Siempre es bueno llegar a casa, siempre es bueno llegar aunque sólo sea por saber que se estuvo y que se está. Siempre es bueno saber que te espera tu casa, tu cama, tu familia, tus amigos, tu perro, tu canario o una simple planta.
Siempre es bueno volver y llenar tus emociones de alientos adormecidos, tan sólo vagamente escondidos. Siempre es bueno alimentar de nuevo tus sentidos de otras sensaciones que amplíen más, las ya añadidas, las ya construídas.
Es bueno llegar a la meta. Llegar supone atravesar etapas en el Camino, pasito a paso, pie tras pie, zancada tras zancada… y a veces, salto tras salto, otras y sin más remedio, rezagada.
Siempre es bueno volver y llenar tus emociones de alientos adormecidos, tan sólo vagamente escondidos. Siempre es bueno alimentar de nuevo tus sentidos de otras sensaciones que amplíen más, las ya añadidas, las ya construídas.
Es bueno llegar a la meta. Llegar supone atravesar etapas en el Camino, pasito a paso, pie tras pie, zancada tras zancada… y a veces, salto tras salto, otras y sin más remedio, rezagada.
La meta para algunos es el final de un viaje planeado por aventura, por entretenimiento o por relax, por disfrute y gozo de la naturaleza, por un reto, por deporte o por un contacto personal; muchas veces, la fe juega un papel importante. Pero siempre habrá una meta a la que llegar, habrá un lugar al que se le ha puesto destino, un nombre y un trayecto, a priori, definido por cada uno según sus propias espectativas. Sin éste, sin el trayecto, y sin las etapas que lo conforman, no podremos llegar a ese destino.
Y llegar no es dar un salto de canguro para alcanzar el sitio anhelado, el lugar soñado. Llegar es ser consciente de toda tu fortaleza, de tus posibilidades, de tu tesón, de tu generosidad, de tu ahínco, de tu humildad, de tu sentido del humor, de tu bondad, de tus habilidades, a veces de tus debilidades...en definitiva de todo tu ser, siempre y hasta el final en construcción. Como aquellos caminos por los que caminamos en la vida que están trazados, trillados, pateados; pero nunca finalizados. Porque al final, esos caminos podrán ensancharse más, a expensas de los caminantes que los transiten; o menos, según se deje crecer hierba sobre ellos a poco que nos apartamos de la vereda. Por eso el tesón y la constancia son muy buenos compañeros de nuestro viaje, pero siempre y cuando vayan con nosotros por la senda auténtica.
Siempre es bueno llegar a sabiendas que los olores, los colores y las formas van a conformar y completar, en parte, a los que ya has recibido a plenitud en todo el trayecto. Un eucalipto tras otro, el trigo recién segado, un maizal repleto pero sin florecer, la tierra mojada en el instante de llover, el paso del río casi al atardecer, la orilla de helechos gigantes balanceándose al compás de nuestro caminar, una cuadra de vacas alineadas prestas para comer, la paja apilada en el pajar y el granjero tranquilo viéndolas pastar, el gallinero a la vera del camino que nos hizo parar...no muy lejos, el perro, adormecido, deja su tiempo pasar; él, más que nadie, sabe de encuentros y desencuentros.
Es tan bueno llegar como el mismo tiempo que pasas para desconectar. Sabiéndote viva, plena, auténtica contigo misma y con los que te rodean. Aceptando retos, planeando trayectos, previendo el tiempo, abrazando contratiempos...saboreando cada uno de los presentes añadidos diariamente. A lo lejos, cualquier campana en cualquier campanario de cualquier torre de cualquier iglesia, por simple o sencilla que fuera, alentaba nuestros pasos oteándola desde la distancia. Incitaba a traspasarla y a conocerla. Era bueno llegar hasta sus gruesos muros construídos siglos atrás para que sus piedras nos dieran el cobijo jamás pedido, si bien, presto siempre a darlo.
Por todo ello, he pensado que mi Camino ha sido una prolongación del propio camino iniciado por mi. Quizá haya sido la reafirmación de que sigo la senda adecuada, construída por mi, piedra a piedra, guijarro a guijarro. Y esta senda, adecentada en varios tramos, perfilada en otros, repitiendo muchos pasos que desconocía y sobre muchos parajes que se me iban presentando; ha sido la continuación de un largo camino emprendido hace ya también algún tiempo. Con todo, se me hacía imprescindible meditarla, apreherderla y embeberme de ella toda vez que he descubierto el Camino conscientemente y a plenitud, sabiendo llegar a cada etapa señalada y estipulada.
Todavía tengo el dulce recuerdo de aquella simple jugada de cartas, al atardecer de uno de tantos días, en la que siendo invitada a entresacar una, entre muchas otras, me tocó justo la que me haría meditar en todo mi trayecto: "Tu vida es aquello que tus pensamientos construyen". Y en ese mismo instante un Ángel, que brillaba con luz propia, se propuso recordármelo al oído, pasito a pasito, repetitivamente a través de todo mi Camino. Como si no quisiera marcharse de mi lado hasta certificar que me había aprendido bien la lección. Y yo, algo renuente al inicio, pero practicando con todo mi esfuerzo, y añadiendo a su conocimiento e información parte de mi paciencia y serenidad, le hice caso. Ahora sé que forman parte de mi auténtico y personal trayecto. Por ello, no lo dejé olvidado en un recodo del Camino, sino que, más bien lo añadí a mi mochila algo pesada, ya que su cargamento estaba lleno de entendimiento, formación y sabiduría y sobre todo mucho amor. Sólo había que descubrir su halo resplandeciente y desprendido cuando efímeramente se manifestó. Y desde el inicio fue este hallazgo lo que menos me costó y, por ende e instintivamente, lo que verdaderamente me atrapó.
