Foto Tanci
El viejo brasero de latón había quedado inservible. A cachos, se habían ido desprendiendo pequeñas lascas herrumbrosas, dando por finalizada su vida.
Los inviernos en las medianías de la isla eran crudos. Se pasaban días y más días sin apenas poder salir de las casas. No paraba de llover y el barranquillo de El Fraile cargaba agua hasta los topes, de tal manera que, a veces, cruzar el camino era tarea costosa y arriesgada.
A través de las tejas desvaídas y rotas se colaba el viento que, muchas veces las hacía rodar hasta dejar algunos orificios entre teja y teja. Algunas, muy empapadas, llegaban a rezumarse y, entre los huecos, la lluvia se colaba para llegar hasta el hogar. Allí, sentados sobre arcaicos bancos de madera y arracimados unos al lado de los otros, permanecía al completo la familia que, alumbrada por la tenue y titilante luz de la capuchina, compartían el habitáculo al lado del viejo brasero de latón dando calor en las interminables noches invernales.
Antes de cada invierno se hacía acopio de carbón que traían las mujeres en balayos colmados desde los pagos de las tierras del trigo. Existía el trueque; las gangocheras(1) cambiaban balayo lleno de carbón por balayo lleno de higos de leche. Pero siempre llevaban más higos que carbón ya que se podían apretar los higos hasta llenar el balayo, no así el carbón. Salían ganando las gangocheras.
De esta manera, el carbón debía durar en la casa familiar para todo el invierno. Pero siendo que algún invierno era más duradero de lo esperado, y no quedando aprovisionamiento del mismo, no había más remedio que desplazarse al terreno, en donde había viñas plantadas. Allí era de donde se obtenían algunas horquetas de brezo que habían sido empleadas para sostener las parras de viña durante el verano. No había otro remedio.
Era el brasero el centro del hogar. Lugar de guisos, potajes, pescado salado y papas arrugadas y algún que otro arroz con leche. Centro de devoción para la madre que debía alimentar a toda su prole.
Plantearse tener un brasero más robusto y duradero era un lujo, pero al tiempo, una necesidad que a toda costa la madre debía resolver. Así, por la noche y entre las mantas de lana, lo decidió junto a su marido: mañana bajaría la ladera para hacer su encargo.
Llegado el día acordado para recogerlo y, en presencia del nuevo, robusto y pesado brasero, la madre extendió entre sus manos el paño a cuadros azul y blanco de algodón que llevaba doblado bajo su sobretodo negro; unió punta con punta haciendo un perfecto triángulo rectángulo que, envuelto a modo de churro y enroscado en su mano, se transformaba en una especie de rueda pequeña llamada rodilla. Se la puso sobre su cabeza y, palpándola con suaves toques de sus manos, hizo más segura su colocación. Acto seguido, el labrante le colocó el pesado cubo de piedra sobre su cabeza y, agarrándolo fuertemente, emprendió la subida, lenta y penosamente, por la ladera arriba. Por las estrechas veredas sorteó tartagueras, cerrillos, algún cerrajón, hierbas y otras matas que, aleatoriamente salían al encuentro de sus pasos cansados. Pateó, esforzadamente el camino, calzada con sus alpargatas de lona azul amarradas al tobillo, sabiendo que, de tramo en tramo, debía descansar de tan pesada carga. Hizo un último esfuerzo hasta llegar a su primera parada. Allí, en la pequeña cruz de tea que estaba incrustada en un murete de piedra viva, allí y a ras con el mismo muro y emparejando su cabeza contra él, pudo encogerse a fin de depositar su carga sobre el mismo muro. Resolló, tomó el aire y se quitó la rodilla que, empapada de sudor, había soportado el peso del bloque esculpido. Descansada, al fin, su carga sobre el muro, se agachó a coger una pequeña piedra del suelo y, con gesto respetuoso y venerable, la depositó sobre uno de los brazos de la cruz de tea, retirándose apenas dos o tres pasos hacia atrás, para posteriormente persignarse. Le parecía a la madre que al pedir el favor y repetir este tradicional rito, le sería concedida su petición. Creencias y tradiciones traspasadas de madres a hijas, arraigadas por otro lado y difíciles de erradicar. Sólo ella supo de su ruego.
De nuevo se colocó su rodilla de paño de algodón sobre su cabeza y atrajo hacia si, con un esfuerzo infinito, su carga para depositarla una vez más en su cabeza. Y de nuevo marcha hacia arriba, por la ladera empinada pretendiendo alcanzar lo antes posible su hogar; casa de barro y piedra con techumbre de teja sobre jirones de brezo y tea.
Los inviernos en las medianías eran crudos y muchas veces no había mucho que echar a la boca. El brasero ardía en el rincón del viejo hogar de suelo empedrado y paredes encaladas calentando la estancia y, al tiempo, calentando los corazones, latidos de una raza esforzada.
Foto Tanci
(1) Gangochero-ra. ’Revendedor popular’. La mayor parte eran mujeres que se dedicaban a comprar en el campo frutas y verduras de forma itinerante de pueblo en pueblo. También mujer sin fundamento y enredadora .Que no es de fiar…
Del “Tesoro Lexicográfico del Español de Canarias”. Volumen II. Segunda Edición.1996 Cristóbal Corrales Zumbado. Dolores Corbella Díaz. Mª Ángeles Álvarez Martínez.
