sábado, 30 de noviembre de 2019

Aguapata


                                                                                                                                          Foto Tanci



-Don Vicente, ¿hacemos hoy el aguapata? Ya está el orujo bien esparcido en la tina como usted me dijo…
Todavía me parece estar oyendo aquella palabra que por su pronunciación se asemejaba más a las alpargatas usadas por los hombres de la época, hechas con tela de muselina de color perla, anudadas en la parte superior con un  pequeño cordón y rematadas con suela de goma de camión;  aunque también eran conocidas con el nombre de  lonas.
Don Vicente que era un buen agricultor, de pequeña estatura y semblante noble, sereno y de caminar lento, se acercó hasta el lagar familiar a dar  cuenta del aviso de Pedro, mano derecha de D. Vicente y entendido en las faenas agrícolas y ganaderas de la casa granja familiar.
Y entre Pedro y otros allegados que ayudaban a encauzar la vendimia, añadieron unos cuantos barriletes de agua para que se mezclara con los orujos allí esparcidos. Volvieron a escachar y a pisar esta mezcla hasta que el nuevo líquido se iba enturbiando, pasando a un color ocre, brillante pero sin clarificar.
Las manos de los hombres afianzadas en la gran viga de pino, los pantalones arremangados hasta las rodillas, las piernas  danzarinas y pegajosas, los pies llenos de bagazos de uva pegadas lograban,  junto con la gran algarabía espontánea y destapada de los allí concentrados, que el esfuerzo  diera el resultado propicio para conseguir lo que llegaría a ser el aguapata o aguapié.
Y mi pensamiento no paraba de dar vueltas: ¿Cómo se iban a beber ese líquido donde tantos pies patiñaban  y pisaban hasta casi dejar molidos los bagazos, pepitas y orujos?
Pero esa noche, la mezcla de agua con los últimos restos de la vendimia dormiría toda la velada en el lagar. Quedaría en curtimiento hasta el siguiente día en que se volvería a hacer el pie, bien apretado y cercado por la gruesa soga. Se volverían a poner sobre esa torta las maderas, los mallares, los cerditos y algún trozo de cuña de madera necesaria que aplanaban y equilibraban el pie hasta  que llegara a la viga. Y de nuevo, bajada de la viga a través de su husillo que penetraba hasta lo alto de la concha y que, con el peso de la piedra elevada y sin apoyo en el suelo, hacía de contrapeso para extraer hasta la última gota de aquel sobrante de vendimia.
De todo este proceso no se sacaba mucho, más bien era poca cantidad de líquido, por eso se ponía en envases de vidrio o garrafones de 16 litros. O se dejaba en los barriletes pequeños hasta que hervía de igual manera que lo hace el mosto para obtener el vino. El hervor no duraba mucho tiempo pues lo que se lograba era un vino de baja calidad, ya que era una mezcla con agua. Así, desde que estaba clarito se podía beber y se procuraba gastar rapidito, porque el aguapié, aunque adquiriera un bonito color dorado, no aguantaba encerrado tanto tiempo como el vino y se echaba a perder muy rápido.
Esa bebida era de la que se echaba mano para consumir hasta el día de San Andrés, día en que se estrenaba el vino nuevo en todas las bodegas de la zona.
Todavía los oigo parloteando por fuera de la bodega, uno frente al otro de pie. Cada uno con un pequeño vaso de vidrio  de color medio verdoso y transparente, de culo grueso entre sus  manos rudas y trazadas por el duro trabajo del campo, paladeando este brebaje. Arripiando un poco los labios, engrosando los cachetes, agrandando sus pupilas y mirándose recíprocamente con gesto cómplice de buen entendimiento y mejor estar.
-        No está mal, Don Vicente, no está mal -decía Pedro apurando los restos del líquido que quedaba en el vaso…  A lo que Don Vicente contestaba: -Hombre, yo ácido, lo que es ácido… no lo hallo… se puede beber…
Y D. Vicente dirigiéndose a la abuela que andaba trasteando por los alrededores le dijo: - ¿Por qué no traes unos chochos  de esos que están en remojo en el lebrillo que tienes sobre el poyo de la cocina?
Yo observaba. Y observaba tanto, que hasta me dieron a probar, apenas despuntar en los labios, de aquel líquido que encontré dulce pero extraño a la vez y  que ellos repetían que se colaba como si fuera un jugo. Por eso había que ser comedido y no pasarse en beber demasiado de una sola vez… pese a que era un vino de poca fuerza, de ínfima calidad y con poca substancia.



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                                                                                    Foto Tanci

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