miércoles, 30 de diciembre de 2009

De regalos





Me pone cada día más nerviosa las compras exageradas. Debe ser que nunca las he experimentado de esa manera, bien al contrario, siempre he rehuido pisar los grandes centros comerciales en busca y captura de un regalo.
Es tiempo de compras, es tiempo de regalar y es tiempo también de gastar de una manera compulsiva y desorbitada pensando, tal vez, que uno es más feliz en la ejecución de este acto.
Cuando uno obsequia algo, uno lo hace porque al dar está recibiendo también. O dicho de otra manera; uno recibe, si se quiere, una cierta compensación de “toma y daca”. Y no creo que a esto se le pueda llamar interés, porque en realidad uno no lo hace por ni para pensar exclusivamente en sí mismo. Uno se siente apreciado al ofrecer un regalo y por ello este acto es mutuo. Uno ofrece y el otro recibe. Y consecuentemente uno vuelve a recibir. Es un acto en común unión con el otro en el que cualquier objeto se da de una manera dadivosa. Es un ofrecimiento, además del regalo en si mismo, de afecto y aprecio. Y podría ser, en algunos casos, una expresión de reconocimiento o de valía, también de agradecimiento hacia la persona a la que se regala. Bien pensado, uno regala porque piensa en la otra persona y, poniéndose en su lugar, hasta piensa en lo que le podría gustar, lo que le podría quedar bien o lo que le podría hacer ilusión …etc. Incluso uno piensa en hacerle sacar una sonrisa de los labios al afortunado o afortunada que ha recibido su regalo.
Cuando uno regala, el corazón le salta de alegría y el acto de tomar la decisión de regalar lleva implícito un estado de satisfacción y afabilidad por el mero hecho de pensar en quién va a recibir el regalo. Cierto es que, a veces, uno no atina con el regalo exacto y que lo que aparece en quien lo recibe es un cierto desencanto. Aunque ciertas reglas sociales hacen que uno no exprese esa desilusión ante un regalo que no gustó, que tenía repetido o que le parece poco interesante. Porque en realidad podría aparentar que rechazando ese presente, está despreciando a quien lo está ofreciendo. Pensamos más bien, en este caso, que nos hemos equivocado en la elección.
En el acto de regalar hay una especie de ceremonia, tanto para el que da como para el que recibe; pues desde que lo toma en sus manos, mira el envoltorio, lo abre, lo desenvuelve y lo percibe por sus sentidos, pasan esos segundos de inquietud gustosa que forman parte de ese ritual. Y el que lo da, espera con un ligero cosquilleo de emoción palpable en su interior…
Así un regalo llena notablemente el corazón de la persona que lo ha recibido, a la vez que despierta un sin número de sensaciones visuales, táctiles, auditivas, olfativas y gustativas nada desdeñables. Amén de todo tipo de conexiones neuronales ante tan grata experiencia de generosidad. Y nos lleva a una vivencia lúdica y satisfactoria, si se quiere, y que entra a formar parte de un engranaje de felicidad para el alma.
Sin embargo hay regalos que no los podremos adquirir o comprar con dinero. Tal vez esos regalos valen mucho más de lo que vale cualquiera de los que se adquieren en los centros comerciales o tiendas. Yo diría como ejemplo; regalar una buena charla a un amigo compartiendo un buen café, regalar un poco de compañía para estar más tiempo con la otra persona. Esos momentos pueden llegar a ser inmortales, dando vida y esplendor a nuestro ser así como al otro. Son todos esos regalos de amor, comprensión y atención a los demás y que por supuesto nadie puede comprar…
Parece ser que el regalo es sólo el que se da a los demás. Y sin embargo uno también puede y debe regalarse a sí mismo.
Por eso hoy rompo una lanza por el regalo que hoy me hice, que hoy me regalé y que hoy estrené.
Hoy llegué a casa con más frío del que esperaba. Y hoy decidí estrenar el pijama de franela a rayas azules y verdes que había adquirido el día anterior.
Me enfundé en él, despacito, dejando que su mota suave rozara mi piel. Al ponerme los calzones tuve que estrecharlos y ajustarlos a mi cintura mediante una cinta de color azul celeste, al tiempo que apreciaba cuánto me favorecía. Cuando me coloqué la camisa, me calentó al momento, entibió mi alma y me apretujé a ella no queriendo desprenderme de las miles de sensaciones que me estaba produciendo mi regalo.
Apenas lo tuve puesto y en contacto directo entre su piel afelpada y mi piel sensible y delicada, me llegó la evocación de aquel cálido y largo abrazo que como regalo me fue ofrecido un tiempo atrás y que, probablemente, trasladé a mi pijama. Para este pijama de franela a rayas azules y verdes; atrapar, revivir y guardar  un cariñoso y confortable abrazo es un bello recuerdo. Un excelente y grato regalo no esperado y, sin embargo atesorado. Un regalo de los que salen del corazón y para el que no hizo falta ningún gasto pecuniario; pero no por ello deja de ser uno de los mejores regalos que ha podido recibir últimamente.

Mi pijama se encargará de no dejarlo escapar, ni borrarlo de su memoria por el resto de sus días. Sabe que está impregnado de su afectividad y de su aterciopelada y confortable ternura. Mi pijama sabe que fue el regalo apropiado de sorpresa inesperada,  lleno de sentimiento y emoción.






