viernes, 13 de septiembre de 2019

Potaje blanco o de fiebre


                     
                                                                                                                   Foto Tanci
                                                                                                                                                                                                    Foto Tanci

¡Qué ganas tengo de que llegue el otoño! ¡O el invierno! Que para los efectos igual da. Luego me quejaré igualmente del frío que nos mantiene ateridos y rogando, quizás, por los días de sol que tardarán en llegar, otra vez, cumpliendo su ciclo anual.

Con el verano proliferan frutas de todos los colores,  de todos los olores y sabores. Es la estación rica en tonalidades llamativas, de formas táctiles y jugosas, de olores que se perciben a distancia dejándote embelesada bajo cualquier árbol, bajo cualquier sombra. Y también el calor hace que las verduras aparezcan suculentas, plenas… mucho más si no les ha faltado la necesaria agua de riego. Indudablemente es el sol el que hace resurgir y mantener  a cualquier ser vivo. Lo estimula. Y las plantas, hortalizas y verduras no son ajenas a este milagro de crecimiento y desarrollo vital. Y da la sensación que con el cambio climático hay un cierto desvarío en los días veraniegos. No, no me estoy quejando del sol, ni del calor, ni tan siquiera de esos días en que no se mueve nada; ni una brizna de hierba. Ni la palmera más alta hace amagos de tambalearse, apenas un poco, como queriendo hacer alguna reverencia a nuestros pies…

Pero si que espero, con deseo, ese cambio estacional que hace que pensemos incluso en otras comidas de elaboración más casera y no tan rápida. Yo diría que  más hogareña, más lenta… Y yo lo soy en ambos aspectos. Por eso, en cuanto olfatee ese airecillo fresco que poco a poco va llegando por las tardes, y en cuanto éstas vayan siendo más cortas, me pondré a la faena y haré  ese apetitoso y sencillo potaje blanco que repetiré muchas más veces en mi dieta.

Mi padre lo llamaba potaje de fiebre ya que siempre hacía su petición a mi madre cuando se sentía descompuesto o tenía alguna destemplanza a consecuencia de un mal cuerpo, alguna décima de fiebre o algo parecido. Encarna, ¿por qué  no haces un potajito de esos que tan bien te salen a ti, de los de fiebre? Y mi madre con una leve sonrisa en su rostro lo miraba condescendiente y allá iba a buscar sus menesteres para elaborarlo. Nunca se negó, porque en el fondo ella sabía que era reconstituyente y sanador. Y porque sabía también que, teniendo un estómago delicado,  también era la comida perfecta para acallar los lamentos de dicho estómago.

El potaje blanco o caldo de papas, llamado de distintas maneras según en qué hogar se elabore y según sus costumbres familiares, es un  platillo fácil de hacer y además barato. Tal vez surgió de los tiempos de escasez  en los que las buenas amas de casa echaron mano de una creatividad culinaria sencilla. Papas, cilantro, perejil, una ramita de tomillo, aceite de oliva virgen extra, un tomate de fritura, unas hebritas de azafrán, una cebolla, dos o tres dientes de ajo y un par de huevos. Como  podemos ver son ingredientes que por regla general se encuentran en la despensa de cualquier hogar como parte de una cocina tradicional. En el caso de mi madre, si tenía un bubango, ya era todavía más feliz. Sabía que ese caldo le quedaría más sustancioso y mucho más dulce al paladar. Eran tiempos en que, pese a la carencia, todo era más sostenible, más medido y comedido y nunca o casi nunca había sobrantes. Había lo justo. Y lo justo era hacer de cuatro o cinco ingredientes una gastronomía sencilla pero sana, alimenticia y apetitosa.  Los productos eran de consumo local y la mayoría de veces, echando mano de lo que cada casa cosechaba en el huerto familiar, aunque éste fuera pequeño. Años de posguerra. Ahora nos podemos abastecer de productos que nos llegan desde el otro extremo del mundo y casi despreciamos o miramos por arriba del hombro los productos de cercanía, los productos de nuestros mercados en donde el agricultor es el que se encarga de ofertarlos con un precio bastante ajustado, añadiéndole a su producción un primor destacable.

 Y digo yo, tengo las papas, tengo un bubango cumplido y tierno de mi propia cosecha y tengo los menesteres necesarios… ¿pues a qué espero? Mañana mismo me afano en ese potaje blanco tradicional o también llamado caldo de papas, caldo verde o, en mi caso y de manera familiar, potaje de fiebre. Eso sí, buscaré dos buenos huevos frescos a ser posible de patio, para cascarlos en el caldero, al final de la cocción y que le darán ese punto de ligazón y mejor paladar a la hora de su degustación.

                                                                                                                                                                                                       Foto Tanci

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