lunes, 29 de noviembre de 2010

La vieja bodega

                                                                     Foto Tanci 



Ni el 29 era la noche en que se cataba el vino por primera vez, ni en aquella casa rural faltó nunca el tan preciado elemento. Más bien no se esperaba al día 30, día de San Andrés, para abrir una cualquiera de las barricas que, dispuestas la mayoría en hilera y alguna apilada, dormían sempiternamente sobre robustas y maltrechas vigas de pino y, éstas a su vez, sobre rústicos pilares de piedra viva.
De paredes enjalbegadas sobre muros de barro y piedra, y embadurnadas por alguna salpicadura de mosto que en el trasiego propio de envases, había dejado plasmada en sus paredes algún esbozo de dibujo impresionista circunstancial; el habitáculo había albergado en su interior distintos recipientes de madera de roble, de vidrio y, últimamente, con la modernidad y el avance, de acero inoxidable.
Esa era la vieja bodega. Cerrada herméticamente cuando el mosto quemaba etapas para convertirse en el líquido maduro, vivo, con ligero sabor afrutado, un poco ríspido de entrada y con un pequeño toque dulzón que dejaba al paladar en el último paladeo. Abierta sólo de vez en cuando para sentir el característico burbujeo que, elevándose a la boca de la barrica, vomitaba todo lo que no iba a ser útil al final del proceso de la efervescencia.
El abuelo se mantenía alerta y pegaba el oído a la abertura de la barrica para cerciorarse de que seguía respirando, de que estaba bullendo de vida y de calor y que seguía su propio ritmo de maduración con el sonsonete característico del borbolleo. Malo sería si ese hervor se  parara de inmediato. El proceso del vino habría muerto y, con él, la elaboración de un año de cosecha perdida.
Cuando se acercaba a cada uno de los toneles, limpiaba amorosamente el escape de basura habida en el exterior de cada una de las bocas de sus barricas, como queriéndoles hacer más suave y perfecto su desarrollo. Mimaba el abuelo el progreso del mosto. Por el sonido de la transpiración que dejaba exhalar la barrica, podía saber si el vino tendría más o menos grados en esa cosecha, si se dejaba dormir en su respirar, en su hervor…
San Andrés era una excusa y, al mismo tiempo, una fecha deseada por tradición, por costumbre, por devoción… por esperanza, ya que previamente se hacía un preludio de cata del vino. Por aquella casa pasaban viandantes y vendedores ambulantes, gangocheras y pescaderas, peones y carboneros que, tomando un respiro después de un largo camino, hacían un descanso en la casa más cercana al Camino Real. Y más pronto que tarde eran agasajados y convidados con el “buchito de vino” con un ligero sabor a azufre, de uva dorada y blanca bien madurada en la parra, de racimos sueltos y no apretados de los que, caían colgados pequeños gachos casi sueltos y, salpicados de alguna uva pasa, lo que le daría ese toque dulzón al sabor final del vino.

-¡Descanse, descanse y tómese un buchito de vino”-

Se ofrecía el vino en pequeños vasos transparentes de culo botella colocados sobre un plato llano de porcelana, decorado con diminutas flores de colores.
Aquella casa siempre estuvo abierta al amigo, al visitante, a la familia. Abierta la casa, cerrada la bodega. Protegida como cualquier ser vivo protege a su prole de miradas extrañas, no se sabe bien de qué, pero con la convicción de que el vino tenía su recato y no debía ser expuesto a cualquier “mal trago”. Y nunca mejor dicho, ya que en aquellos pagos, la bodega era lugar sagrado y el vino un placer de los dioses. La bodega era íntima y entrañable a la vez. Silenciosa y festera, pero con aire de solemnidad.                             
A la bodega no se entraba siempre, sólo en contadas ocasiones y cuando se requiriera, ya que debía conservar su temperatura, su ambiente fresco, su atmósfera… su clima. No debía perturbarse ni su esencia ni su armonía bajo energías ajenas que no empatizaran con sus efluvios.
Por eso, el abuelo no dudaba en elegir quien pasaría a su bodega; y sabiendo él cuánto valía su mimo, su cuidado, su esmero, así mismo mimaba su vino. El mismo mimo que ponía cada vez que ofrecía un buen vaso de vino, o un “buchito” para mojar la boca.






