D. Juan Sánchez, “Juanito el palomero” para familiares y
amigos, llegó a Las Palmas capital, desde
Artenara, con ocho años. Sus
abuelos ya vivían allí, habiendo comprado una casita en el barrio de San
Antonio, cercano al Obelisco. Los
abuelos de Juanito habían formado una pequeña empresa familiar de pastas y
fideos. Un camión de color amarillo cubría el trayecto del reparto por toda la
capital y barrios de la periferia. Por fuera, y en los laterales del camión de
color amarillo, se leía el slogan en letras negras que lo hacía más visible
todavía; “Fideos Semidán. Sin acidez, ni ardor”
Por su parte, la
familia de Doña María Antonia Ramírez, más
conocida como Maruca, famosa por sus espléndidas manos en la confección de
gorras y sombreros, había venido de Arucas yendo a dar al mismo barrio en donde
vivía Juanito. Ambos estaban predestinados
a encontrarse. Con el tiempo, formaron familia. De esa unión tuvieron cinco
hijas y un hijo. La mayor de sus cinco hijas, Felipa, recuerda los veranos de
Artenara, lugar de donde procedía su familia paterna y al que iba a pasar los meses
de estío con sus tías y abuelos. Veranos calurosos y tardes frescas en los que
las noches se arropaban al compás de un inmenso coro de grillos y cigarras, abriéndose
eco entre barrancos y laderas.
Artenara, pueblo enclavado en la zona central de Gran Canaria,
es famoso por sus casas-cuevas enjalbegadas y, algunas de ellas, excavadas en la
tosca roja; conformando en una suerte de
paisaje pintoresco y variopinto, similar al de un portal de Belén. Hoy en día, muchas
de estas cuevas habitación han sido rescatadas y rehabilitadas para ofrecer un
armónico disfrute y relax vacacional, siendo la experiencia, para el que la ha
vivido, un lujo para los sentidos, para el ánimo y la paz interior en la que
tener una sana y saludable experiencia de vida.
Estas casas-cuevas forman una simbiosis entre una ancestral unión de la naturaleza y el entorno en donde están enclavadas, por un lado y, un actualizado y moderno equipamiento interior y exterior en el que no falta de nada, por el otro.
Estas casas-cuevas forman una simbiosis entre una ancestral unión de la naturaleza y el entorno en donde están enclavadas, por un lado y, un actualizado y moderno equipamiento interior y exterior en el que no falta de nada, por el otro.
Habitarlas, te da la
sensación de emerger de las entrañas de la tierra, pero haciendo uso de todos
los lujos habidos y por haber…Diríase que estando en las entrañas de la tierra trasciendes
lo cercano y humano y conectas con lo lejano y divino.
Haciendo estas reflexiones, a Felipa, la mayor de las cinco
hermanas habidas en el matrimonio de Juanito y Maruca, y criada en la capital,
le produjo una sensación inusual de recuerdos y afectos retrospectivos el tener
entre las manos una humilde escoba hecha con hojas de palma que, por casualidad y lejos de la capital,
tuvo la ocasión de usar uno de esos días en los que, lejos de la rutina, absorbes
todos los matices de cualquier experiencia por simple que sea, y te sorprendes
con ellos.
La humilde escoba le trajo recuerdos de su infancia, allá en
Artenara, donde las cuevas se convierten en viviendas, dando paso a una saludable
y benefactora cotidianeidad; donde el tiempo se ve pasar lento, pausado, sin
agobios; sentada al atardecer en la entrada de cualquiera de estas cuevas, y donde
la lejanía y la altura del lugar ofrecen
el justo barómetro de la autenticidad de las cosas sencillas.
Y con ese salto de la rutina, y después de muchos años sin
haberla tenido entre sus manos, manejó la
escoba hábilmente, formando pequeños montones de hojas, ramitas y tierrecillas
esmeradamente colocados en cercanos rincones.
Uno aquí, otro acá y otro acullá… tal y como Maruca, su madre, le enseñara en su infancia. Le tentó la risa cuando la vio colocada en la esquina del viejo cuarto de aperos de labranza: empinada, con sus palmas sobre el suelo y el cabo apoyado en la pared. Esperaba, tal vez, un escobillón algo más moderno, o una aspiradora de las de ahora… o un auténtico robot de limpieza de última generación. Algo proveniente de un mundo más renovado y cercano al de la ciudad de donde Felipa provenía.
