domingo, 28 de febrero de 2010

Refulge mi luna


                                                                                                      Foto Tanci


Refulge mi luna
platina
sobre el mar
espejo de obsidiana
cerco de mi soledad.

Refulge mi luna
ámbar
de mi tempestad
ven a mi morada
apacigua mi ansiedad.

Refulge mi luna
el cielo la bajará
destellos me regala
ella me calmará.

Refulge mi luna
mecida en la bajamar
acaricia mis sienes
una vez y otra más.

Refulge mi luna
allá
en el palmeral
sus hojas la estrechan
se deja abrazar.

Refulge mi luna
halo de amistad
tierra adentro la busco
la encuentro en pleamar.

Refulge mi luna
una vez y otra más…

Refulge mi luna...
espuma
de mi temporal.








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sábado, 20 de febrero de 2010

Blanco inmaculado

                                                                                                                 Foto Tanci




Blanco inmaculado
sábana de algodón
destellos plateados
deslumbran con pasión.


Blanco inmaculado
sábanas de color
el reflejo de tu luz
llega a mi interior.


Blanco inmaculado
recortado bajo el sol
entra en mi morada
dame tu amor.


Blanco inmaculado
te miro con devoción
llenas mis pupilas
colmas mi armazón.


Blanco inmaculado
brillo de emoción
resplandor de tu altura
fuego en tu interior.


Blanco inmaculado

Ven,
regálame tu esplendor


Sólo ven,
a pintarme un corazón.




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domingo, 14 de febrero de 2010

¿Me conoces mascarita?


Me gustan los carnavales. Así sin más. Me gustan y ya está. Puede que me atraiga, además de todo lo que desprenden, su espíritu lúdico y alegre. Quizá esas dos partidas son las que más han quedado reflejadas en mi espíritu juguetón y creativo. Los carnavales tienen de todo eso un poco; magia, creatividad, juego, descubrimiento, riesgo a saber quién es el otro, descubrir la transmutación de caracteres y personalidades… Es, además, teatro, música y colorido en las calles, y es belleza e ilusión salida de un espíritu travieso y bromista, en dónde el mero hecho de ponerte unos zapatos que no son los tuyos y que nunca te atreverías a calzar, a la vez que te aventuras a enfundarte unos bombachos, lucir unas plumas o unas alhajas exageradas, además del consabido antifaz, hace que te desprendas de un sin fin de parapetos y corsés ajustados que durante un año has llevado abanderados hasta las mismísimas cejas y pegados a la piel sin tener forma de desprenderte de ellos. Así de simple es el carnaval, cumpliendo una función de rompimiento de patrones de conducta.


Y no es un decir, no. Uno ve la vida de distinta forma detrás de una máscara o detrás de un antifaz. Uno mira, a través de los agujeros alargados, rasgados y descubiertos de ese antifaz negro, directamente a los otros, a los ojos de los demás. A los que están frente a ti o que pasan a tu lado sin querer rozarse apenas, tal vez por temor o por un cierto miedo atávico e infundado. Y uno puede, valientemente, acercarse a ellos más de la cuenta y con más desenvoltura y mayor espontaneidad, que la que existe en la vida diaria y rutinaria. Y ese espíritu natural, desenvuelto e inocente es el que llega a atrapar al otro, sabiendo tú que, aún con tu máscara puesta o tu antifaz, vas a sacar una sonrisa o solamente hacerle más cercana esa expresividad llana e inocente. Con la única intención de hacer una broma o tener un acercamiento afable con el que está enfrente. Y uno lo logra, viendo con una cierta sorpresa, como el que está enfrente se va quedando perplejo y un tanto aturullado ante esos ojos que, detrás de su máscara o de su antifaz, observan, miran, pestañean y casi se clavan sobre el otro que está a cara descubierta, aturdiéndole. No le queda más remedio que bajar la mirada, a veces, bajar la guardia y hacerse más sumiso. O, en todo caso plantarle cara a esa mascarita insidiosa que, bajo el anonimato, pretende acercarse más de la cuenta a ti, intenta congraciarse, intenta sacar conversación o, en muchos casos, sabe de tu vida personal más datos que los que a ti mismo te hubiera gustado saber. Y ahí entra en juego lo oculto, lo desconocido y a la vez conocido para intentar "desenmascarar", nunca mejor dicho, al que o a la que da detalles de tu personalidad y vivencias, casi siempre con la consabida pregunta de ¿me conoces, mascarita?.