 

Protected by Copyscape DMCA Takedown Notice Checker


14 comentarios:

Alicia dijo...

Tanci, te agradezco la invitación a pasar a la bodega del abuelo. Un honor, por lo que veo, que pocos gozaron entonces. Me maravilla como cuentas todo ese proceso tan delicado que los urbanitas desconocemos ya que sólo compartimos el acto de beberlo en buena compañía. Desde aquí puedo oler el aroma del vino macerado mezclado con la humedad acumulada en la clausurada estancia. Espero que un día de´estos podamos brindar con un vaso de vino. Te mando un abrazo fuerte.

virgi dijo...

Preciosos recuerdos que me hacen revivir sensaciones parecidas, a pesar de no haber disfrutado de un abuelo de las mismas costumbres y trabajos. Pero la bodega, el repisar de la uvas, las carretas con cestos llenos de uvas, la solemnidad del lugar con las arañas como reinas...me has retornado a los septiembres de mi infancia.
Un fuerte abrazo, esas botellas son verdaderas joyas, no?

Isabel Martínez Barquero dijo...

Me gusta cómo lo cuentas. Veo a tu abuelo al cuidado de la bodega, a los que arriban a la casa y se les ofrece su traguito en esos vasitos que hasta veo sobre ese plato llano con florecillas. Pero, sobre todo, me he impregnado de la nostalgia de un hacer de los de antes, del mimo de lo que se prepara en la propia casa, del cuidado de la bodega y de su temperatura. Con decirte que hasta he oído el rumorcillo del vino mientras va adquiriendo cuerpo.

Un precioso recuerdo que me ha gustado compartir en esta tarde desapacible y fría, donde apetece echar un traguito de buen vino alrededor del fuego en buena compañía.

Un abrazo fuerte.

EL BLOG DEL COLEGIO GUAYONGE dijo...

Me encanta el tema y como lo desarrollas...las bodegas siempre me han gustado mucho, cuando era pequeña pasé muchas horas entre barricas, garrafones y lagares...¡¡el olor!!, las telas de araña en los rincones, las barricas en filas cuidadosamente colocadas...¡cuántos recuerdos me despiertas! Gracias Tanci, un placer leerte.

tanci dijo...

Mi querida Alicia, una de las cosas, entre tantas, que me ha proporcionado vivir parte de mi vida en un medio rural ha sido el desarrollo del olfato. Los olores se han impregnado en mi como si fuera mi piel, formando parte de ese abanico de experiencias que se han conformadao lo largo de mi vida. Los olores, los gestos, las miradas son ese otro lenguaje digno de desarrollar y que, lamentablemente hoy va en camino de desaparecer. Un vino siempre une y alegra el corazón. Sin hacer apología del beber obviamente. También espero compartir una buena copa de un buen vino no muy tarde. Espérame. Un fuerte abrazo amiga.

tanci dijo...

Virgi puede ser que esas botellas lleven acumuladas el peso de muchos años. No lo sé bien, pero por la foto se detecta que han estado ahí sin tocar mientras que las arañas las han ido acariciando en la búsqueda. tal vez de ese perfume embriagador con que adormecerse en la penumbra de la bodega. No sé, pero de esta bodega en dónde estuve, saliéron tantos recuerdos como los que te llegaron a ti cuando leiste mi post. A mi me encantó y posteriormente vino mi escrito. También los recuerdos se encargaron de favorecerme y darme alas. Me gustan tus septiembres paralelos a los mios en algunas cosas.Mes cargado de tardes de asueto en aquellos años. Te abrazo con el cariño que me caracteriza.

tanci dijo...

