domingo, 14 de febrero de 2010

¿Me conoces mascarita?


Me gustan los carnavales. Así sin más. Me gustan y ya está. Puede que me atraiga, además de todo lo que desprenden, su espíritu lúdico y alegre. Quizá esas dos partidas son las que más han quedado reflejadas en mi espíritu juguetón y creativo. Los carnavales tienen de todo eso un poco; magia, creatividad, juego, descubrimiento, riesgo a saber quién es el otro, descubrir la transmutación de caracteres y personalidades… Es, además, teatro, música y colorido en las calles, y es belleza e ilusión salida de un espíritu travieso y bromista, en dónde el mero hecho de ponerte unos zapatos que no son los tuyos y que nunca te atreverías a calzar, a la vez que te aventuras a enfundarte unos bombachos, lucir unas plumas o unas alhajas exageradas, además del consabido antifaz, hace que te desprendas de un sin fin de parapetos y corsés ajustados que durante un año has llevado abanderados hasta las mismísimas cejas y pegados a la piel sin tener forma de desprenderte de ellos. Así de simple es el carnaval, cumpliendo una función de rompimiento de patrones de conducta.


Y no es un decir, no. Uno ve la vida de distinta forma detrás de una máscara o detrás de un antifaz. Uno mira, a través de los agujeros alargados, rasgados y descubiertos de ese antifaz negro, directamente a los otros, a los ojos de los demás. A los que están frente a ti o que pasan a tu lado sin querer rozarse apenas, tal vez por temor o por un cierto miedo atávico e infundado. Y uno puede, valientemente, acercarse a ellos más de la cuenta y con más desenvoltura y mayor espontaneidad, que la que existe en la vida diaria y rutinaria. Y ese espíritu natural, desenvuelto e inocente es el que llega a atrapar al otro, sabiendo tú que, aún con tu máscara puesta o tu antifaz, vas a sacar una sonrisa o solamente hacerle más cercana esa expresividad llana e inocente. Con la única intención de hacer una broma o tener un acercamiento afable con el que está enfrente. Y uno lo logra, viendo con una cierta sorpresa, como el que está enfrente se va quedando perplejo y un tanto aturullado ante esos ojos que, detrás de su máscara o de su antifaz, observan, miran, pestañean y casi se clavan sobre el otro que está a cara descubierta, aturdiéndole. No le queda más remedio que bajar la mirada, a veces, bajar la guardia y hacerse más sumiso. O, en todo caso plantarle cara a esa mascarita insidiosa que, bajo el anonimato, pretende acercarse más de la cuenta a ti, intenta congraciarse, intenta sacar conversación o, en muchos casos, sabe de tu vida personal más datos que los que a ti mismo te hubiera gustado saber. Y ahí entra en juego lo oculto, lo desconocido y a la vez conocido para intentar "desenmascarar", nunca mejor dicho, al que o a la que da detalles de tu personalidad y vivencias, casi siempre con la consabida pregunta de ¿me conoces, mascarita?.


Ése es el carnaval de mis tiempos, no tan lejano por otro lado, pero mucho más intimista. Un carnaval respetuoso con los demás pero que, a la vez, intentaba hacer una especie de juego psicológico de adivinación, aciertos y desenlaces, cuyas reglas estaban aceptadas por todos los participantes. En ese carnaval no había enfados ni altercados. Lejos más bien, había comprensión y tolerancia hacia el otro. Hacia el que nos "da la lata".


Era el carnaval alegre y bullanguero, el carnaval social y dicharachero en dónde la transgresión estaba más que permitida y, en dónde, ciertas normas preestablecidas podían romperse por un período de tiempo, en favor de una mejor salud emocional. Entendiendo la alegría, el desahogo y la fiesta como necesarias e imprescindibles para el justo y mejor desarrollo del ser humano.


No recuerdo una mejor transformación lúdica y teatral que la de mi hermano cuando aparecen estas fechas. Llegando los carnavales se enfundaba el sombrero de maga (campesina), la bata negra con el delantal blanco las alpargatas (también llamadas lonas) y portando una gran sereta de esparto, la llenaba con dos lecheras de aluminio que estaban en la casa familiar, unas buenas coles de hojarasca, un buen manojo de perejil, otro de rábanos y la gallina. La gallina que a su vez había sido diseñada, cosida, pintada y rellena de trapos por él. Ahí estaba justamente su entusiasmo y su jolgorio; llevar llena su espuerta y plantarla en medio de la calle, llena de mascaritas que paseaban o danzaban su baile particular, e intentar “dar la lata” vendiendo la leche que supuestamente portaban las lecheras. Amén de los productos de la huerta. Esa era una diversión  inocente, no exenta de entusiasmo, de alegría, de arte y de suplantación.


