En mi barrio, y no muy lejos del casco histórico de La Laguna (Ciudad Patrimonio de la Humanidad), aún perdura el sabor de lo auténtico y el sabor de antaño. En esta medida, pisar esta venta supone un recuerdo de infancia en mi haber, pero a su vez transportado necesariamente a tiempos actuales.
Si usted tiene tiempo, cosa de lo que se carece hoy en día; y usted posee esa sensibilidad visual, olfativa y auditiva especial para empaparse de colores y armonías, olores, voces y auténtica vecindad, pásese por “Adelfa”; dulcería y víveres. Que aunque su primera creación fue la de simple dulcería, no deja de ser una venta al puro estilo antiguo, pero con el decoro y la renovación necesaria que la vida actual exige. Más conocida por la venta de Lourdes, dado que es su dueña. Quienes se ocupan esmerada y cuidadosamente, con absoluta exquisitez, son sus hijos Tere y Carlos, conjuntamente con Ani quien también les ayuda en esta tarea de cara al público. Los tres son quienes atienden este retazo de la vida de mi barrio, y son quienes tan amablemente desempeñan el buen hacer propio del comercio tradicional.
Allí los niños son agasajados siempre con una sincera sonrisa, cuando no con un caramelo o algún tentempié. Los adultos, que saben esperar, hacen cola para adquirir los productos que están perfectamente colocados y bien expuestos en estanterías a la vista y siempre detrás del mostrador. Y si no los viera, pregunte, lo más probable es que ese artículo lo tengan dentro, en su trastienda. No en gran cantidad, pero sí de todo un poco. Usted puede llevarse desde unos dulces laguneros siempre frescos, un buen trozo de auténtico queso palmero, una botella de vino canario así como frutas y verduras del día y de gran calidad, como también cualquier embutido o conserva que se desee comprar. Eso sí, ellos se lo despachan a la antigua usanza, no sin antes pedirle su conformidad mostrándole abiertamente el producto.
Una venta de las de antes, pero renovada. No tema hacer cola, si su paciencia y tiempo se lo permite, y permítase gastar un poco de ese bien tan apreciado ganándolo en buena vecindad y en relaciones humanas, amén de un poco de paciencia. Al final verá que su compra valió más la pena, que se irá satisfecho, con buenos productos y la más amplia y grata sonrisa de sus dueños. También su dependienta lleva el mismo ritmo, así fuera que los tres recibieran el mismo cursillo específico de amabilidad y cordialidad, amén del buen humor. Ellos marcan estilo. La diferencia está en que se acordarán de que el día anterior usted tuvo un dolor de cabeza, si usted se lo comunicó o se quejó, y se preocuparán y le preguntarán con el recato y la prudencia suficiente como para hacerle sentir cómodo, como en casa. En una palabra: es la antigua venta familiar donde no sólo se vende el producto, sino en la que se comparten alegrías y logros, penas o tristezas según el talante del cliente. Pero no tema, usted puede también comprar sin “soltar prenda” pues el tratamiento seguirá siendo el correcto: respeto, cautela, atención personalizada y calidad.
Con las grandes superficies si que hay una gran diferencia. Y no precisamente en tamaño, sino en procedimiento. Y yo que valoro más lo duradero que lo fugaz, más lo simple que lo complejo, más lo humano que lo meramente mercantilista, prefiero ir con mi lista del momento, ganar en paciencia, hacer vecindad de la buena, dejar mi dinero en el pequeño comercio familiar y si cuando llego a mi casa, algo se me ha olvidado hasta puedo volver caminando.
Me lo repite mi madre muy a menudo, ahora que han pasado los años: “si yo tuviera una ventita así, cerca de mi casa, otro gallo me cantaría y cuánto no me resolvería”. Mi madre ya no vive en aquel barrio de mi infancia, tampoco en mi barrio lagunero, pero si tuvo, compartió y defendió una ventita así hace muchos años y también creó escuela.
Una venta de las de antes, pero renovada. No tema hacer cola, si su paciencia y tiempo se lo permite, y permítase gastar un poco de ese bien tan apreciado ganándolo en buena vecindad y en relaciones humanas, amén de un poco de paciencia. Al final verá que su compra valió más la pena, que se irá satisfecho, con buenos productos y la más amplia y grata sonrisa de sus dueños. También su dependienta lleva el mismo ritmo, así fuera que los tres recibieran el mismo cursillo específico de amabilidad y cordialidad, amén del buen humor. Ellos marcan estilo. La diferencia está en que se acordarán de que el día anterior usted tuvo un dolor de cabeza, si usted se lo comunicó o se quejó, y se preocuparán y le preguntarán con el recato y la prudencia suficiente como para hacerle sentir cómodo, como en casa. En una palabra: es la antigua venta familiar donde no sólo se vende el producto, sino en la que se comparten alegrías y logros, penas o tristezas según el talante del cliente. Pero no tema, usted puede también comprar sin “soltar prenda” pues el tratamiento seguirá siendo el correcto: respeto, cautela, atención personalizada y calidad.