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miércoles, 23 de diciembre de 2009

Inicio de la estación




Por la puerta ayer entró 
el invierno esperado,
llegó algo apurado
portaba una chispa de sol
que la primavera
le había prestado.


No vino puntual
como había acordado,
a las  seis apareció
con un boceto de dibujo
que  llevaba
en sus manos.


El invierno anunciado
un pensamiento callado
el encuentro trastocado
un corazón empapado
el sentimiento calado,
la sonrisa como ofrenda
que el otoño
le había regalado.


Saltó de la hoja
el dibujo esbozado,
  le ofreció a la sonrisa
un abrazo apretado 
sincero, tierno y espontáneo,
el rayo de sol calentó
 dos corazones enlazados.



De la playa al mar,
y entre el mar
las olas sortear,
el verano muy cercano
 el sol tomado de la mano
  ¿cómo no recordar
si a su lado supo estar?











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martes, 15 de diciembre de 2009

De nuevo el Mesías entre nosotros



                                                                                          La Anunciación ( Fra Angélico)



De nuevo llegó el Mesías participativo. De nuevo llegó y triunfó el Mesías. El Mesías de todos. El Mesías que está entre nosotros, que sigue vivo, que nos acompaña. Y de nuevo vibraron todas las  voces de los coros allí convocados, entre la orquesta y coro del Concerto Italiano dirigido por Rinaldo Alessandrini.
Los seis coros que participaron en este encuentro del Mesías de Haendel volvieron a tocar los corazones a los allí presentes. El auditorio de Santa Cruz de Tenerife, repleto, se engalanó de corcheas y semicorcheas de fusas y semifusas. Y la palabra compartir se conjugó con la palabra participación en la más bella armonía vibratoria.
Nuestro Mesías vino en esa noche a tranquilizar, a darnos un mensaje particular de purificación musical en la amplia senda del amor.
Haendel llega con el Mesías de la mano cada año, de tal manera que se nos ha ido introduciendo  "la Gloria del Señor". Y nunca mejor dicho, porque una vez más compartió su mensaje de buenas nuevas  con todos los que estábamos allí y en dónde las voces de los coros  se alzaron con fuerza, desprendimiento y holgura. Sin temor alguno. Como si la "Gloria del Señor" estuviera guiando cada una de  las gargantas que participaron del encuentro.
Fue sentir la soberanía, el resplandor, el brillo, la alegría contagiada a través de este Mesias participativo que lo que nos viene a ofrecer es, precisamente, su gran luz.
Por otro lado, nuestro canto de alabanza quedó impregnado en todos los hombres de buena voluntad que allí se concentraron intentando traspasar los elevados muros del auditorio, trascendiendo hacia una alta frecuencia vibratoria.
Nuestro Mesías, un año más, se nos sigue presentando fuerte y poderoso; y cada año intenta, como desafiante y perenne, llevar el mismo mensaje a todos. Es el mensaje omnipotente de la transformación de una oscuridad  en luz; de las sombras de un mundo mal repartido y mal herido hoy en día, en  resplandor.
Con un doblete del Aleluya como broche final de obra y, en casi un abrir y cerrar de ojos, los que amamos la música por encima de muchas cosas banales y terrenales, comprendimos, una vez más, su mensaje cargado de Gloria, de sabiduría, de fuerza, de honor, de bendiciones, de paz y de amor, mucho amor.
Sólo me queda, de una manera optimista y  un poco ingenua, tal vez, pensar que algún día de estos "todos seremos transformados" liberándonos de nuestros yugos y de nuestras luchas más encarnizadas. Llegando todos los pueblos a ser uno.
Ese día, la A de Amor le dará la mano generosamente a la  A de Amén y, de una vez por todas, la Tierra, con el Mesías de nuestra parte, cantará al unísono el Aleluya con una A  de Apertura mayúscula por bandera universal.

 









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miércoles, 9 de diciembre de 2009

Tal como vino...


                                                                                                                                ( Foto Tanci)



No es la raíz
torcida y anclada
en tierra abonada,
son tus pasos
firmes y largos 
caminando en lontananza.


No es el pámpano
desprendido de su ramo,
son tus besos
 que me llegan
tiernamente regalados.


No es el tallo
flexible
delgado y estirado,
son tus dedos
de sarmiento
en mi pelo ensortijado. 


No es la hoja
plana,
dentada y lobulada,
es la suave y tibia mano
que me arropa en la mañana. 


No es la yema
redonda y abotonada,
es tu prosa, es tu verbo
que me deja inspirada.


No es la flor
verde y enracimada,
es un rayo de sol vivo
entrando sin permiso
a través de mi ventana.


No es el maduro fruto
translúcido y jugoso,
es el afecto y la ternura
 de tus ojos y de tu rostro.

 



Tal como vino, se volverá...




