miércoles, 20 de abril de 2011

La espera

                                                             



El hombre medio calvo y casi canoso estaba sentado en un recodo de una de las mesas que estaba más retirada de la barra de la cafetería. Diríase que no viajaría, ni que esperara a familiar alguno llegado de otro país, ni tan siquiera a un amigo.

Se toma su café con la parsimonia de quien saborea el más espléndido elixir. Mientras, la camarera detrás de la barra, sirve uno tras otro con la danza ligera de quien pretende elevarse de  la rutina de un trabajo matutino. De repente, el hombre medio calvo y casi canoso, se levanta y, sin decir nada, recoge varias tazas, platos y vasos que permanecían vacíos a la espera de ser retirados. No, no es camarero. Y sin embargo, cumple esta función entregándoselos a la chica rubia y con coleta que está detrás de la barra. Esta los recibe con una amable sonrisa y gratitud. Como si estuviera establecido de antemano un pacto a modo de ayuda mutua y generosa, espontánea y no remunerada.

El hombre medio calvo y casi canoso limpia además las mesas, recoge los vasos y las tazas y quita las pequeñas y finas servilletas usadas de las tazas y platos. A cambio, ella, la chica que está detrás de la barra, le entrega un periódico doblado, no sin antes avisarle que ese, precisamente ese, no le gustaría. Él, sin embargo, lo despliega echándole una visual generalizada y con poco interés a la portada, lo vuelve a doblar, lo deposita sobre la mesa en la que está sentado y se estanca en ella con los codos apoyados firmemente sobre la tabla brillante y lisa de color ámbar. Después de unos segundos, pasa su mano izquierda por su cráneo y lo acaricia, manteniendo su cabeza ladeada con el único apoyo de su mano. Por un momento se recuesta en el respaldo estilizado y negro de la silla de PVC de acabado modernista. Su barriga sobresale como un globo que permanece henchido bajo su suéter de color beige de punto inglés.

Pensativo, dirige la mirada algo perdida a no sabe bien qué o quién, dejándose llevar por las ruidosas voces que, a modo de conversación ininteligible, sobresalen desde el otro lado de la barra. Voces juveniles, alegres y apasionadas en su charla.

El hombre medio calvo y casi canoso se conforma con estar, con observar, con mantener sus manos abrigadas y apretadas dentro de los bolsillos de su chamarra gris plomo. Observa. Mira. No se mueve, apenas pestañea, pero está.

De pronto eleva su vista, obligando a su cuello a erguirse apenas, cuando alcanza a ver a un vigilante, embutido en su impecable uniforme azul marino con paso marcial, al que sigue parsimoniosamente, con su mirada perdida hasta voltear su cabeza. Y como si de un acto reflejo se tratara, mueve su boca, instintivamente, como lo hace cualquier pececillo que busca un poco de alimento u oxígeno renovado dentro de su pecera. Busca alimento, busca oxígeno, busca vida, busca estímulo, busca renovación…

El hombre medio calvo y casi canoso mira sin ver. Observa sin mirar y piensa. ¿En qué piensa sentado en la silla con respaldo negro tipo modernista? Está sólo. Y sólo está.

Cuando termine mi café, deje de escribir y me levante de la silla con respaldo negro tipo modernista, él recogerá lo que he dejado vacío sobre la mesa, en su afán, tal vez, de ser provechoso, sentirse algo querido y aceptado. Con ese deseo humano de entablar una simple y mínima conversación de acuerdo tácito con la chica rubia de coleta que despacha café detrás de la barra.






Protected by Copyscape DMCA Copyright Protection

14 comentarios:

Alicia dijo...

En este mundo descarnado que hemos creado, acecha la soledad en cada esquina. ¡Cuántas personas pasan los fines de semana solas, sin poder hablar una sola palabra con nadie!! Tantas distracciones hemos creado que nos hemos olvidado de que dentro de nosotros nos hemos quedado solos. Un abrazo, amiga

Explorador dijo...

Me ha resultado fácil imaginar a ese hombre. Personas que no tienen nadie con quien hablar, como dice Alicia. A veces veo gente en los bares con miradas perdidas, intentando hablar con otros...y uno se siente mal de vivir en el mundo. Pero recordar cosas así para intentar mejorar es muy grande.

Un abrazo.

tanci dijo...

Alicia, tienes toda la razón. Tantas distracciones y nos olvidamos de la auténtica esencia del ser humano. Su comunicación y su compartir. Además de otras que las dejamos para otra ocasión. Así nos va y sin capacidad de reaccionar parece una ruleta de la que nos es imposible salir. Un abarzo amiga y siempre muchas gracias por tu comentario.Tan veraz.

tanci dijo...