Con las grandes superficies si que hay una gran diferencia. Y no precisamente en tamaño, sino en procedimiento. Y yo que valoro más lo duradero que lo fugaz, más lo simple que lo complejo, más lo humano que lo meramente mercantilista, prefiero ir con mi lista del momento, ganar en paciencia, hacer vecindad de la buena, dejar mi dinero en el pequeño comercio familiar y si cuando llego a mi casa, algo se me ha olvidado hasta puedo volver caminando.
Me lo repite mi madre muy a menudo, ahora que han pasado los años: “si yo tuviera una ventita así, cerca de mi casa, otro gallo me cantaría y cuánto no me resolvería”. Mi madre ya no vive en aquel barrio de mi infancia, tampoco en mi barrio lagunero, pero si tuvo, compartió y defendió una ventita así hace muchos años y también creó escuela.
9 comentarios:
Querida tanci, ¡Ya iba a escribirte yo diciéndote que quería leer ya esa segunda parte! Me ha gustado mucho este post, qué buena descripción... Voy leyendo y es como si estuviera detrás del mostrador, esperando a ser atendida por Carlos o Tere. Desgraciadamente, en los tiempos que corren, es cada vez menos frecuente que te atiendan pacientemente y con una sonrisa.
¡Y ya me dirás donde queda "Adelfa", que me han entrado ganas de pasarme por allí! ¡Eres genial haciendo publicidad, je, je!
Bueno Mónica, no tengo arte ni parte en este comercio.Pero aveces, pienso que la gente tienes méritos que nadie se para a reconocer. Y son precisamente esas pequeñas cosas las que se deberían valorar más en nuestras vidas.Algún día les llegará a sus manos y estoy casi segura que la misma felicidad que yo he sentido al crear mi post y al acudir a su comercio, tendrán ellos.
Me gustó verte por aquí de nuevo, Sabes que si no vienes te extraño.Aunque sepa que siempre estás por los alrededores... pero me hace feliz que toques en mi casa. Y tú sabes que siempre eres bien recibida.
Un abrazo de los fuertes.
Querida Tanci: ahora nos describes la ventita de tu barrio con todo lujo de detalles... a mí me parece muy bien eso de que te traten bien, te llamen por tu nombre y te digan que ya les pagarás los dos euros que te faltan ese día... pero echo en falta que no nos cobren un poco menos ya que en la mayor parte de los casos son mucho más caros que el supermercado. La economía casera también es importante, ¿no crees? A ver si coincidimos en el messenger. Un abrazo fuerte: Alicia
Si Alicia, estoy de acuerdo contigo en que la economía casera es muy importante.Pero yo prefiero dejar mi dinero a pequeñas empresas locales que no a multinacionales y que no dejan el dinero aquí. Por otro lado cada uno al final elige lo que es mejor para cada cuál.Con respecto a que nos cobren menos no lo puedo solucionar.Pero también me he fijado que eso pasa entre los diferentes supermercados y tampoco se ponen de acuerdo en cuanto a los precios de los distintos productos.Así las cosas, lo mejor es que cada uno se haga su pequeña economía de la manera más práctica y airosa.Gracias de nuevo por tu visita.Recibe un abrazo.
Me hubiera gustado dejar un comentario en la entrada de "Mamma mía", pero no he podido.
Un beso, compañera.
Gracias Mª Jesús por acercarte. La intención es lo que vale. Un saludo
Yo recuerdo mucho ir a comprar a la tienda de don Felipe y doña Encarna. Apenas tenía que cruzar dos calles para estar en ella. Desde la ventana de mi habitación podía ver a la gente subir y bajar los chaplones para acceder a la tienda. Allí detrás del mostrador encontrábamos a doña Encarna una mujer amable, dulce pero enérgica, y don Felipe muy campechano y bromista.
Podías comprar azúcar que venía en unos sacos blancos y que te ponían en un cartucho de papel y pesaban en una balanza muy moderna para en aquella época y para realizar otras pesadas recuerdo ver una balanza romana. Esta última me cautivaba como se colgaba en un extremo el género y en el otro ponían unas pesas con diferentes medidas y para completar el pesado deslizaban sobre la barra, que estaba graduada, un pequeño pesito. Así hasta que los dos extremos quedaban a la misma altura.
Son muchos los recuerdos que vienen a mi mente y pienso que me extendería mucho.
Aún me parece que si me asomara a la ventana de mi habitación vería la tienda de doña Encarna y de don Felipe, y a los vecinos subiendo y bajando los chaplones para entrar en ella.
Pienso que muchos vecinos echaron de menos el cierre de la tienda de don Felipe y doña Encarna
Mi querida amiga Ana, Anita tal como te llamaba, me alegro mucho verte pasar por este rincón. Pero más me han alegrado tus recuerdos tan gratamente descritos. Si,es verdad, los sacos blancos de azúcar con letras rojas y que venían de Cuba. También me parece que cruzo la calle y allí nos encontramos para seguir jugando al tejo, a la soga,a la escondidilla... ¡Cuántos recuerdos!.La imagen que das de D. Felipe y Doña Encarna encaja a la perfección. También me dío pena el cierre.Trabajé mucho en ella.
Recibe un abrazo tan cálido como el mismo escrito que aportaste.Seguiré viéndote asomar en tu ventana. Gracias de nuevo.
Se publicó como anónimo, pero era yo la que te esperaba en la venta.
Un beso amiga.
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