                                                                                                                               ( Foto Tanci)


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lunes, 30 de noviembre de 2009

Arrastrar los cacharros






El ruido del mazo se oía, machaconamente, caer sobre el picadero de madera que utilizaba el abuelo cada vez que tenía que aplastar las varas verdes y flexibles recogidas al lado de la fuente de la Zarza. Eran duras y algo correosas, pero lo suficientemente fuertes como para ser utilizadas en ciertas tareas agrícolas. Al lado, un buen brazado de juncos esperaban, en el suelo, a ser sacrificados de uno en uno para pasar a mejor vida en las faenas del campo. Largas varas de juncos iban siendo machacadas para posteriormente tenderlas al sol, de tal manera que estando curtidas fueran mejor utilizadas para atar la viña. La viña, palabra mayor en el vocabulario del abuelo. Había que cavarla primero, luego regarla, posteriormente limpiarla, después despampanarla, azufrarla y cuidarla hasta la vendimia. Más tarde el caldo delicioso. Sus curtidas manos se afanaban en todas estas tareas día a día y año tras año.
Era un recurso de reciclaje o aprovechamiento sano de materias naturales y que, cercanas a las casas, podían utilizarse con el consiguiente ahorro de dinero.
Cada vez que el abuelo cogía el mazo, el nieto estaba a su lado no perdiendo ningún movimiento de ese quehacer que era indispensable para las labores agrícolas.
Una vez terminada la tarea, el nieto cogía el mazo cilíndrico por el mango e imitaba los sonoros golpes sobre el mismo picadero de madera que su abuelo usara a diario. Pam, pam, pam… así una y otra vez hasta pretender iniciarse en un trabajo de adulto que, probablemente, no ejercería de mayor.

Salió el abuelo del pajar y se dirigió hacia la pared de piedra viva que dividía la casa de la huerta y, de la que colgaban varias latas de colores desteñidas por el sol. Algunas de estas latas, cortadas por la mitad, eran aprovechadas por la abuela para plantar geranios, clavellinas, mimos o helechos… La miró regocijado y, a hurtadillas y esperando no ser descubierto, tomó entre sus manos una media lata de aceite ferrugienta y que portaba una mata de clavellina roja. La volteó y separó la planta del envase dejando éste sin la tierra y sin la planta, para posteriormente trasplantarla en la otra lata contigua. Sacudió el cacharro contra unas piedras y lo despojó de restos dejándolo libre de tierra o raíces. Se dirigió, sin que fuera pillado por la abuela, hacia la cocina vieja en dónde solía acumularse algunos trastos inservibles y en dónde se almacenaban algunos aperos de labranza. Y de entre unos tablones sacó una bacinilla vieja, picada y estropeada con desconchones en los bordes.

Probablemente esperaba el mismo fin que cada uno de los cacharros que estaban espetados en la pared y que portaban plantas y flores a modo de adorno. Al lado, y debajo de unos viejos maderos de tea, había un estropeado caldero de aluminio que, de tanto uso, estaba golpeado por varias partes además de un notable agujero que se dejaba translucir en el fondo.
El abuelo cogió la media lata ferrugienta, la bacinilla esmaltada, el viejo caldero golpeado por multitud de costados y las dos latas de sardinas que ese mismo día hubieran consumido en el almuerzo. Tomó una larga soga de junco aplastado con anterioridad entre sus manos y, comenzó a ensartar estos objetos inservibles que habían sido arrinconados y guardados por la abuela con la intención de darles un uso posterior.
El nieto lo miraba con asombro iluminando su pequeña y pálida cara. Pensaba que su abuelo, tal vez, iniciaría algún juego malabar con aquellos objetos unidos por un cordel.
Pensaba en alguna magia que le asombraría y que daría paso a una excitación propia de los espíritus puros. Al momento de tenerlos atados y bien atados, tiró de un extremo del cordel arrastrando la sarta de cacharros que estaban en el suelo, de tal manera que, el estruendo se dejó sentir en el patio de la casa labriega llegando hasta las casas cercanas.
El espíritu lúdico del abuelo contagió inmediatamente al nieto arrebatándole de sus manos aquel improvisado y momentáneo “juego” que, más que un juego, se había ido convirtiendo en una arraigada costumbre ancestral por los pagos del Valle de la Orotava.
El pequeño empezaba a descubrir, a protagonizar y a perpetuar la antigua costumbre de “arrastrar los cacharros”. De ahí al festejo, a la alegría y al placer de romper las normas, ahuyentando al silencio y  convirtiéndolo en estruendo, en juego, en algarabía y en fiesta popular cada año por San Andrés.










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lunes, 23 de noviembre de 2009

Lluvia entrecortada



                                                                                        Foto (Tanci)

Se dejó caer en el sillón como antaño hacía, mecánicamente y con la mirada perdida como queriéndola alongar atravesando la ventana.