Pero a su vez mi hermana, que sabiendo las andanzas de mi hermano y el lugar a dónde normalmente iba a recalar con su repertorio carnavalero, se le acercaba, sigilosamente, con su disfraz de cabaretera intentando insinuársele más de la cuenta. Allí, mi hermano arrancaba la sereta del medio de la calle para salir apresurado dejando a esa mascarita pertinaz, insinuante y provocativa con dos palmos de narices. Mi hermano nunca supo quién era aquella pesada máscara que se le arrimaba tan sugerente y más de la cuenta…


Terminados los carnavales mi hermano volvía a regentar su puesto de trabajo con la seriedad que le requería y la responsabilidad que siempre había tenido, así como mi hermana también.


Hace tiempo que no voy a carnavales. Tal vez una cierta dejadez, una cierta necesidad de convencerme a mi misma de que han cambiado, de que ya no son lo mismo o simplemente me he dejado llevar por la comodidad rutinaria… no sé.


Lo cierto es que en lo alto de mi ropero está todavía la caja de cartón en la que guardo algunos disfraces, todos ellos de mi creatividad y elaborados por mi misma y que, desde su interior, me llaman animándome a no perder, ni dejar arrinconado por más tiempo ese espíritu creativo, lúdico e infantil.


Tal vez mañana en la noche hurgue en esa caja de cartón marrón claro y saque aquel disfraz de payaso que tan bien caracterizo y que ha sido el que ha propiciado mis mejores y más desenvueltos contactos, enamorando y seduciendo a los que, sin saber por qué, se sentían atraídos hacia ese personaje tierno, delicado, algo distraído y un poco andrógino que yo, con mi habilidad de buena imitadora, caracterizaba  casi a la perfección.


Arrancar una sonrisa a los otros requiere alguna pericia, pero por estas fechas cuesta  menos esfuerzo ya que hay cierta predisposición a vivir la fantasía y la ilusión. 




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10 comentarios:

alicia barajas dijo...

Tienes razón: me da la impresión de que todas pensamos que ya tenemos el espíritu del carnaval superado y que ya no es lo mismo. Es la época de soltarse el moño y de lanzarse a vivir libremente lo que no nos atrevemos a hacer durante el resto del año. Te animo a salir mañana por la noche a brincar detrás del antifaz y a despertar una sonrisa cómplice en los animados ciudadanos que te encuentres en tu trayecto. Un abrazo de payaso

tanci dijo...

Je,je Alicia, siempre tan puntual interesándote por mis letras. La verdad es que me bulle el corazón frente a la música, frente a la danza y frente a toda esa alegría. Ya bajé mi caja de mi ropero, ya la abrí y descubrí un sin fin de tesoros. Cada uno de ellos me iban permitiendp esbozar esa sonrisa de complicidad. Ya veremos esta noche... Gracias por venir, a pesar de carnavales.
Un beso carnavalero

FLACA dijo...

Precioso lo que decís y contás de los carnavales. Se parecen a los de acá. Un abrazo.

mónica dijo...

Querida Tanci, yo no soy nada carnavalera y hace un montón de años que no me disfrazo, ¡pero leyéndote casi me han dado ganas de ir a sacar el disfraz! ¡Igual ahora mismo estás por ahí disfrutando, parapetada tras uno de tus originales antifaces! Un abrazo y ya me contarás! Yo me quedaré aquí en casa en el sofá con mi mantita, je, je...

tanci dijo...

Querida Flaca, veo que tenemos muchos puntos en común.Aquí los carnavales se celebran por todo lo alto y la música, la danza y la alegría está por doquier.La música, que la mayoría de veces es caribeña. Tendría que venir y disfrutarlos. Todo se andará... Gracias por pasar por aquí.
Un beso

tanci dijo...

Mónica querida. La verdad es que el tiempo no ha estado muy estable ni para carnavales. Creo que hiciste bien en quedarte con tu mantita y. seguramente, leyendo en tu sillón.Pero es cierto, cuando te ves enfundándote algo de lo que el carnaval nos puede ofrecer, todo es empezar y cantar...
Gracias por tu visita.
Un abrazo carnavalero

virgi dijo...

Me identifico mucho con lo que cuentas, seguro andaremos por la misma quinta. A mí me chifla un disfraz, pero estos carnavales yo los veo ya demasiado brasileños. Y le han querido dar tanto el título de que son de lo mejor del mundo, que la verdad, me dan un poco de cara. Pero también es cierto que son muy divertidos, seguros y participativos. A mí me encantaba salir con cualquier cosa y llegar a mi casa a las 8 o las 9 de la mañana. Un abrazo, mascarita

tanci dijo...

Así es Virgi, somos de la misma quinta y por esa razón vivimos los carnavales desde otra perspectiva y sin mucha añoranza. Eso era más o menos lo que quería reflejar.Gracias por venir. Te sigo, y por supuesto el abrazo de mascarita desemmascarándome.

Anónimo dijo...

A mi no me gustan, sin más también. Quizá el texto es mejor sin negrita todo.
Un saludo

tanci dijo...

Gracias Aspirinasyotrastonterías por tu visita, por tu comentario y por tu indicación. Lo tendré en cuenta. Un saludo también para ti.