domingo, 15 de octubre de 2017

Mi abuela, mujer rural




                                                                                                                                      Foto Tanci




Mi abuela era una mujer inquieta, de cabello fino y plateado y ojos azules del color del cielo. Era de cuerpo proporcionado, aunque no muy alta. De sonrisa fácil y abierta como abierta era la casa donde vivió tras casarse y donde pasé parte de la niñez.

Su pertenencia  a la tierra la hacía una mujer fuerte, con tesón  pero tierna y alejada de la rudeza que se le suele suponer a las campesinas. Albergaba mucha alegría y sobre todo era justa y cariñosa.

La conocí y la viví como las mujeres de antes, con vestimenta negra, de los lutos sucesivos, y sobre ella el delantal que cubría parte de su vestido. A la cabeza su pañuelo, a veces negro, a veces canelo y en los últimos años, en que la sociedad se había hecho algo más avanzada y liberal, llevándolo negro y blanco de cuadritos diminutos o blanco solamente.

Mi abuela era más de salir al campo que de quedarse en la casa a realizar las tareas domésticas rutinarias... Prefería salir junto a mi abuelo, bien temprano a los claros del día, después de que éste le llevara su café a la cama. Era el que oteaba desde la azotea qué tiempo iba a hacer… Poco usual esta costumbre de mimo hacia la mujer, donde ellas cumplían, generalmente, el cometido de servicio al hombre, aunque fuese su compañero. Pero en este caso no hubo nunca ninguna servidumbre.

Mucho trabajo, mucho esfuerzo paralelo y desde luego mucho consenso en sobrellevar la tarea de administrar terrenos y casa. Mi abuelo le llevaba veinte años a mi abuela, pero no fue ninguna desventaja para que mi abuela se sintiera siempre libre, hacedora, dispuesta y desde luego muy unida a la naturaleza. Al fin y al cabo era lo que le daba el sustento a los moradores de aquella casa familiar. Demasiado pronto enviudó mi abuela, no por los veinte años de diferencia que, en este caso fue una bella y absoluta bendición vivida en común; ¡qué lástima no haberme podido nutrir más de su paz y de su nobleza!, sino porque a mi abuelo lo asaltó una embolia cuando recogía sus aperos de labranza en el campo para regresar a la casa. Ahí poco se pudo hacer por el abuelo que, llegó muy cansado, se sentó en una silla y apoyó su cabeza sobre los brazos que descansaban sobre la mesa cubierta de hule decorado de flores de vivos colores. Se quitó su sombrero en un gesto de desahogo y luego ya ... nada. Recuerdo el movimiento de gente adulta a su alrededor. Silencio y voces que hablaban muy bajo.

Usaba mi abuela unas medias gruesas de canalé de lana también de color oscuro, y que nunca entendí para qué las usaba tanto en verano como en invierno. Hace bien poco que supe la razón. Cuando venía de las huertas, se sentaba sobre la banqueta de tres patas que había en el exterior de la casa y, pacientemente, quitaba uno a uno o de puñadito en puñadito, los amores secos y pequeñas hierbecitas que estaban pegadas a esas medias. A su lado y de cuclillas en el suelo, con mis pequeñas manos yo la ayudaba, y ella permitía que terminara la tarea. De mayor experimenté y supe lo engorroso que es desprender de cualquier tela esos amores secos y esas hierbecillas…Al terminar con mi tarea, recibía de sus manos, algo curtidas por el trabajo,  su caricia suave y enternecedora, enredándose sus dedos en mi pelo encrespado. Me bastaba recibir su sonrisa a plena satisfacción para considerarla el mejor obsequio del mundo.

Nunca vi a mi abuela quejarse por lo duro del trabajo del campo. Asumía lo variable del tiempo, la escasez de agua en tiempo necesario y  decía muy sabiamente: “¿Contra quién nos ponemos? ¿Contra el tiempo?” A lo que ella respondía serenamente: “Contra el tiempo no nos podemos poner”  y esa aceptación es lo que la mantenía firme de convicciones y de estrategias.

Mi abuela se quedó viuda a una edad muy temprana, situación delicada para una mujer que además debía seguir avivando la granja familiar. Dos vacas, una yegua, varias cabras, una cochina negra, muchas gallinas de plumaje vivo y jabado y algunos gallos altaneros, varios conejos, un perro y bastantes gatos que entraban y salían libremente de la casa, componían el entramado diario de aquella casa. Muchas bocas para recibir el sustento diario.