La tarde se había roto por electrizantes rayos, robustecidos por sonoros truenos que irrumpían sin permiso en su alcoba, para dar paso a la lluvia ensombrecedora. Caía ácida, amarga, como el llanto entrecortado de quien teniendo henchida su alma, lucha a diario por no descubrirla, pero con la necesidad imperiosa de comunicarla y, a su vez, entregarla.
Buscaba una respuesta, tal vez, la perfecta idea de su liberación interior. Buscaba una energía revitalizante y, al mismo tiempo, que fuera desenmascaradora de enigmas encubiertos, prestos a revelar. Quizás lo que buscaba, fuera, sin proponérselo, una identificación personal; una comprensión urgente, atiborrada de tristes dudas trastocadas por un largo y aprehendido código ético y moral. No pudo desembarazarse de él. A pesar de  su facultad de razonar y de su verbo, tan hilado y medido, no lo logró.
Pero le bastó su emoción, aunque nunca había sido transparentada como tampoco comunicada. Sin embargo, en aquella tarde de lluvia copiosa, se tornó más cercana en la medida en que encarnó ese sentir  humano, casi divino que es la calidez. Acompañada también de una bondad que nunca le hubiera atribuído.
No hubo discordia. Ninguna confrontación. Y la palabra más elocuente fue dejando paso, poco a poco, a una identificación de benevolencia más allá de lo que hubiera esperado. Alguna vez quizás, imaginado.
Aquel poder magnético, conjuntamente con su acostumbrada y enigmática fuerza interior, creó una energía infinita y espiritual no cuantificable. ¿Cómo cuantificar los afectos que salen del corazón? ¿Cuál es la medida utilizada para pesar y medir lo que espontáneamente sale de su interior?.
Tal vez, el único y verdadero paso para un mayor descubrimiento del otro, sea el de dar un paso hacia adelante y, de ahí hasta la estima no hay más que un liviano paso.
Anclada en el sillón de antaño se desbordó, tal era el cúmulo de pensamientos atrincherados en su cerebro, magullados durante mucho tiempo y dados a formar una guerra quebradiza. Por un momento supo que entre su sentir y el sentir de la muchacha de la abierta mirada había un equilibrio vibracional de alta frecuencia. Difícil de explicar; empero, cercano y fácil de percibir.
Con una mezcla de sensibilidades encontradas, la miró fijamente, mucho más de lo acostumbrado. Hubo un cierto cruce de cotidianidades inesperadas. Y en aquel momento de mayor intensidad emotiva, reveló un atributo que también se manifestaba a través de su profunda mirada. Tierna, directa, fascinante... viniendo de algo tan elemental y simple como es la sinceridad desentrañada.
Se las arregló para no manifestar un brote de lágrimas que  asomaba a sus pupilas y que, sobrepasándola y cogiéndola de imprevisto, por milésimas de segundos, pedían salir fuera; al igual que lo hiciera, al unísono, aquella  tarde de lluvia torrencial y de truenos.
Salió de su alcoba disimuladamente, pretendiendo no ser descubierta, para volver a aparecer portando un vaso de agua y un tisú como disculpa...
Pero siendo que una traviesa y furtiva lágrima quedara atrapada y, a su vez, enredada en una de sus encrespadas y negras pestañas, sin tan siquiera saberlo. Y más todavía, no siendo consciente de que esa revoltosa y juguetona lágrima la delatara  sin proponérselo; fue entonces cuando le descubrió  su lado más humano y tierno; desvelándole una  bella parte de sus sentimientos y, lo mejor; su inevitable  honestidad.


                                                                                      Foto  (Ana Suárez)





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lunes, 16 de noviembre de 2009

Breve instante

Agarró la vara de color canelo claro entre sus manos y, como si de un amuleto se tratara, la llevó aferrada  durante el camino hasta su destino; su hogar.
Era dura al tacto, algo áspera y enrollada dentro de sí misma en dos firmes canalones y en forma longitudinal. Por un momento pareciera que tuviera entre sus manos una fina y ligera vara  para dar azotes, de aquellas que se empleaban con asiduidad en las escuelas de los años de la posguerra o de la dictadura. También se le asemejó a la que se utiliza en momentos puntuales para adiestrar a los canes en la adquisición de obediencia y normas, necesarias para la convivencia con sus amos y para la consecución de ciertas habilidades perrunas.
Deslizó su mano izquierda a lo largo de todo el palo, pretendiendo hallar alguna robustez o protuberancia en la que sus dedos pudieran tropezar, mientras que la derecha lo sostenía con seguridad.
Se ayudó con la otra mano, con la izquierda, a dirigir aquella vara de color  canelo claro hacia su respingona nariz al tiempo que comprobaba si su afinado sentido del olfato había perdido facultades por el momento. Y pensó por un breve instante..."lo tengo algo adormecido". Mas, éste, junto con el sentido del tacto y del gusto  habían sido los sentidos que más había desarrollado a lo largo de su existencia. Sin embargo, apenas  percibía nada... excepto un leve, apagado y dulce, pero no reconocible olor.
Una vez en casa, tomó las pinzas grises metalizadas de cascar nueces y empezó a romper la  estrecha rama en pequeños trocitos, haciéndole saltar astillas de distintos tamaños, pasando a  depositarlos sobre el hule de color amarillo claro decorado con motivos florales y que cubría su mesa. Uno, dos, tres... y así hasta treinta y un pequeños pedazos que hubo de colocar en un pequeño botito de cristal cubierto por una tapa de metal pintada.
Por esta vez,  y ante el contacto de la rotura de aquellos pequeños fragmentos, sus manos quedaron impregnadas del aroma tan peculiar que portaba la vara que sostenía entre sus dedos juguetones. Aparentemente simple, no llamativa más que por su longitud y apenas curvada en uno de sus extremos.
A continuación, dispuso su café con el ritual diario que requiere una buena y rutinaria costumbre de sobremesa, sabiendo que estos rituales, lejos de perjudicarle, le hacían la vida más disciplinada, más ordenada, viva y más efectiva. Olerlo, revolverlo, ver como el hilillo de humo  pretendía alcanzar una altura que no le pertenecía... y, por último, llevarlo hasta sus labios para paladearlo y, al fin, tomarlo. Todo este ceremonial le ofreció, en aquel preciso y puntual momento, una tranquilidad que durante años había venido buscando; no sin antes haber introducido dentro del brebaje matutino una de aquellas pequeñas lascas que previamente había troceado. El olor del café y la lasca recién introducida fue la fragancia perfecta para un paladar exquisito y,  en el que, las delicadas sensaciones irradiaban más allá de todos sus sentidos.
La fina lasca de canela en rama junto con el café, ayudó a que su paladar, en común unión con sus papilas gustativas, festejaran un notable encuentro de sabores, gustos y placeres. Y ella, con esa fiesta de sensaciones, además de la calma que le producía esa ancestral costumbre, lejos de sentirse estimulada por tan soberano elixir, pasó a serenarse por breves  momentos. Y  fue, en ese fugaz e íntimo instante, un poquito más feliz. Tal y como, alguien, en alguna ocasión, le vaticinara.