Uno aquí, otro acá y otro acullá… tal y como Maruca, su madre, le enseñara en su infancia. Le tentó la risa cuando la vio colocada en la esquina del viejo cuarto de aperos de labranza: empinada, con sus palmas sobre el suelo y el cabo apoyado en la pared. Esperaba, tal vez, un escobillón algo más moderno, o una aspiradora de las de ahora… o un auténtico robot de limpieza de última generación. Algo proveniente de un mundo más renovado y cercano al de la ciudad de donde Felipa provenía.
Pero aquella escoba cumplía su misión, aun arrinconada en
aquel cuarto de aperos. La misión de adecentar patios, empedrados y pequeños
caminos o parterres entre la arboleda y que, incomprensiblemente, habían
sucumbido a la loseta o al gres o al piche, no así a la madera y a la piedra.
Las largas y finas
hojas de palma formaban un auténtico ramillete apretado como si de una falda
plisada se tratara. Todas ellas, prensadas y unidas alrededor de uno de los
extremos de la larga y cilíndrica caña
que hacía de empuñadura, dieron cuenta del trabajo rutinario y cotidiano del
barrer, dejando lustrosos los patios y empedrados. Felipa no salía de su gozo,
como así de su asombro. Pensaba que esos útiles habían caído en desuso y en el
olvido. Con una escoba entre las manos le parecía a ella estar danzando el más
dulce y dinámico vals que jamás hubiera bailado. Y es que ya se sabe: en el
campo, que no en la ciudad, una buena escoba, además de práctica y eficaz, nos
puede propiciar un buen momento de desconexión, de relax y felicidad. De vez en
cuando ponga una escoba en sus manos. Probablemente, y sin proponérselo, verá
la vida con otro ánimo.
Tanto el dibujo como las fotos de esta entrada han sido realizados por Tanci
23 comentarios:
No sabes lo que me gusta a mí una escoba de esas...¡ay, los recuerdos! Felipa disfruta barriendo la tosca y yo leyéndote.
Artenara, un pueblito precioso, sí.
Muchos besos, mi primera sonrisa de la semana para ti, querida Tanci.
Por una vez, larco.
Como siempre, hermoso.
Las casas en el acantilado las pude ver en Tazacorte. Más que el estado en el que estaban (parecían viviendas humildes) me llamó la atención el acceso, con los caminitos empinadísimos. Por mucho lujo que puedan tener, si tienen un acceso "pa habernos matao", yo me lo pensaría... :-P
Bellos paisajes y sugerentes evocaciones con una escoba como eje. Hace tiempo que no veía una de esas, pero las recuerdo vivamente. También sé lo que es barrer con ellas :)
Un abrazo
Felipa sabe lo que es el sentido del vivir, pues la felicidad se halla en las cosas pequeñas y en los hechos cotidianos y simples. El encontrarse con ese tipo de escoba ya fue una fiesta (ah, también lo sería para mí, que no veo una desde mi infancia).
Has narrado hermosas sensaciones, Tanci, y, de paso, nos has contado la forma de vida en Artenara, en esas cuevas que protegen del frío y del calor.
Un beso grande, grande.
Precioso texto con una escoba como eje vertebrador. Recuerdos y melancolía se agolpan en nuestras memoria cuando sacamos esas escobas para barrer las hojas...muertas.
Un besote.
A veces creemos que avanzar es agarrarse a todo lo nuevo, si pensar si quiera si realmente nos ayuda a vivir mejor. Si lo que nos rodea ya es hermoso y nos aporta la felicidad que necesitamos, ¿por qué no lo conservamos?
Un texto muy bonito, que hace reflexionar, y con una sencilla escoba como "protagonista".
Un abrazo.
Me ha encantado Tanci, estoy de acuerdo contigo, cuando tengo tiempo me encanta disfrutar de todas esas cosas sencillas y lo hago muy despacito. De niña yo usé una de esas escobas pequeñitas.
Un abrazo fuerte amiga, desde mi Librillo.
De niña yo también usé esas escobas de esparto pequeñitas, me encantaba barrer.
Ahora también disfruto mucho cuando hago las cosas despacito.
Un abrazo fuerte amiga, desde mi Librillo.
Querida Virgi, esa primera sonrisa de la semana me llegó como bocanada de aire fresco. Y me dura. Ahora que tengo un espacio para mí te lo hago saber. También me pasa lo que a tí. Esas escobas son mágicas y por eso puedo entender a Felipa.Sabes cuánto me alegra siempre verte aparecer por mi espacio. Te mando ese abrazo que siempre es cálido.
