Diseño: Rosa María Iglesias
Por el patio empedrado de la vieja casa de campo, caminaba inquieta y clueca la gallina con sus pollitos. Lograba meter bajo su ala a los diez vástagos cada vez que decidía taparlos. Allí, quietos y agasajados, permanecían hasta que la clueca se levantaba a picotear algún grano o pequeñas piedrecitas que, hábilmente y con suma constancia, seleccionaba con su pico.
La abuela decidió atar una tira larga de tela raída a una pata de la gallina, anudándola también a la pata de una pesada banqueta de madera de tea para que el animal no se alejara del patio.
El nieto pequeño, venido de la capital, apenas empezando a hablar y a corretear por los alrededores, pasaba unos días con ella. A un descuido de la abuela, se hizo con uno de los polluelos y apretándolo contra sí mismo, lo dejó exhausto y sin vida. ¡Abuela no funciona! Gritó el pequeño inconsciente una vez lo hubo dejado en el suelo desmadejado.
Su abuela, con tristeza y a la vez entendiendo la corta experiencia del nieto, relata la amarga historia a su vecina, insistiendo entristecida que hubiera preferido no haberlo visto, pero el caso es que el daño ya estaba hecho.