                                                     
                                                    Foto (Tanci)





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viernes, 6 de noviembre de 2009

Intensa transparencia

Entregada a la luz más directa y, a la vez , recogida desde no sé bien qué recónditos lugares, pude apreciar sus penetrantes ojos desde abajo. Desde el suelo raso.
Había transparencia y claridad en su mirada nada más abrir la puerta. Y me bastó descorrer las cortinas para que sus oscuras e intensas pupilas, casi negras como el azabache, se clavaran en mi. Por esta vez la miré directa a la cara; firme y con la resistencia de quien hubiera construído cierta fortaleza a través de los años, llenos de vicisitudes..., afrontando con entereza un inequívoco aturullamiento inocente y perenne en mi interior, evidenciado por un cierto aire de incomodidad e intimidación.



Y esa notable energía me comunicó un regocijo conjuntamente con una alegría intensa, como cuando dos amigos chocan sus manos en un firme y sincero apretón, lejos de dobleces pero lleno de sensaciones táctiles, de aterciopelada fibra, de transmitida dulzura y de explosivo vigor.
La muchacha de la abierta mirada se me presentó hoy, tal vez, más juguetona y más febril que siempre. Desenvuelta más que nunca y con un entusiamo arrebatador. 


Por más que desee rehuir su mirada, siento que me traspasa, que me penetra espectante, como adivinante al mejor estilo del Mago de Hoz. Debe ser que, una cierta magia envolvía por  momentos ese único instante,  traspasando el albor de un nuevo descubrimiento no mentado. Nada dijo..., nada dije.
Nada se intercambió más que directas y empáticas miradas como sacadas de un profundo  lenguaje intuitivo y ancestral. Muy poco practicado en la actualidad.


Mi cara, un libro abierto; la suya, un esbozo de pensamiento, un acertijo de mil colores ordenados y encadenados en fascinantes explosiones  de mágicas y  probadas interpretaciones.



Me apresa su etérea figura danzarina; hora aquí, hora allá. Hora allá arriba como erguida sobre las colinas, "empericosada" en una altura que le corresponde por hechura, por visión y por creación.



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viernes, 30 de octubre de 2009

Guiño de color

¿Qué puedo hacer? Nada más levantarse no quiso enfrentarse con sus rasgos perfilados, finamente empastados. Ella, la chica de la abierta mirada, no quiso alzar sus ojos y depositarlos directamente en mi rostro y, más bien, bajó su mirada pretendiendo eludirme a sabiendas de que la descubro, que es clara y que sus formas intransferibles no engañan. Sus ojos, medio entornados y a la vez directos, sobrevolaron como de paso sobre los míos, acentuándose ese vaivén danzarín que pone en práctica cuando se sabe pillada en un pensamiento, en una frase dicha a destiempo o en alguna ratificación meditada con anterioridad y lanzada al aire para detectar una posible reacción en mi persona.


Sabía que, cuando aceptó estar en otra compañía, no todo iba a ser sonrisas y complacencias. No todo se le iba a poner a sus pies nada más clarear el día, y al abrir su boca y entornar sus ojos en petición de su capricho. Lo sabía tácitamente. Había una cierta disparidad entre el mundo que recién había dejado, en el que la compañía había sido hasta el momento tan cercana y paralela al propio mundo del que había salido. Aquel era un mundo creado y explorado para ella misma, con ella misma y al final por ella misma. Ese mundo, se estaba construyendo aún, perfilándose, dibujándose en finos trazos de pastel coloreados. Por más que un deseo superior le hiciera despegarse de ese otro mundo personal e intransferible para pertenecer al mío, no lo había aceptado en su totalidad. Tendría que romper con viejos moldes, viejos esquemas. No mejor, no peor; tan sólo un mundo distinto, ese mundo del que se lamentaba haber salido, habiéndolo deseado durante días, meses, años; pensando en la eternidad.


La chica de la abierta mirada se presentó, esta mañana, envuelta en blanca espuma de salitre y mar, en pompas de jabón flotantes y no explosionadas, como aquellas que cualquier niño saca de su aro multicolor y eleva hasta el cielo no queriendo hacerlas desaparecer.