En los veranos recogía mi abuela y algunos peones que la ayudaban, una gran cosecha de piñas de millo  que apilaba en la azotea de la casa. En mis pupilas tengo todavía  grabado el jeito de sus manos habilidosas y certeras para desgranar cada piña, ayudándose de un carozo para hacer más efectivo el desgranado. Los granos caían como cascadas pequeñas en tandas sobre cestas que se colocaban entre las piernas o bien al lado. De aquel grano maduro, amarillo, blanco o rojizo saldría, posteriormente, el gofio, sustento que no habría de faltar nunca. Se elegían noches de luna llena para desfajinar el millo y recuerdo que hacía terral, lo que era un tiempo seco, sin sereno o rocío, sin brisa ni fresco alguno.

Mi abuela supo estar al lado de la tierra y de la naturaleza. Plantó naranjeros y cirueleros, limoneros y manzaneros y me enseñó a coger las ciruelas de la mata sin desgajarle el pequeño pedúnculo. A no sobajarlas. A palparlas suavemente para diferenciar las verdes de las maduras.

Muchas veces me anunció el hallazgo de un gran tesoro: un nido de pájaros con huevos dentro, otras veces recién salidos los polluelos del cascarón, o bien vacío el nido, cuando sus crías habían levantado el vuelo.

Me llevaba cogida de la mano hasta el sitio donde estaba y con reverencia y levemente, iba apartando algunas ramas  muy cuidadosamente hasta dejar el nido visible a mis ojos. Allí me tomaba en brazos, me elevaba a la altura del nido para que yo viera tan lindo milagro de la naturaleza. Un mundo natural de enjambres, arañas, nidos y pájaros estaba oculto entre el follaje que alimentaba mi ternura, mi asombro y mi ilusión. Porque todo son regalos y milagros de la naturaleza. Escucharla es entenderla. Esa que nos envuelve y nos vuelve, si cabe, más flexibles y tolerantes. Esa naturaleza que nos atrapa, que nos arrulla, que nos mece... como cuando caía rendida en sueño por las noches rodeada de sus brazos, arropada y acurrucada en su regazo, a su lado.

Si cierro mis ojos todavía puedo ver sus manos en la mías recogiendo ramilletes ocres, rojos, amarillos y verdes. O pelando la fruta hábilmente con un pequeño cuchillo,  dándole vueltas a las ciruelas negras, dejándolas con su fibra brillante, jugosa y encarnada. Libres de su piel carnosa.

Mi abuela fue una mujer rural, de campo, monte y tierra fructífera. Que trabajó a destajo pero supo vivir con mucha coherencia.


(A mi abuela Constanza, que supo comunicarme el amor por lo bueno, por lo que crece y por lo que se mantiene. Amén de ser una mujer íntegra, de pies a cabeza.) 


                                                                                                                         Foto Tanci

4 comentarios:

Teresa dijo...

Me ha encantado Tanci, me ha recordado tanto a mí abuela. Muchos besos.

**kadannek** dijo...

Intenté contener mi emoción al leer la historia tan amorosa de tu abuela y familia. Me parece no sólo un homenaje sincero salido de tu corazón, sino un testimonio que enmarca su vida, su historia y su legado. Me encantan esas personas tan conectadas con la naturaleza y la simpleza, con la honestidad de trabajo y que lo transmitan a las siguientes generaciones. Elevo bendiciones en honor a tu abuela, a tu abuelo, a todos los animales de la granja, a todo el reino vegetal que les acompañó, a ti, y a esa casa en donde dejaron huellas de cariño y unión.
Muchas gracias por permitirnos saber algo tan íntimo, bello e importante.

tanci dijo...

Teresa, un montón de gracias por acercarte y dejar tus palabras. Te envío un abrazo,

tanci dijo...

Kadannek, efectivamente todas estas añoranzas tienen una gran carga de afecto y cariño. Tal ha sido el vínculo a lo natural, a la tierra y a lo auténtico. Lleno de secuencias que me ha marcado en mi memoria y en el recuerdo. Te agradezco que hayas dejado tan bonito mensaje y que hayas reflexionado sobre este escrito. Un fuerte abrazo.