10 comentarios:
Tanci, qué relato más maravilloso. Es impecable y me lleva a tu tierra de lleno. Enseña al tiempo que deleita.
He aprendido contigo los usos del brasero, el esfuerzo de atravesar esos parajes empinados, esas palabras tan vuestras...
Por cierto, cuando te refieres a esa raza esforzada: ¿es la guanche?
Un besazo enorme.
Querida Tanci, has hecho un verdadero tratado de habla y cultura canaria. Aunque entiendo todo, muchas de las palabras no las he oído nunca... supongo que se debe a que en la 'ciudad' no se usaban esos objetos, ni se distinguía un palo de otro. Me imagino a la madre, sin resuello, haciendo un esfuerzo sobrehumano para llevar la lumbre al hogar. Y me quedo con el mensaje de que la convicción hace viable cualquier proyecto. Te mando un beso con sabor a bolero de Armando Manzanero.
Un relato precioso, lleno de palabras nuestras, que aún persisten en muchos sitios.
Una historia que me trae la de la gangochera que conocí de pequeña, su manera de contar los huevos, la tremenda "barca" que se ponía en la cabeza, las gallinas en un brazo...
Un abrazo lleno de imágenes de la infancia.
Ese barranco es una maravilla.
Besos, querida Tanci
Querida Isabel, siempre me da mucha alegría verte por aquí. También me da alegría pasar por tu casa. Es un gusto saber que mi relato te ha gustado y si de paso se aprende ... pues mejor. Verás, cuando empleo el término raza, lo expreso en el sentido de conjunto de características que configuran a la población de un sitio determinado. La zona que describo tiene algunas pervivencias guanches, pero también ancestros lusos, castellanos, andaluces, franceses, ingleses e incluso americanos de las sucesivas oleadas migratorias de ida y vuelta. Todo ese crisol de culturas, adobado con la fortaleza necesaria de carácter para enfrentarse con una naturaleza agreste y hostil por lo volcánico, pero agradecida por la acción del hombre que domesticó esa naturaleza, conforma el significado que le he dado al término raza,que, como puedes ver y resumiendo, significa el feliz mestizaje y ha dado como resultado a los canarios actuales.Por lo demás, me ha salido un relato costumbrista que, si te ha traído una vez más por aquí, yo estoy contenta de verte. Desde estos peñascos del Atlántico te envío un caluroso abrazo.
Alicia querida, lo más que me gustó es eso de que " la convicción hace viable cualquier esfuerzo". O también, como diría una buena amiga mía " hay que poner en marcha el mecanismo de la acción insistentemente para que se cree un buen pensamiento y que a su vez me provoque esa emoción de saber que ha valido la pena ese gran esfuerzo. Lo importante, y tú lo has dicho, es la convicción. Ese convencimiento que nos lleva, después de mucho esfuerzo al logro.Pero previo, claro está, habrá que planearse un objetivo. ¿A qué has conseguido algunos-muchos de los tuyos? Alicia, me gusta sentirte por aquí. Y eso siempre ha sido desde el principio. Recojo ese beso de sabor y lo devuelvo también hecho realidad. Con todo mi sueño incluído.
Virgi, tal vez vivimos algunas experiencias similares.Sabemos que la gente "del interior" contamos con gratas experiencias que han sido reflejo de parte de nuestra historia. Y hay vocablos que inevitablemente los mantengo aún vivos. No es de extrañar que permanezca "alongada" viendo pasar algunos recuerdos e historias similares a la contada.
Gracias por venir, siempre pendiente y puntual. Me encanta amiga. Un fuerte abrazo.
HOLA TANCI; Tu relato me a hacho,poder conocer un poquito vuestras costumbres,pero si te puedo decir que algunas, me ha recordado también las costumbres andaluzas,hoy cosas que poco varían de una comunidad a otra, pero me ha gustado mucho conocerlas.
Gracias TANCI;Por interesarte por mi salud.Un abrazo.Rosa.
Querida Rosa, gracias por pasar por mi casa. Es cierto muchas cosas vienen siendo similares. Lo primero es que ya estés mejor. Y eso da alegría.Me alegró también encontrar tu mensaje en este blog. Te envío un abrazo caluroso.
Querida Tanci
Me ha gustado muchísimo tu relato, junto a las ilustraciones. Ese brasero que en tantos hogares estuvo y fue el centro de calor más importante durante años...
Ahora con la calefacción central todo es diferente...
No conozco muchas de las palabras que utlizaste pero eso hizo más atractivo el texto.
Espero que todo vaya bien, amiga.
Gracias por dejarte ver por la plaza, ya viste que a todas nos alegra encontrarte.
Un abrazo grande
Conchi
Me alegra querida Conchi tu visita. Siempre me alegra. Y me da satisfacción que te haya gustado mi mi relato. Te diré que la única palabra que expliqué al final y que creía que podría no entenderse es la que puse a pié de página. Las demás todas están en el DRAE. Algunas también en el de usos. Muchos de esos vocablos ya están en desuso por aquí, sin embargo formaron parte del acervo cultural de muchos pueblos de las islas. Rescatarlos es hacer revivir otros tiempos. Pasaré por la plaza. Ya se ha convertido en un centro muy concurrido. Muchos besos.
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