¿Qué es lo que hace que una planta crezca a la sombra de otra?
A la sombra de un cactus salió la espinaca.
A la sombra de una planta crasa nació la cerraja.
Y a la sombra de una penca creció una labaza …¡y qué se yo que quieren estas intrusas!.

Si un cactus, con sus espinas y sus pinchos, puede dar cobijo a una espinaca, a una cerraja y a una labaza. ¿Cómo el ser humano no puede dar calor, cobijo y protección a sus congéneres cuando existe tal necesidad?
Me pregunto si era necesario para esas plantas crecer al lado de las otras… o si, por el contrario, fue mera coincidencia que empezaran, conjuntamente, su vida allí…
Y también me pregunto quién mandó a la espinaca, a la cerraja y a la labaza a elegir precisamente la compañía de las plantas más pinchosas de todas ¿O se eligieron mutuamente? También me pregunto como se entenderán dado que, las seis y en grupos de dos, han elegido vivir juntas Las he visto nacer, crecer y empezar su andadura. Las observo y las he dejado desarrollarse a su libre albedrío. No las he tocado, aunque estoy pendiente de su alimento y de sus necesidades.

Podría ser que se comporten como el ser humano, tal vez van buscando calor una al lado de la otra y así van amparándose mutuamente, aunque las unas a la sombra de las otras…o no ¿quién sabe por qué se han agrupado? Cada una dando de sí lo que tienen que dar, respetándose, no sé si ayudándose, pero al menos las veo tan contentas a todas. Me cuesta creerlo. Pero es así. Las leyes naturales y universales no hay forma de cambiarlas. ¿Podría estar la espinaca desarraigada por haber crecido en tierra desconocida, antes primero utilizada, por esa planta de hoja perenne que es la penca? ¿O le habrá pedido permiso, la cerraja al cactus, para pernoctar y protegerse del frío invierno que le está amenazando? Tal vez, se siente cómoda la labaza en tierra que no le pertenecía, pero que utiliza de igual manera. Puedo pensar que es meramente un intercambio, de lo más natural y generoso, y hasta de mutuo acuerdo: “puedes estar a mi lado que yo no te hago daño”, a la vez que es una necesidad para la recién llegada. Pero en este caso no veo, por ningún lado, la obligación del cactus, ni de la penca, ni de la planta crasa, en proteger a las inquilinas que no sé si, también, arribistas. Y sin embargo, conviven mansamente, dejan que la naturaleza dirija espontáneamente sus destinos, sin dominar , sin problemas y sin preocupación. No hay tretas, ni planificación, ni siquiera intencionalidad. Es un simple hacer, dejar hacer y dejarse hacer. Con la simplicidad que supondría, en el caso de los humanos, actuar así en nuestras vidas.
No las perderé de vista. A la primera de turno que algún pinchoso se le ocurra “pinchar como un cactus”, siendo ”poco cariñoso y seco” con sus congéneres; aunque haya tenido que serlo en apariencia, ya que le ha correspondido por su propia ley natural y universal. Ese día, aviso; ese día, apencaré con las consecuencias de haber permitido que la espinaca, la cerraja y la labaza hayan crecido en un lugar no apropiado para ellas. Mientras tanto, seré yo, quien tenga que aceptar la decisión de cada una para iniciar vidas paralelas aunque no las vea, de momento, identificadas. Pero que apechuguen, porque de nada les valdrá crecer a la sombra de nadie.

Sobre El Rocío - José Larralde