Ése es el carnaval de mis tiempos, no tan lejano por otro lado, pero mucho más intimista. Un carnaval respetuoso con los demás pero que, a la vez, intentaba hacer una especie de juego psicológico de adivinación, aciertos y desenlaces, cuyas reglas estaban aceptadas por todos los participantes. En ese carnaval no había enfados ni altercados. Lejos más bien, había comprensión y tolerancia hacia el otro. Hacia el que nos "da la lata".


Era el carnaval alegre y bullanguero, el carnaval social y dicharachero en dónde la transgresión estaba más que permitida y, en dónde, ciertas normas preestablecidas podían romperse por un período de tiempo, en favor de una mejor salud emocional. Entendiendo la alegría, el desahogo y la fiesta como necesarias e imprescindibles para el justo y mejor desarrollo del ser humano.


No recuerdo una mejor transformación lúdica y teatral que la de mi hermano cuando aparecen estas fechas. Llegando los carnavales se enfundaba el sombrero de maga (campesina), la bata negra con el delantal blanco las alpargatas (también llamadas lonas) y portando una gran sereta de esparto, la llenaba con dos lecheras de aluminio que estaban en la casa familiar, unas buenas coles de hojarasca, un buen manojo de perejil, otro de rábanos y la gallina. La gallina que a su vez había sido diseñada, cosida, pintada y rellena de trapos por él. Ahí estaba justamente su entusiasmo y su jolgorio; llevar llena su espuerta y plantarla en medio de la calle, llena de mascaritas que paseaban o danzaban su baile particular, e intentar “dar la lata” vendiendo la leche que supuestamente portaban las lecheras. Amén de los productos de la huerta. Esa era una diversión  inocente, no exenta de entusiasmo, de alegría, de arte y de suplantación.


Pero a su vez mi hermana, que sabiendo las andanzas de mi hermano y el lugar a dónde normalmente iba a recalar con su repertorio carnavalero, se le acercaba, sigilosamente, con su disfraz de cabaretera intentando insinuársele más de la cuenta. Allí, mi hermano arrancaba la sereta del medio de la calle para salir apresurado dejando a esa mascarita pertinaz, insinuante y provocativa con dos palmos de narices. Mi hermano nunca supo quién era aquella pesada máscara que se le arrimaba tan sugerente y más de la cuenta…


Terminados los carnavales mi hermano volvía a regentar su puesto de trabajo con la seriedad que le requería y la responsabilidad que siempre había tenido, así como mi hermana también.


Hace tiempo que no voy a carnavales. Tal vez una cierta dejadez, una cierta necesidad de convencerme a mi misma de que han cambiado, de que ya no son lo mismo o simplemente me he dejado llevar por la comodidad rutinaria… no sé.


Lo cierto es que en lo alto de mi ropero está todavía la caja de cartón en la que guardo algunos disfraces, todos ellos de mi creatividad y elaborados por mi misma y que, desde su interior, me llaman animándome a no perder, ni dejar arrinconado por más tiempo ese espíritu creativo, lúdico e infantil.


Tal vez mañana en la noche hurgue en esa caja de cartón marrón claro y saque aquel disfraz de payaso que tan bien caracterizo y que ha sido el que ha propiciado mis mejores y más desenvueltos contactos, enamorando y seduciendo a los que, sin saber por qué, se sentían atraídos hacia ese personaje tierno, delicado, algo distraído y un poco andrógino que yo, con mi habilidad de buena imitadora, caracterizaba  casi a la perfección.


Arrancar una sonrisa a los otros requiere alguna pericia, pero por estas fechas cuesta  menos esfuerzo ya que hay cierta predisposición a vivir la fantasía y la ilusión. 




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lunes, 8 de febrero de 2010

Pasaje de luz


Desde el inicio se le antojó complejo y casi inabordable. Pero sin detenerse y, a la vez, estudiándolo, le dejó entrar despacio pero sin pausa; no fuera que se le escapara la luminosidad que desprendía espontáneamente. Le llegó de inmediato hasta  su rostro. Sintió que esa ráfaga de luz y color le dejaba atolondrado por unos instantes. Y  así fue. Su luz le entraba a bocanadas y, poco a poco, se le iba colando en su interior a través de su puerta medio entornada. Presentía su figura en forma de áureos interrogantes excepcionales y le dejaba perplejo. No exento de dibujos y formas que, sin quererlo admitir y a modo intuitivo, le iban calando en lo más profundo. Durante muchos encuentros, le dejaba pasar de soslayo no queriendo entretenerse en pensamientos figurados y algo complicados, difíciles de abarcar. Siluetas desdibujadas que formaban, en su mundo, un puzzle ilimitado, presto a encajar a medida que se le iban intercalando, livianamente, las piezas en sus manos. Así de ilimitado era su mundo íntimo tan lleno de vericuetos, de formas, de luces y sombras…Conexiones, al fin y al cabo, que había que deshilvanar para adivinar el jeroglífico que se le había planteado ante sus ojos. Parecía que nunca hubiera podido encontrar el profundo hueco de sus pensamientos, de sus razones, de sus cuestiones, siempre prestas a plantear pero casi nunca resueltas al momento. ¿Y qué puede resolver el momento? Los momentos le eran válidos en la medida en que los iba atesorando y conservando como si de archivos clasificados se trataran, para echar mano de ellos, precisamente, en esos instantes de dudas e incertidumbres. Todo un elenco de secuencias trasladadas a pensamientos, prestos todos ellos a desbordarse. Al paso, atiborrándose de flashes momentáneos de vida y color.

