sábado, 18 de julio de 2020

Tinta verde



Se tomó el café después de haber almorzado de manera copiosa. Era su rutina habitual después de comer. Recoger y sacudir las miguitas de pan del mantel a cuadros verdes y blancos en tela de vichy, doblarlo, limpiar el hule con un paño humedecido, mientras que oía la radio sin querer levantarse de la silla para pasar al salón… Concentrada en la audición  con los nuevos datos, tomó un bolígrafo de cuerpo rechoncho, nada esbelto, mitad plateado y mitad blanco entre sus manos. Era éste un bolígrafo parecido a los primeros y antiguos usados por ella en sus tiempos de escuela. Si por un casual eras poseedor de uno de éstos, eras rico.  Estaba cargado, a su vez, con cuatro minas o compartimentos de distintos colores en su interior; rojo, negro, azul y verde. Por fuera y en la parte superior del cuerpo, cuatro botoncillos plásticos de esos mismos colores, podían darte acceso a elegir el color que deseabas, siempre y cuando bajaras ese botón hasta el tope para que, de esa manera, asomara la punta de la mina elegida por el extremo inferior. “¡Menudo un mecanismo!” Pensó, acariciando el bolígrafo entre sus manos. Se entretuvo jugando con él, mirándolo y, al instante, de manera  mecánica y espontánea, hurgó dentro de un pequeño cestito de finas cañas entramadas que estaba a un lado de la mesa de la cocina, donde guardaba algún recorte de recetas, unos caramelos variados, o algún prospecto de cualquier medicamento que, en su momento hubiera tomado. Halló un cartoncillo rectangular de color blanco que estaba aparcado en el fondo del cesto, le dio la vuelta y leyó: “Equisania Relax”, infusión de plantas tradicionalmente utilizadas para ayudar a relajar en estados de tensión y estrés pasajero y favoreciendo a la vez el reposo nocturno. Agradable sabor a limón, tila, pasiflora, hierbaluisa, espino blanco, melisa y valeriana. “Mm, no está mal, ni me acordaba que esto estuviera rodando por aquí, después de tanto tiempo”. Se dijo. Le dio la vuelta al cartón  y vio que estaba completamente libre e intentó escribir el título del libro que, en ese preciso momento, recomendaban por la radio y del que oía su crítica a la vez que su reseña. Escribió el nombre con tinta azul, pulsando el botoncito correspondiente a la elección de este color. Una vez escrito el título, volvió a observar el bolígrafo y se retrotrajo de nuevo a su infancia cuando tuvo uno similar en apariencia y con los mismos colores. Fue una adquisición memorable. Un regalo de cumpleaños hizo que ese tesoro cayera en su haber y hoy volvió a juguetear con los botones de la misma manera que lo hiciera en su infancia. Eligió esta vez el color negro y apoyando la mina sobre el cartón, rayó persistentemente de un lado a otro intentando que saliera la tinta…no lo logró. Siguió rayando con más fuerza y energía hasta que empezaron a asomar leves rayones de color negro intermitentes para poco después seguir con líneas continuas. Lo mismo hizo con el rojo dando el mismo resultado. Pero al intentarlo con el verde, no podía entender que no corriera con la misma suerte, pese a que los rayones firmes e insistentes se tornaron en círculos cada vez más profundos y precisos, haciendo levantar pequeñas lascas de papel. No lo logró. Por más que lo intentara. “El verde sigue siendo el color esperanza”. Pensó. 
De repente y de un arrebato se levantó y de dirigió hasta la cocinilla de gas, encendió el fuego pequeño y arrimó el bolígrafo cercano a la llama, insuflándole el calor que se desprendía,  hasta que empezó a  oler a plástico sollamado. Cesó en este intento y volvió a la tarea de intentar rayar el cartón que sirviera de experimento… y… ¡Sí! Esta vez consiguió el trazo ovalado y continuo de línea verde. Sonrió levemente por el logro. Esta mina  larguirucha, flexible y, aparentemente, medio endeble, necesitó esa mano de aliento y calor que hiciera suavizar y, de paso, animar el flujo de su cometido.


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