Qué tiernas suenan tus palabras querida Isabel. Estos últimos días también han estado desapacibles en las Islas. Viento,lluvia... pero no frío. Al menos de momento. Y es verdad, apetece compartir un buen vaso de vino al lado de un fuego y si es acompañado de castañas asadas...pues mejor. Aquí celebramos el día de San Andrés por lo alto, sobre todo en las comarcas vinícolas de la Isla. Hay buenos caldos y cuando uno está en buen ambiente ese vino hace delicias, Apenas un poco, sólo un poco para despuntar entre los labios. Decirte que me alegra que te haya gustado como lo cuento, ya que teniéndote como buena maestra, es un honor para mi viniendo de ti. Te lo agradezco. Siempre fiel a mis pequeños escritos. Ahora te envío un abrazo rápido y veloz para que te llegue enseguida.

tanci dijo...

Mary, siempre bienvenida a mi espacio. Me alegra y mucho verte por aquí. El lagar es otro lugar entrañable que conjuntamente con todo los demás recuerdos forman un estupendo conglomerado de vida y sensaciones. ¡Qué pena que haya desaparecido! ¡Y qué afortunadas fuimos al haber podido atrapar esas vivencias que nos han quedado impregnadas en nuestros sentidos. Ya visité a Elena, pero ella no se enteró porque no dejé mensaje. Volveré para hacerle otra visita, pero esta vez para tomar una "cup of tea". Espero que tenga de mi favorito ;-). Te abrazo con mucho cariño.

Conchi dijo...

Querida Tanci, llevaba días sin visitarte y me perdí algunas entradas, pero ya me he puesto al día!
Esta entrada me ha encantado pues cuentas todo con tanto detalle, con tanto cariño que casi puede una oler esos vinos. Me gubiera gustado conocer al abuelo y tomar un buchito con él. A mí me gusta el vino! jaja.

He visto en televisión los efectos de los teporales que azotan las islas. Espero que no os hayan afectado por donde vivís.

Te mando un fuerte abrazo
Conchi

tanci dijo...

Querida Conchi, gracias por acercarte hasta aquí. La verdad es que el temporal fue duro, sobre todo en la zona norte de la isla. También en las otras islas occidentales. Por mi zona hubo alguna que otra rama caida pero amainó. Me alegra mucho saber que te gustó mi post. Y el cariño depositado por ustedes, que me leen aumentan más el mío si cabe. Lo entrañable hace calentar los corazones y tú tienes uno muy grande. No he podido participar en el último concurso sobre las flores. No he tenido mucho tiempo para "cranear". Pero pasaré y dejaré, al menos, el perfume de una flor. Un abrazote.

rosa mis vivencias dijo...

Un lujo poder harbar así de un abuelo y, guardar tan bellos recuerdos,un gran experto en bodegas y vinos,lo has explicado muy bien toda la trayectoria del vino, es curioso todos tenemos el recuerdo de nuestro abuelo, yo lo recuerdo cuando trillando el trigo ne subía y me ponía entre sus piernas, a mi me encantaba dar vueltas con el trillo en la era.Bonitos recuerdos.
Un abrazo.
Rosa.

tanci dijo...

Mi querida Rosa, discúlpame por no haberte contestado antes. A veces uno quiere y no puede. Me alegra saber que mi escrito te ha traído recuerdos del tuyo. La era y la trilla eran actividades necesarias de una época no muy lejana en el tiempo.¡Y tantos recuerdos!. Siempre me gusta verte por mi espacio y te agradezco que vengas. Te envío un gran abrazo.

josef dijo...

Fantástico relato, con la emoción de estar escrito (o lo parece) por alguine que realmente sabe de vinos. Es un placer aprender porque he aprendido que las maceraciones del vino son un proceso, si no igual, semejante al de la vida.
Una maravilla leerte.
Un abrazo de josef.

tanci dijo...

Hola josef, mucha alegría recibirte por este pequeño espacio. Si, dices bien y has captado bien, ha sido escrito con emoción. Con la emoción del recuerdo, de lo natural, de paladear un buen vino. Aunque yo no sé a ciencia cierta si entiendo de vinos. Me dijo llevar cuando lo pruebo cierro los ojos y del resto se encargan mis sentidos. Eso sí muy agudos. Y viendo como comparas mi relato con el de la vida misma, me ha parecido una apreciación muy sabia por tu parte. Te agradezco tu aportación y me enternece que te haya gustado leerme... aquí en la red donde tantos relatos hay para descubrir y para leer. Un abrazo también para ti.