Si, Explorador tan fácil como que abundan más de lo que nos imaginamos. Unos lo demuestran como el personaje de la historia. Así sin más y de frente. Otros, sin embargo, parecen quer ocultarlo. Pero en definitiva es lo mismo. Soledad e incomunicación. Te agradezco tu visita. Un abrazo.

virgi dijo...

Para muchas personas, una sonrisa o una pequeña conversación pueden significar mucho, tal es su soledad y su deseo de sentir que significan algo.
Es triste verse así, esperando por un momento pequeñito que nos dé algo de alegría.
Tierno, Tanci, y triste.
Besitos, muchos.

Demián dijo...

Fue un paseo muy agradable por tus líneas para encontrarme con el hombre casi calvo, el solitario personaje que conmueve y provoca compasión.Un fluido relato que consigues se viva muy real. Buen trabajo, tanci.
De todos modos hay personas que a veces están en un café solas y muy a gusto, no deseando ser "comprendidas ni ayudadas" por nadie.
Un saludo

Conchi dijo...

Tanci, te felicito por este relato. Creo que lo escribiste con mucha soltura, con ritmo, a pesar de que el señor no se movía de su silla. Las descripciones perfectas y con muchos detalles, que hacen que podamos imaginar la escena sin problemas.
Y luego está el tema que trataste: el de la soledad.
Aprendamos de este relato que al menos miremos a las personas que nos encontremos solas con un poco de cariño y les regalemos una sonrisa y un saludo.

Un abrazo grande para ti
Conchi

Isabel Martínez Barquero dijo...

Hemos creado un tipo de sociedad que nos aboca a la soledad o al aislamiento. Existen muchas personas como el protagonista de tu relato, sobre todo personas mayores que hacen lo que sea con tal de sentirse útiles y estimados. Una sonrisa, unas palabras bastan... Qué triste es en ocasiones la vida.
Un estupendo relato, Tanci. Triste, pero real, pues existen muchos hombres y mujeres así deambulando en busca de algo de relación con otros humanos.
Un fuerte abrazo.

tanci dijo...

No sé si la soledad es proporcional a la vejez. O es un sino que va paralelo al ser humano. Tal vez en otra sociedad serían distintas las cosas.Ésta es la que nos ha tocado vivir. Y la verdad es algo ingrato llegar a este tipo de soledades. Gracias por venir y por tu reflexión Virgi. Siempre bienvenida. Un abrazote.

tanci dijo...

Demián, estimo tus palabras. Y de verdad, me alegra un montón que te haya gustado mi relato y que lo considres casi cómo real. Estoy de acuerdo contigo, no por estar solo en un café se deduce el aspecto de soledad. Además la soledad querida es aceptada y vivida con auténtico gusto. Es una elección y como tal, las personas eligen en liberatd. Otra cosa es la lectura que nosotros, con nuetros juicios a priori podamos sacar. Uno puede sacar conclusiones y deducir, pero siempre bajo el riesgo de equivocarnos. Te agradezco tus palabras. Un saludo saludable.

tanci dijo...

Querida Conchi, si te llegó mi relato me doy por satisfecha. Y además añades contentura en mi haber. Dicen por ahí que un blog se alimenta de sus comentarios. Y tú has ayudado con tu comentario a que siga jugando con las palabras y las historias. Gracias amiga por venir y dejar este regalo para mi. El tema de la soledad, tan delicado, tal vez lo siga tocando en posteriores entradillas. Te mando un fuerte abrazo.

tanci dijo...

Mi querida Isabel, uno, a veces, se siente fuera de esta sociedad que, dicho sea de paso, hemos construído entre todos. No es grato que al final de nuestros años y después del paso de la vida , uno sienta soledad o que tenga esa sensación. Debería ser al contrario. A mayor años cumplidos, meyores relaciones y compañía. Pero ésta es la ingratitud de la vejez y la incongruencia de la vida. No terminaremos entendiéndolo. O al menos yo. Y tus palabras me llegan y me llenan. Gracias. Recibe mi cariño.

Rosario Ruiz de Almodóvar Rivera dijo...

Tanci, muy triste tu relato, espero que ese hombre calvo, encuentre al salir del bar la brisa de la Primavera.
Un tropezón distraido podía valer, una disculpa, una sonrisa, la caida en el suelo de un libro...
Un abrazo fuerte desde mi Librillo.

tanci dijo...

Rosario, me ha gustado tu idea de aliviar a este hombre. O al menos de tener un encuentro con él. Siempre y cuando él lo desee, claro. Y aunque triste este relato, creo que alguna que otra vez hemos visto algo por el estilo en algún ambiente. ¿No crees?. te agradezco tu visita y también tus palabras cargadas de buenos deseos. Un abrazo Rosario.