martes, 24 de diciembre de 2019

Reflexiones



(Detalle de bordado de casulla. Monasterio de S. José de Carmelitas Descalzas. Segunda Fundación de Sta. Teresa de Jesús. 1575.Medina del Campo)




Un amigo me hacía reflexionar, no hace muchos días, sobre la relación que podía existir entre lo que hago, y que sea yo precisamente quien lo haga. Y la relación que podía haber entre los que me hablan y mi atenta escucha hacia ellos, y también al contrario. Entre lo que es indispensable afrontar en la vida y que sea yo justamente quien lo encauce. Y concluía que deberíamos estar contentos porque esa relación nos sopla al oído, con aire manso, que nuestras vidas no son ninguna casualidad y que solo por ello deberíamos alegrarnos, ser felices... Pese a que nos falte quienes nos cuidaron, nos quisieron y nos ayudaron a crecer. Pero dentro de esa nostalgia por sus ausencias cabe, precisamente, su legado de amor, enseñanza y buena construcción. Y con ese legado nos identificamos. Y es ese entrañable recuerdo el que nos empuja y nos estimula a no perder la ilusión de seguir trabajando, con nuestro motor personal, por un mundo mejor, más solidario y, si se puede, más armonioso y justo. Me hacía pensar en que la prosperidad del ser humano no la medimos en su avance tecnológico y económico. Esto no nos hace portadores de una mayor humanidad y generosidad. Yo añado que lo urgente, quizás, sea conseguir un mayor equilibrio, una mayor ética y mayor justicia . Pero para eso hemos de mirar el interior de la balanza y no tanto el peso de los platillos.