Foto Tanci
Dime, dime cómo eran los finados cuando eras una niña. ¿Se
parecían a los de hoy?
¡Ay, Señor!, lo que yo recuerdo es que de mañanita muy
temprano, a mediodía o sobre las cuatro de la tarde se oían tocar las
campanas del pueblo vecino que sabes que
está ahí mismo, al ladito del nuestro. Y doblaban desde el día de Todos los
Santos hasta el día dos que ya sabes que es el día de los Difuntos.
Yo me habilitaba para ir de madrugada a misa, era la costumbre.
Pero a mí me daba mucho miedo acudir a esa misa porque ponían delante del altar
y muy cerquita a él una mesa cubierta con telas negras y al lado había una caja
como de difuntos, negra también y por si fuera poco encima le ponían una
calavera. De dónde la sacaban, yo no lo sé, pero a mí me entraba un miedo de
abajo para arriba y de arriba para abajo. ¡Era terrorífico! Y el ambiente que
se respiraba dentro de la iglesia también lo era, porque estaba todo oscuro en
el interior. Luego echaban unos responsos en voz alta y que todavía me parecía
a mi más tenebroso. Todo oscuro porque
no había todavía luz eléctrica ni dentro de la iglesia, ni en las calles, ni en
las esquinas, ni dentro de las casas… Las campanas doblaban de poco en poco,
como cada dos minutos o así. Yo lo recuerdo como un toque lento pero
sobrecogedor. Y eso indicaba que había muerte y que había que recogerse. No
debíamos de estar mucho por fuera de las
casas. Se comentaba que esa noche no se debía de salir porque las ánimas
andaban sueltas. Y yo siempre pensaba que las ánimas venían a cobrarse algo y
que no eran ánimas buenas. O al menos nunca me dijeron que podía haber ánimas
buenas. ¡Imagínate¡ Todo eso sin luz eléctrica y alumbrándonos a la luz de una
vela o un quinqué de petróleo. Yo no iba sola a misa. Iba siempre con la abuela
que era muy animosa y tenía mucha confianza
y fe en sí misma. También tenía fe de la otra. De la de pedir por los
que se fueron, por los que nos dejaron, por los que nos ayudaron, por los que
vivieron a nuestro lado y por todas las ánimas benditas. Pero yo siempre pensaba
en quienes eran esas ánimas benditas… Más bien lo que venía a mi imaginación eran todas esas ánimas que
estarían sueltas por ahí haciendo de las suyas y tocando de puerta en
puerta…como si vinieran a saldar alguna cuenta o a pelearnos por algo que
habíamos hecho mal...
Recuerdo que antes de irnos juntas a misa, la abuela encendía
unas lucecitas de aceite que fabricaba ella misma. Cogía un poquito de guata
enrolladito como si fuera un cordel, esa era la mecha. Partía una papa y hacía
una rodaja con un agujerito en medio. Después ponía agua en un platito y, sobre
esa agua, ponía el aceite. Siempre me gustaba ver que nunca se mezclaba el agua
con el aceite. A mí me parecía imposible
eso de que quedara flotando. Y por consiguiente, las rodajas de papas flotaban
también. Una vez que la guata se empapaba se prendía fuego con un fósforo o un
tizón del fuego. Ponía varias y a cada una iba nombrándola con el nombre del
familiar fallecido recordando sus buenos hechos. Ponía tantas como familias y
una más para las ánimas benditas del purgatorio. Nunca faltaba esta última
.Mucho más tarde aparecieron a vender y en las ventas de abastos unas lucecitas
llamadas “palomitas” que venían hechas de corcho y con su mecha incluida.
Después la abuela me agarraba de la mano, me cubría con su sobretodo negro y
largo y caminábamos diestras por la vereda que atravesaba campos cubiertos de hierba mojada del sereno que había caído
la noche anterior. Esta vereda nos acortaba el camino hasta el templo. Una vez
que llegábamos al empedrado que rodeaba la entrada de la iglesia y aledaños, se
hacía más notorio el ruido del taconeo de las mujeres que desfilaban por allí
hasta entrar en el recinto sagrado. De regreso, aún me parece saborear el
rosquete grande que la abuela me compraba en la venta de don Pepe. La abuela
parecía adivinar que ese rosquete conseguía quitar mis temores y miedos y
endulzar mis pensamientos para dar cierta tranquilidad a mi alma.
¡Aquellos eran otros tiempos!
1 comentario:
Eran muy parecidas a las de mi pueblo. Yo nunca fui con mi abuela a misa, pero ella me contaba historias de animas, algunas daban miedo pero lo que más daba miedo era el sonido de las campanas, tocando toda la noche y el día. Besitos.
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