposa…Pero para nosotros fue todo un ejercicio de creatividad, imaginación y de habilidad manual, toda vez que tratábamos, con nuestras pequeñas manos, de conseguir más figuras no adivinadas aún.

Dentro, dos camas de hierro forjado una mayor que la otra, dos veladores y dos baúles de madera conformaban el mobiliario modesto y práctico. Una                 gruesa caña de bambú de esquina a esquina de la habitación y colocada entre las vigas de madera hacían de armario, y los percheros, artesanales, que albergaban el vestuario de colgar también eran de finas cañas. La ropa se resguardaba, primorosamente, con una blanquísima sábana de algodón, cerrada con lazos de la misma tela…

Menos es más y en aquella casa lo justo era lo necesario. No hacía falta más. Si bien la abundancia y variedad estaba, justamente, en aperos, semillas y animales necesarios para las cosechas y la ganadería. Era el esplendor, necesario, reunido a costa de trabajo, esfuerzo y sudor de una saga familiar que vivía de la tierra y la amaba.

 

sábado, 19 de febrero de 2022

Ensimismamiento


 

Arrullo de olas.

Unas y otras se encuentran.

Ensimismada.

lunes, 7 de febrero de 2022

Orquídea

 

                                                        
                                                                                                   Foto Tanci




En la cocina.

A través del cristal

la flor me mira.

martes, 1 de febrero de 2022

Mar y tierra

Tal vez porque siento la Tierra arrugada, me gusta empastar el mar. Sabedora de que hay, también, grietas en su interior.