domingo, 31 de octubre de 2021

Tras la mata de coral

 

                                                                                                    Foto: Pedro Delgado


Jimena lo maneja todo. Tanto quiere manejar y tanto aprende queriendo participar, que en un momento de descuido en que los mayores preparaban el almuerzo, descubrió las pequeñas sillitas inestables de tijera tipo camping que estaban escondidas detrás del mueble alacena. Rápidamente se hizo con dos de ellas sin decir nada a nadie. Es cierto que, por su tamaño y estructura, podía perfectamente asirlas y acarrearlas sin esfuerzo ni peligro alguno. Cuando ya las tenía agarradas entre sus manitas para sacarlas al patio, su madre la pilló y, peleándole porque no había pedido permiso, le indicó que las colocara donde mismo las encontró. Pero ella, llorando, insistía tercamente en sacar las sillitas. Sólo quería usarlas tal y cómo había aprendido la única vez que se sentó en ellas.
Una vez y sólo una vez, esas dos sillitas sirvieron para avistar pájaros a escondidas para luego seguir vigilándolos durante un pequeño periodo de tiempo.
Jimena había aprendido que se utilizaban, y tal vez sin pensar en otro uso, para espiar a los pájaros detrás de unos matojos, y que aquellos alegres cantores iban y venían revoloteando al comedero dónde había una cierta cantidad de mixtura de alpiste y otras semillas.
No muy lejos del comedero había también un bebedero con agua muy limpia donde las aves, felices, cantaban, piaban y gorjeaban en absoluta libertad. Y Jimena ya lo sabía y lo había experimentado. Pero su madre no se acordaba. Cuando la madre descubrió la finalidad por la que ella quería sacar aquellas sillitas al exterior, y bajo la explicación a media voz y entre llantos entrecortados de la niña, no pudo más que ceder atónita ante la rotunda decisión de la niña.
Y allí, en el patio de cemento, sentadas detrás de un macetón cargado de una preciosa mata de coral, Jimena tranquila y sin llanto a mi lado y, mientras me susurraba al oído y en voz bajita, escondiéndose detrás de las estilizadas y frondosas ramas: ¡mida, mida, allí hay uno que vino volando y oto que ya está comiendo! El mayor gozo, en ese preciso momento, era ver a los pájaros hacer una fiesta entre el comedero y el baño. Sí, porque no muy lejos del comedero habían unas pequeñas piscinitas que se elaboraron sobre un canalón metálico para el riego. Allí los pájaros se bañaban y se sacudían con alegría y firmeza. Nos parecía estar ante una danza clásica salpicados por el agua que batían entre sus alas.
Jimena me repetía con su corto vocabulario: “escóndete pada que no te vean y no se asusten y se vayan…” Mientras yo sonriendo y casi empurrada agachaba la cabeza como podía con mi dolor de cervicales, haciéndole caso a su sugerencia ya aprendida.
Por un instante, y desviando la atención del movimiento nervioso de las aves, Jimena fue consciente de que su cara estaba pegada detrás de aquellas florecillas blancas y rosadas del coral, y pidió permiso bajando su voz para quitar con sus deditos dos ramilletes menudos para regalárselos a su mamá y a su abuela. Y lo hizo, cambiando por un rato su actividad.
Jimena siempre termina enterneciéndome porque consigue, con todo lo que va aprendiendo, ser una persona diáfana. Tal vez estas acciones me hacen volver a tener fe en el ser humano.
Jimena sólo tiene tres años y medio y ya es capaz de enseñar y recordar lo olvidado por muchos adultos.

2 comentarios:

Teresa dijo...

Que bonito, me encantó. Besos.

tanci dijo...

Siempre tus visitas me dan mucha alegría. Y si te gustó..pues me dejas más contenta todavía. Besos.