
“Si no llueve por los Santos
lloverá por Catalina,
si no llueve por Catalina
lloverá por San Andrés,
y si no, mala seña es”.
Por San Andrés, las barricas has de abrir y el vino compartir.
Suculentos caldos en toda la zona norte de la isla de Tenerife han sido la nota de estas fechas desde tiempos de Shakespeare. No en vano, él los ensalzaba en su obra “Las alegres comadres de Windsor”o en la de “Enrique IV” allá por el siglo XVI, diciendo de ellos que “alegran los sentidos y perfuman la sangre”. Son los llamados “malvasías”, suculentos caldos exportados a Inglaterra hasta el siglo XVIII. Son éstos, vinos de un color oro viejo, muy aromáticos y de un dulzor no muy empalagoso; auténtico néctar de los dioses.
Pero este día veintinueve, la víspera de San Andrés, es un día grande en la zona de Ycoden-Daute. Se estrenan las bodegas, se prueba el vino, se asan castañas, se comen sardinas saladas y batatas, además del consabido pescado salado con gofio amasado y mojo colorado. Es la tradición. Es una tradición que durante años se viene celebrando en la comarca.
Hay una entrañable y bullanguera costumbre. Una tradición que si bien no sabemos a ciencia cierta de dónde nos viene, si es verdad que se sigue practicando por chicos y grandes llegadas estas fechas. Es la tradición de “Las tablas de San Andrés”. Parece ser que provenía de los aserraderos que existían en los altos del municipio y, en los que se arrastraban las maderas a través de sus calles empinadas para facilitar el traslado de las mismas. Algunas de las más empinadas calles de Icod de los Vinos y La Guancha se cierran en este día al tráfico, y el único tráfico rodado viene siendo las tablas. Tablas grandes, chicas, largas, anchas, tablones de tea, de pino, gruesas o sacadas de alguna puerta o ventana vieja que ha caído en desuso. Todos cargan y arrastran sus tablas. Pero el asunto es dejarse llevar desde la empinada calle hasta el final de la misma, movidos por la velocidad y la inclinación. Eso da la excitación del momento y el riesgo de la carrera a través del empedrado y en medio de ajijides y griterío.
Cada tabla debe ser preparada al efecto, pues no falta la cera o brea que, bien dada por la cara por dónde se va a arrastrar, debe propiciar un mayor deslizamiento y garantizar una mayor velocidad. Así se corren las tablas de San Andrés. Al grito desde el inicio de la etapa de ¡voy, voy!, se comienza una carrera imposible de parar hasta llegar a la meta. Toda ella preparada con sendos neumáticos y gomas para amortiguar el golpe de los que, al final de la calle van a parar.
Es impresionante ver bajar largos tablones cargados por más de ocho o de diez personas que, apretadas unas contra otras, deciden dejarse llevar por ese momento de riesgo y de emoción.
En los laterales de las calles permanecen los espectadores foráneos, que incrédulos, asustados, o bien, entusiasmados; ven como gruesas tablas se deslizan en picado a una velocidad vertiginosa y considerable. Muchos han sido los que queriendo practicar esta tradición, y dejándose llevar por la pasión del momento, han terminado con una mano o una pierna fracturada. Y es que para arrastrar las tablas no hay ciencia, pero si un poco de maña o destreza; perder el miedo y adentrarse en un mundo mágico; mitad adulto, mitad infantil. Allí es donde se entremezcla lo lúdico con lo ancestral, lo entrañable con lo familiar, y en donde el pequeño aprende de sus progenitores a arrastrar su tabla encerada.Todo es empezar.
Por San Andrés un buen vino tienes que beber.