María Jesús, alguna que otra vez me extiendo. Y también disfruto de lo largo cómo de lo corto. Y si te ha parecido hermoso, me llena más todavía. Te sigo. Y te mando un buen abrazo "renovado". Por aquello de las renovaciones...
Hola MIércoles. Las casas de Tazacorte son algo distintas a las que describo aquí. Sin embargo cualquier rincón de La Palma es bellísimo. Sus carreteras si son bastante tortuosas y ya no digamos subir al observatorio astrofísico en el Roque de los Muchachos... si, para pensárselo. Merece la pena conocer estas cuevas de Artenara. Para los niños supone una experiencia diferente, aunque Jueves podría esperar unos cuántos añitos más para sacarle provecho. Verte por aquí me gusta. Un abrazo.
Ximo, o sea que no se te caerían los anillos si tuvieras que hacer uso de una de ellas ¿no?. Yo creo que a veces vale la pena. Y me alegra que te haya traído recuerdos la que se representa en la foto.Gracias por tu visita. Un abrazo.
Mi querida Isabel, en los pequeños momentos de vida es donde está el jugo de las mejores emociones.Y yo creo que eso le pasó a Felipa. Sin restarle importancia a su dilatada vida, también la escoba tuvo su momento de gloria a su lado y viceversa...Momentos lleno de mociones y sentimientos. Siempre recibo tus palabras con esa inmensa alegría que me llena. Un fuerte abrazo, amiga.
Laura, las hojas muertas han dejadouna existencia para pasar a otro ciclo. Es el ciclo de la vida. Como lo es también sacar del baúl de los recuerdos una simple escoba que a nuestra protagonista le sorprendió y hasta le hizo feliz. Cosas de la vida. Un abrazo Laura.
Mercedes, tus palabras si que me hacen volver sobre lo escrito. Me vale tu reflexión. Me vale tu opinión. Me vale tu pregunta. Me vale todo lo que escribes. Gracias por acercarte. Un fuerte abrazo.
Rosario, esas pequeñeces no se olvidan por mucho que avance la vida. Porque en las ínfimas cosas también hay brillo y alegría. Me gusta que llegues por aquí. Te agradezco tu visita.Te envío un beso, amiga.
Querida Tanci,
No sabes cuánto te agradezco esta entrada.
Me acabas de animar el día. Atravieso una época difícil y tu estupendo relato y tu escoba mágica me elevan la moral.
Gracias, mi niña. Nos vemos.
Un abrazo.
Querida amiga. Te entiendo. Pero a veces uno echa mano de lo "mágico" para elevarse un poco por las nubes. Algo simple, ya ves. Sin ninguna pretensión. Pero algo que de una manera u otra ha formado parte de unas costumbres, de un buen uso y de una experiencia. me alegra que te haya gustado. Para mi es un gustazo saberlo. Espero verte. Un abrazo.
El olor a magdalena, una antigua cueva o una vieja escoba, como la de tu relato, parecen estar ahí para recordarnos que el pasado, el presente y el futuro son parte de una misma cosa. He disfrutado con el tono evocador y con la cálida cadencia de las pequeñas cosas. Un abrazo, Tanci.
Mi querida Isabel, ese olor a magdalenas me llega. Sí, me llega y también me llena. Olor a hogar, a ritual, a cercanía... Tal vez evocaciones de cosas simples pero cercanas. Me llenan tus palabras. Gracias por tu visita. Un fuerte abrazo.
Rosario, no sé que pudo pasar pero me doy cuenta que me has escrito dos comentarios y que no he respondido a ninguno. También de niña bien que le di uso a estas escobas. Y siempre las recuerdo, al igual que otras tantas ancestrales costumbres, con mucho cariño. Tal vez con esos recuerdos uno no pierde cierta perspectiva de la vida. Un fuerte abrazo Rosario
Rosario, no sé que pudo pasar pero me doy cuenta que me has escrito dos comentarios y que no he respondido a ninguno. También de niña bien que le di uso a estas escobas. Y siempre las recuerdo, al igual que otras tantas ancestrales costumbres, con mucho cariño. Tal vez con esos recuerdos uno no pierde cierta perspectiva de la vida. Un fuerte abrazo Rosario
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