La chica de la abierta mirada había sido creada y formada desde una perspectiva protegida, mimada al calor y al lado de otros tantos mundos tan llenos de matices y a la par tan caprichosos. Su mundo multicolor era el mundo que le llenaba desde que ella fue ella, desde que empezó a abrir su mirada, desde su creación. Esmerada en el trato y en el saber estar, pensaba, y así me lo dio a entender, que el mero hecho de haber aceptado pertenecer a mi mundo supondría abdicar yo del mío propio. ¡Y cuán pueril fue ¡
Su mundo se entrecruzó con el mío, su mundo lleno de vivas tonalidades, de pigmentos distintos, de creaciones pautadas, de tonos finamente elegidos. Tal vez, su mundo puede arrastrar otros mundos, atestiguar idas y venidas, dar crédito de permanencias y desapariciones, hasta formar encantos y desencantos… De ese mundo proviene.
El mío, algo paralelo al suyo, lee en su pensamiento, en sus gestos, en sus poses, en sus colores, en su verbo tan redicho, en sus formas tan rebuscadas, propensas a ejercer una imitación en tiempos y lugares más bien impuestos y deseados. Mi mundo, más intuitivo y, si se quiere, hasta más idealista, tal vez se le quede colgado en su altura, allá arriba desde dónde me atrapa y me vigila, cual centinela que vigila cualquier movimiento capaz de no perder su atención.
Hoy me lo acreditó. Hoy, ella quiso atestiguarme querer salirse con la suya, a poco que le di la espalda por obligación y por mi voluntad interior de libertad y, que, desde el inicio ella conocía a la perfección.
Su voluntad de control frente a mi voluntad de libertad va a estar en entredicho hasta que entre ella y yo lleguemos a los acuerdos y consensos que nuestra amistad propugnó desde que ambas coincidimos, desde que nos encontramos y desde que ambas accedimos a compartir parte de nuestros mundos. En ese camino estamos, por ese camino caminamos y hacia esa altura pretendemos elevarnos.
Me queda la duda de si cada mañana y dependiendo del color en que se transparente el día, volverá a plantearme un nuevo guiño de color inesperado. Tan sensible ella a los cambios bruscos, a la oscuridad, a la falta de claridad y a la ausencia de mimo y atención.



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sábado, 24 de octubre de 2009

Empatía

Desde que llegó hasta mi, la muchacha de la abierta mirada, me hace atraer su presencia. Se mantiene alerta, con la mirada elevada y altiva. Pareciera que alentara a llegar hasta ella, a profundizarla, a descubrirla. Sin embargo, no me da permiso, se mantine quieta, espectante; estática en apariencia. Mientras su entorno vibra y enaltece, comunica esa energía fluida que nos hace, a los que la observamos, contagiar de la misma armonía. Desconozco si nos da su permiso, desconozco si esa altivez es suya o, a la par, una fabricada pose de juventud intentando ser más respetada y respetable de lo acostumbrado por los que la circundamos. Tal vez insinua una cierta apertura, diafanidad, pero... ¿y si es sólo una pose algo artificial fabricada a su imagen y semejanza? No me lo creo. No creo que, ella, la muchacha de la abierta mirada, no me permita llegar hasta lo más hondo de su alma. Al menos, creo que lo intenta y, de momento, me conformo con esa complicidad apenas manifiesta. Pero va construyendo pasito a pasito esa común unión que hay entre su mirada y la mía. Entre mi afinidad y la que la envuelve. Entre su magnetismo y mi atracción hay un sutil espacio de silencio nunca pactado pero si establecido. ¿O es su atracción junto con la mía la que nos hace empatizar?
Destacado es presentir que, entre la muchacha de la abierta mirada y la muchacha que eleva la mirada, se está construyendo una bonita y avenida camaradería.

(Obra de Néstor Santana)
Destacado sería, y celebrado a la postrer saber, que entrambas hubiese una sintonía de luz y color, de formas y expresión, de alegría y de vivencias diseñadas al unísono. En definitiva, de vibración y equilibrio y que, en su apariencia fría y distante, pudiera  desentrañar cada uno de los intrincados rincones de su, no mostrada, pero cálida naturaleza.
Entre la muchacha de la abierta mirada y la muchacha que eleva su vista hacia las alturas hay, definitivamente, más empatía que distancia. Más allá de la presencia, más allá de lo expresado. Hay una común unión, como si de algo imperceptible  y no definido estuviera flotando allá arriba en la altitud, a sabiendas  de que la encontraré con sólo elevar mi mirada.




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miércoles, 21 de octubre de 2009

Se abre la mirada





Espectacular y pretenciosa
catedral gótica o medieval
en dónde mis ojos puedo  elevar
ya sea en el crepuscular
ya en la aurora boreal.



Explosiones de belleza
un hálito de brisa fresca
el beso esperado que no llega
un guiño de tu presencia
la mirada perfecta.



Tu halago embriagador
que no viene,
acaso se esconde breve
mas nunca ténue,
tras un mullido manto
de floridos atardeceres.



Se abre la mirada
con trazos de insinuación
el elogio de la  calma
que acentúa mi emoción.



Puse en marcha un pensamiento
desde mayo hasta aquí
en sueño eterno se transforma
cada noche para tí.