La vida era eso, resolución de interrogantes anquilosados y que, de manera paulatina, irían desplegándose para dar paso a la   iluminación de enigmas a través de unas figuras a las que había decidido poner nombre colocándolas en situación; desembarazándose así de su imaginación y, de paso, de su propia creación. Ese era su compromiso y su riesgo a la vez. Atreverse a dibujarlas sobre el lienzo, situándolas, para su tranquilidad personal, en orden y simetría, en color y forma, en energía y amor. ¿Amor? ¿O más bien serían reflejos purpúreos de los pasos del amor? ¿Llegarían a plasmarse con diafanidad todos esos reflejos, rayos penetrantes de luz y energía, dando de lleno en el interior de su corazón para hacer real su pensamiento más íntimo? ¿Y cómo catalogar semejante fuerza? Pensaba en esa secuencia registrada con número, fecha y orden. Y su nombre resonaba obsesivamente en sus oídos, más prestos a desembarazarse de lo terminado al fin, que a retener y  evocar lo construido. Como si, a manotazos, quisiera desprenderse de lo que, de una manera zumbona e insistente, continuaba llenando cada uno de los intrincados rincones de su existencia.

Sin percatarse apenas, se le había colado su propia alma hasta la médula espinal ¿y no es precisamente en esa médula por dónde corren variaciones del sistema nervioso y que viniendo del cerebro le llevan hasta los confines de su espíritu?... tan poco atendido, tan poco escuchado.

Lo construido no era otra cosa que, proyectos de diseño y colorido, sutiles enlaces de aventura y apertura a la ensoñación. Lo nuevo construido, y lo no construido formando parte de su propio deseo, de su propio engranaje apenas comunicado a través de finas pinceladas…apenas conocidas.

No se lo pensó dos veces, colocó el lienzo, marcó la silueta a trazos gruesos remarcados, como queriendo embeber el papel granulado de un único y firme trazo, enérgico y preciso. Como cuando dos seres se estrechan fuertemente sin decir palabra, estremeciéndose en una comunicación vigorosa, plena y esencial. Sin faltar la ternura para ese preciso momento.

Borró con un trapo, lo signado con anterioridad sobre esa misma tela. No quiso saber nada más de lo trazado, pretendiendo suprimir aquellas formas que, en tiempos pretéritos, conformaran el contorno a un paisaje dibujado en el pasado. Pero una fina veladura quedó reflejada en el fondo de su cuadro, como no queriendo desaparecer al completo, siendo un trazo afinado y certero que hubiera esbozado con vivacidad y coraje. Ahora, su lienzo estaba presto a ser de nuevo usado, a pesar de que las rayas estampadas no habían querido desaparecer de su panorama. Y su panorama era un bosquejo de dibujo ideado y prefigurado de lo que en su mundo interior había estado preparando mucho tiempo atrás. Ese mundo onírico en el que su vida se había envuelto, no le estaba resultando fácil plasmarlo. Estaba aún estancado. Dejaría correr el tiempo. Marcado por su propio ritmo, por su propio enlace, por su propia fusión de acontecimientos y vida. Nunca supo ser gestor de su paisaje, más bien impulsó una creatividad nada dada a ser realizada más que en breves diseños de acciones momentáneas. Cargada de fantasía y de ensoñaciones, esa era la espontaneidad de su creación. Hora instintiva, hora ingenua. Hora simple. Nada fácil de colocar en su tela.
















                        



                                                            



                                                                                                                    Foto Tanci




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lunes, 1 de febrero de 2010

Aspiración

                                                                                                Foto Tanci

Transpiro,
 tu aliento
Inspiro,
 un recuerdo
Espiro,
 el momento
Me inspiro
en tu verbo.
Aspiro al encuentro,
  conformado
 luego confortado. 
Lo pienso,
lo digo,
lo pido,
lo grito.
 Respiro.
 No confirmado
Expiro

                                                                                           FotoTanci






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