domingo, 18 de febrero de 2018

Las apariencias engañan



                                                                                                                      Foto Tanci



Doña Cecilia, además de ejercer de ama de casa de una manera pulcra y eficaz, dedicaba parte de su tiempo a otros menesteres. Mujer discreta y sencilla, de piel suave tocada por un pañuelo blanco que no dejaba ver su pelo plateado y fino, se sentía orgullosa de aquella otra tarea que compaginaba casi a diario con las de la casa.

Por su parte, Juana, ávida de siempre de saber los por menores de su vecina, pegaba la oreja a la pared medianera entre ambas casas y siempre oía la misma cantinela a la hora de la siesta. Cuando todo era silencio.

Bien es sabido que aquello no eran buenos tiempos para hacer ahorro de un simple jornal, y, aunque el marido de Cecilia trabajaba a diario en la platanera, ella se las arreglaba para sacar algunos cuartos de aquel otro trabajo que tenía entre manos.

Dado que su vecina Juana andaba metiendo la nariz en fogal ajeno y era amiga de dimes y diretes, paró una vez por la calle al marido de Doña Cecilia alertándole de que justo después de comer su mujer recibía ciertas visitas, instándole a éste para que la acechara.

Don Prudencio sabía perfectamente lo que había en su mujer y no se dejó llevar por la lengua de Juana, bien conocida entre sus vecinos. Pero fue tanto lo que Juana le dijo matraquillándole la cabeza que, éste, para salir de esa pequeña duda que le asaltó ante su debilidad intentó acechar a su santa mujer.

 Por todos era sabido que D. Prudencio llevaba a diario a su trabajo su cesta de mimbre ataviada con las viandas que su señora le preparaba para su almuerzo. Pero ese día no pudo ir a la platanera como de costumbre y almorzó junto a su mujer. Ésta colocó la mesa con mantel de tela de Vichy de cuadraditos verdes y blancos, compartieron los alimentos, hablaron de si llegaba el salario a fin de mes y, una vez terminaron, Doña Cecilia fregó la loza, la secó, la colocó en la alacena, sacudió el mantel, limpió con un trapo húmedo el sempiterno hule que permanecía cubriendo la mesa, sacudió las moscas con un paño hacia el patio que daba a la cocina y colocó el florero de cristal con unas orejas de burro, aprovisionadas a la entrada de su casa, sobre la mesa.

Él hizo que salía a recoger unas herramientas que le prestaba su compadre, pero se quedó por fuera de la puerta donde una cortina de tela floreada de cretona hacía las veces de división hacia el interior de la estancia, permitiendo a su vez el fácil acceso hasta la vivienda.

Doña Cecilia se puso sentada tras la máquina de coser Singer comprada de segunda mano y que le regalara su marido en su día y, habiendo dado apenas dos a o tres pespuntes a la tela que tenía entre manos, hubo de parar diciendo:

“Bienvenido amor mío.

Te amo igual que a mi marido,

en el suelo o en la cama,

yo me las entiendo contigo”

 

Habiendo oído D. Prudencio esta retahíla y sin saber que había alguien con su señora esposa en aquel momento, entró precipitadamente encontrando a su mujer en un sopor de sueño repentino al que recibía de muy buen agrado, provocado tanto por el cansancio de haber estado casi todo el día a los pies de la máquina de coser, como  por la digestión de la comida.

Juana, la vecina, nunca entendió quién era al que recibía Doña Cecilia cada día a una hora determinada y quería tanto como a su marido, pero bien que se imaginó lo que quiso sólo porque Doña Cecilia permitía, y bien que lo hacía, dar la bienvenida al sueño del mediodía.
 
 
 
 
                                                                                                                            Foto Tanci


 
 

4 comentarios:

**kadannek** dijo...

Encantador final, me hizo esbozar una sonrisa. Es impresionante lo que las lenguas ávidas de caos y destrucción, mentes pequeñas y vidas vacías pueden llegar a intentar para sacudir la estabilidad y felicidad de una pareja u otra persona.

Buen texto, me mantuvo enganchada.

Teresa dijo...

Muy bueno Tanci. Besitos.

tanci dijo...

Muchas gracias Kadannek por tus palabras.También pir tu opinión.Me alegro saber que te mantuvo enganchada hasta el final.Y bueno, una anécdota que bien.podría valernos para reflexionar sobre ciertas acciones.Un abrazo.

tanci dijo...

Teresa, gracias también pir venir y dejar tus palabras.Besitos.