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martes, 13 de octubre de 2009

Con nada uno es gente



Doña Juanita de Martínez casó con un eminente arquitecto. Impecable caballero de esmerada educación, gran profesional más arriba de la copa de un pino, excelente marido y, como consecuencia de ello, pertinaz padre. El Sr. Martínez atendió a todas sus responsabilidades de la misma manera en que sus antepasados, estudiados todos ellos, atendieron a sus ilustres e insignes responsabilidades. Doña Juanita de Martínez tuvo tres hijos varones. El mayor, licenciado en Sistemas de Comunicación, decidió trabajar en una afamada compañía en Londres; después de haber pasado por pequeñas, y nada despreciables, empresas del rango. Aunque lejos de su casa, tuvo suerte; idiomas, nuevas experiencias, contactos sociales fuera del terruño, a la vez que una gran oportunidad para desarrollar su profesión conjuntamente con su currículum. El del medio optó por una carrera de letras. Enamorado de las Humanidades, del Arte y de todo cuánto tiene que ver con el devenir histórico. El pequeño optó por algo más en boga en la actualidad, dado que nuestro planeta Tierra gime constantemente de ayuda y de amparo: Ciencias del Mar fue su elección. Siendo que los tres hermanos han sido excelentes estudiantes, han tenido, además, la oportunidad de independizarse adecuadamente a una edad bien temprana. Queda el último, el licenciado en Ciencias del Mar. Éste, al no tener aún un trabajo remunerado fijo, ha optado por permanecer en la casa de sus mentores. Y hace bien, dado que, en semejante casa habiendo sido diseñada pulidamente por su padre, no le ha faltado de nada. Habitaciones independientes con sistemas de domótica en cada una de ellas. Conexiones de Internet y Wifi por cada rincón de la susodicha casa, sistemas para recogida de basuras inteligentes...etc., hace este habitáculo lo más cómodo, confortable y moderno que podamos imaginar. Y hace bien el pequeño de la casa en seguir disfrutando de tanta comodidad diseñada por su padre. Y además hace bien, o no, no lo sabemos aún, en convivir y pernoctar con su madre en una convivencia esmerada, y en dónde hay de todo y nada falta.


Y es que, Doña Juanita de Martínez habiendo quedado viuda, ha necesitado de los servicios de cuántos honrados y diligentes trabajadores pasan por cada casa, por cada piso, por cada mansión al fin y al cabo. Pintores, carpinteros,albañiles,fontaneros,restauradores, tapiceros... etc. Un elenco de profesionales callados, reservados y austeros. En uno de estos servicios, y cuando D. Isidro e hijos pintaban la cocina de tan tremenda casa, Doña Juanita de Martínez hacía café en una cafetera de seis tazas. El aroma inundó la estancia, la cafetera registraba la máxima alegría de la cocina y el suculento brebaje se dejaba apreciar. Siendo que Doña Juanita sirvió el café de su hijo y el de ella misma, y siendo que quedaba en la cafetera cuatro sendas tazas de más de café; no tuvo la feliz y no insólita idea de hacer un convite a los trabajadores que estaban acicalándole su vivienda. Más pronto que tarde se apresuró Doña Juanita a tirar por el fregadero el resto de café que quedaba en la cafetera. Y así un día tras otro hasta que los trabajos fueron terminados en esa casa. Más bien no, faltaba un último encargo que no había sido presupuestado. Llevar unos muebles desde la vivienda-mansión hasta un piso que estaba en otra cuadra de la ciudad, aunque no muy lejana de allí.


Les pidió la Sra. de Martínez hacerle ese trabajo, a lo que los trabajadores, acostumbrados a mover de sitio muebles, enseres o cualquier material para hacer efectiva su profesión de pintores, no se negaron. Cuando terminaron la pequeña mudanza, le pasaron la factura a Doña Juanita y ésta se sorprendió que les cobrara por ese trabajo que no había sido presupuestado y que pareciera que se merecía. Pero accedió a su pagaré.


Ya en el exterior de la casa y no lejos de mis oídos escuché la siguiente conversación:


"Si sólo nos hubiera ofrecido una sola taza de café, ni le hubiéramos cobrado el traslado de los muebles" "Lo hubiéramos hecho por lo que cuesta un café".


A lo que D. Isidro, padre de la pequeña empresa familiar, manifestó a gusto:"CON NADA UNO ES GENTE".


D. Isidro e hijos ponen valor a su trabajo y lo hacen bien, especialmente bien. Tan bien como el propio arquitecto que una vez diseñó su propia casa para que su Sra. esposa la habitara y la compartiera y, para que sus hijos tuvieran también una buena crianza en ella.


...Pero ¡cuánto vale un buchito de café cuando uno es gente! Y qué poco vale el café cuando uno lo tira por el fregadero no sabiéndolo compartir.


Parece que la virtud de la generosidad y del compartir no se ha instaurado en determinadas personas de nuestra sociedad que, "con mucho, demuestran ser poco o no ser nada".





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domingo, 4 de octubre de 2009

Luna de mi soledad


Foto (Tanci)


Luna de mi soledad
con hilos de platino
me quieres enlazar
para guardar mi figura
meciéndose en la mar.


Luna de mi soledad
dibújame en el medio
ese momento puntual
con rizos de oro,
de grafito o de metal,


¡da igual!.

Háblame en mil colores
de cuentos o de relatos
de fábulas o de arrebatos
de dulzuras escondidas
suavemente adormecidas.


¡Cautívame con tus encantos!

Luna de mi soledad
si me ves hosca
hazme reflexionar
deja que medite
tras tu estela nada más.

Luna de mi soledad
si dentro de un mes
me vienes a buscar,
no dudes que mi gozo
no es circunstancial.

Siendo fiel
siendo puntual
permíteme luna lunera
un retazo de amistad.

Si ese aprecio
me lo vas a dar,
búscame en el cielo
búscame en la mar,
aquí en la Tierra
suelo esperar…
sabes de mi afinidad.

Luna de mi soledad.




                                                        Foto (Tanci)









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sábado, 26 de septiembre de 2009

¿Utopía o realidad?



