miércoles, 3 de marzo de 2021

Hace cuarenta años

 

 


 

Aquel 23 de febrero de 1981 yo era muy joven. La experiencia la estaba ganando lentamente y sin prisas en la escuela de la vida.  La estaba adquiriendo en el día a día, pero empleándome bien a fondo en mi profesión.

¡Qué tiempos!


 Hacía poco que estaba trabajando en una escuela rural de un municipio del sur. Más concretamente en una escuela unitaria en un barrio de ese municipio. La población de aquel barrio y otros de distintos municipios del sur, crecía desmesuradamente. El aeropuerto del Sur, Reina Sofía, había sido estrenado apenas tres años antes de 1981.  Se avecinaban tiempos de mucho desarrollo y la construcción de apartamentos, locales comerciales e inmuebles iba ganando terreno y sentando las bases del boom del turismo que no tardaría en llegar. Muchas familias se trasladaron desde otras islas a vivir y a trabajar al sur de Tenerife y el número de alumnos crecía tan rápidamente que las escuelas unitarias no eran suficientes para dar cabida y acoger a todo el alumnado. Se duplicaron jornadas escolares. Jornada de mañana y la de tarde-noche. Se procedió a alquilar salones o locales apenas levantadas las cuatro paredes con dos huecos de ventanas, en los que por la noche se guardaba un camión, jeep o pequeña guagua del propietario del local, y por el día se colocaban los pupitres y las sillas ocupando todo el salón para impartir las clases y donde el olor a gasolina o petróleo permanecía impregnado, durante la jornada escolar, en el ambiente y en las paredes de cantos blancos del inmueble. Para cuando terminaba la  jornada de la escuela  por la tarde-noche, las sillas y pupitres debían ser retirados y colocados junto a las paredes y alrededor del garaje para que el dueño del local guardara su vehículo. Había permanentemente una gran mancha de aceite mezclado con gasolina en el suelo. Y así pasaron unos tres o cuatro años, día tras día, hasta que con la llegada de la democracia, se fueron construyendo los nuevos centros escolares. Mi aula-salón la componían 45 alumnos de entre 8 y 9 años. Este local-garaje no tenía servicios ni para la maestra ni para los alumnos, aunque ellos lo tenían más fácil que yo. A la hora de salir a hacer sus necesidades iban detrás de las pencas que rodeaban en gran extensión la escuela y allí podían, alegremente y como si de un juego se tratara, evacuar. Yo debía aguantarme hasta llegar a mi casa.


Aquel 23 de febrero de 1981, a mi me  pilló en el sur de la isla. Fueron mis primeros años de servicio como maestra interina. Concretamente en Arona. En un barrio llamado Cabo Blanco. Yo compraba a menudo una revista titulada Mundo Obrero donde se daba cuenta de las luchas, reuniones, asambleas, logros y no logros de trabajadores y asalariados. Tenía varios números coleccionados en la llamada “casa del maestro”  y que yo ocupaba como vivienda habitual. Esa tarde fui de visita a la casa de una compañera de trabajo. Era mayor que yo y con más experiencia en lo personal y en lo profesional. Fue la que me comunicó lo de las movilizaciones que ya se escuchaban a través de las ondas de la radio sobre las seis de la tarde. En su casa hablamos de lo que se oía y de lo que se estaba cocinando en Las Cortes,  así como en las calles de Valencia, Madrid y otras regiones que dudaban anexionarse a la tentativa de golpe de estado. Al tiempo que estábamos muy atentas  a las noticias a través de las ondas, valoramos y medimos lo que se nos venía encima y lo que podría llegar a pasar con esta delicada situación y las consecuencias de esta conspiración. La Constitución, carta fundamental de nuestro estado de derecho y de nuestras libertades, podría esfumarse en apenas un abrir y cerrar de ojos. Como docentes estaríamos en el punto de mira. Pensamos en las consecuencias que podría traernos si nos encontraran “revistas o documentos panfletarios" o de tipo izquierdoso en nuestros domicilios. Hablamos de los posibles registros en   los hogares y nos sentimos vulnerables dada la condición de enseñantes… Me entró miedo. Me despedí de esta compañera y corrí veloz hasta mi casa. Me encerré al tiempo que sintonicé la radio no muy alta.


No había móviles y tampoco tenía teléfono y la única cabina telefónica que se podía usar por la zona estaba a 3,5 km del barrio... eso, siempre y cuando no estuviera obstruida por alguna moneda que se quedaba atascada o bien alguien la hubiera dañado... En ese caso la siguiente más próxima que podíamos usar estaba en Los Cristianos, a 8 km de Cabo Blanco, barrio donde ejercía mi docencia. Esa noche no me atreví a salir para llamar a mis padres, pero en uno de los quemadores de la cocinilla blanca de tres fuegos que había sobre el poyo ardieron por un rato bien largo, varias revistas y periódicos que había coleccionado. El olor a papel quemado quedó en toda la casa, no fui capaz de abrir las ventanas no fuera que estuviera siendo espiada por alguno de mis vecinos.  Las cenizas iban siendo recogidas  con mano temblorosa y con mucho cuidado por mí, después de la calcinación panfletaria. Esa noche fue larga, amarga y  muy soledosa. Sin posibilidad de comunicación externa. La música de la radio y las pocas noticias claras que recibíamos a través de ella, hicieron que las horas fueran eternas.

Al día siguiente,  con el temor metido en la piel  ya que durante toda esa noche no me  separé de la radio, pude contactar con mi familia a través de la cabina telefónica que había en La Camella, barrio de Arona.

 No sé si en algún rincón de mi actual vivienda queda  como recuerdo alguna revista de las llamadas panfletarias de aquellas que coleccionaba, o alguna octavilla de las que recogía en la calle cuando se repartían a escondidas…

 Cuánto aconteció posteriormente ya se ha contado y publicado repetidas veces para no olvidar ese capítulo non grato de intento de golpe de estado. En aquellos momentos, y en un santiamén, pudimos perder la recién adquirida Constitución española de 1978, en la cual se propugnaba el pluralismo político basado en las libertades y derechos de igualdad y justicia social.

 


 

1 comentario:

Teresa dijo...

Ese día todos lo pasamos mal. Besitos.