martes, 9 de abril de 2019

Dependencia vital


                                                                                                                                       Foto Tanci


No puede esperar más de cinco días. La tengo más o menos controlada. A poco que yo falte aparecen los mismos síntomas. Siempre que llego a su lado es el mismo ritual con ella. Aunque la empape y deje correr el agua a borbotones por más tiempo, no hay manera de que se abastezca y que se mantenga erguida más allá de ese periodo.

Y si por un casual pasa ese periodo, soy yo la que llego angustiada a su lado. Con cierta culpabilidad y  diría que machacándome más de lo debido y hasta algo asustada por tenerme que enfrentar y no querer encontrar en ella un término funesto y radical. Nada más abrir las puertas voy corriendo en su busca con la mirada ansiosa y la veo desmadejada, alicaída como si de repente le hubiera dado un desmayo. O bien ha permanecido así aguantada más tiempo del que debiera a la espera del alimento de su salvación.

Allí, mirando hacia el suelo o casi llegando hasta él, se inclinan sus hojas grandes, robustas y algo circulares con una forma característica y que la denominan boinas vascas, dado su parecido con ellas. Pero a mí se me asemejan más a las vistosas sombrillas redondeadas de las geishas japonesas. Solo que éstas son más gruesas y de color verde botella, muy brillantes, trazadas a su vez con algunas venas discontinuas. Y aquellas son de múltiples colores y delicados dibujos  mezclados en su diseño sobre finas telas de seda.

Hoy me dio pena cuando llegué a su lado. Todas sus ramas estaban abatidas como cuando los soldados deambulan casi inertes a través de los campos de guerra, sin rumbo y a punto de rendirse.

Y por si hubiera sido poco, algún tipo de lagarta, caracol o babosa se había afincado entre su espesura. Imagino que entre sus tallos más ocultos donde la humedad es capaz de persistir. Pero es que cada una de sus hojas presentaba dentadas de distinto tamaño a modo de mordiscos, por lo que han quedado dañadas y casi como un colador de gruesos orificios.

Hoy, precisamente hoy, y tras haber pasado los escasos cinco días pertinentes, me di cuenta cuan dependiente ha sido de mí la capa de la reina en este invierno veraniego tras los siete, casi ocho largos años de mutua compañía.

                                                                



          












1 comentario:

**kadannek** dijo...

Desde esta perspectiva, con esa foto que nos muestras se ve bastante sana y hermosa. De todas formas sé lo desanimante que es no poder darle todo el vigor que uno desea a sus plantas y flores. Yo intenté hacer un mini-huerto y no funcionó. Me dieron frutos por la temporada y luego todos perecieron. Quizás el exceso de calor y mi mano inexperta, no sé.
A veces las plantas captan negatividad del ambiente e intentan purificarla, en el proceso pierden fuerza y hasta se marchitan. Como sea, son una compañía mágica.