Se confabula el cielo
quedan sueltas las estrellas
aclamo a mi luna lunera
y no está dispuesta.

Pienso en mi estrella
pero está quieta
¿tendrá alguna querella?

Paseo lenta
poseo una quincena
persigo una quimera.

Este dolor me mata
este pesar me ataja
esta pena me ata.

Confío en la promesa
elegante, discreta y certera
de elevarme al cielo
lejos de esta tierra.

Paseo lenta
poseo una quincena
persigo una quimera.

Me brindas luceros
que corretean y juegan
yo ofrezco caricias
de ternuras abiertas
en mis manos envueltas.

Sucumbe al cielo
la bruma viajera
en días oscuros
por los rincones se cuela.

¿Qué queda?

el sol, la luna,
el mar, la tierra
el aire y las estrellas,

Paseo lenta
poseo una quincena
sueño con una quimera
plantada y cultivada
de corazón abierta.









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jueves, 17 de septiembre de 2009

D. Fidel


Cuando escribí mi anterior entradilla en mi blog sobre los patios, no sabía que D. Fidel me estaba haciendo una visita virtual… pero así fue. Escribí sobre los patios en general y sobre mi patio en particular y, sin ser consciente, alguien me lo estaba indicando.
El impulsor de mi patio, con vistas al futuro, fue mi padre. Mi hermano fue el que lo diseñó y me comunicó la mejor idea. Y D. Fidel fue el que llevó a cabo la dirección de las obras en el acondicionamiento de mi patio. Fue él quien, con buen tino y acierto, hizo de mi patio un lugar asequible y vivo, diáfano y perdurable. D. Fidel hizo, de su profesión de contratista de obras, un arte, beneficiando además a un sin número de personas que, como yo, pusieron su confianza en él. Pusimos la confianza en su maestría, en su don de gente, en su honestidad, en su humildad y en su generosidad.
D. Fidel fue de esas personas que trabajó desde siempre y desde muy joven, por lo que, el trabajo; lejos de espantarlo, lo atraía y le daba vida. Amaba su construcción, por eso se llevaba planeamientos de reformas, de casas, de entradas, de azoteas, de soportales, de acondicionamientos de cuevas naturales etc…y de cientos y cientos de construcciones para su domicilio.
Y por las noches le daba mil vueltas en su cabeza sobre el proyecto planeado con la única intención de hacer mejor su trabajo para poderlo explicar y ofrecerlo a su cliente al día siguiente. Lo había hilvanado durante la noche y mejorado con su pensamiento. En una palabra; lo “craneaba”. No paraba D. Fidel. Buscaba soluciones y hacía que sus trabajadores reflexionaran en su obra para llevarla a cabo en óptimas condiciones."No existe la perfección” me decía, “pero todo lo que haya que hacer se hace”.
Era buen empresario y buena gente. En más de una ocasión sacó adelante algún que otro préstamo de algún que otro trabajador en apuros. Lo sé de fuente limpia. Lo sé de corazón. Lo sé y no fue él quien me lo contó. Y en más de una ocasión contrató a otros, a los que nadie más les daba trabajo o no los contrataban. Así de generoso era D. Fidel. Lo sé también y tampoco fue él quien me lo contó.
Hombre de palabra como a la antigua usanza, no le hacía falta un documento cuando se trataba de gente honrada. Y él, más que nadie, las conocía. Sabía en quienes confiar.Hacía que te sintieras cómoda y satisfecha, aún a pesar de las incomodidades que cualquier reforma u obra trae consigo en cualquier vivienda que se desea acondicionar. Daba ánimos a sus clientes y seguridad en que el trabajo quedaría bien hecho. Confiaba en sus trabajadores. Tenía una sonrisa generosa que siempre compartía en cualquier momento y era muy fácil que D. Fidel sacara puntualmente su filosofía de la vida. “Todo se arregla en esta vida”… “lo que hay es que buscarle la vuelta”. Así me decía D. Fidel ante mi preocupación en temas de reformas que se me atragantaban y que yo desconocía.
D. Fidel visitaba diariamente todas las ejecuciones de obras que se estaban llevando a cabo de su mano. Revisaba, corregía, retomaba y estaba en contacto permanente con sus trabajadores y con sus clientes.
Era el tipo de persona en la que tú podías confiar porque en su idea estaba primero que nada favorecer y solucionar tu problema: fueran bajantes defectuosos u caducos, goteras, grifos o una gran obra como la que realizó en mi casa. Él me dejó mi entrada embellecida, agradable y resguardada. Mi patio habitable, luminoso y aprovechado y mi casa llena de buenas obras, en la doble acepción de la palabra; obras bien rematadas y obras de gran generosidad por su parte.
Por todo ello echo de menos a D. Fidel. Sé, además, que son muchos, los que como yo, le echan de menos. Echo de menos su sonrisa y su familiaridad cariñosa. Y echo de menos al trabajador e impulsor de vida y de obras que siempre fue.
Me consta que Oscar, su hijo, ha tomado la alternativa. Me vale con que haya recibido de su padre su buen hacer. Y estoy segura de ello. Esta empresa familiar ha de continuar más que nada porque sé que empezó desde la base, pasito a pasito. Y yo, como otros tantos que lo recordamos, volveremos a solicitar sus servicios cuando lo necesitemos porque era un hombre puntual y honrado. Y eso tan sólo marca la distinción.
Pero yo sé que cuando ese rayito de sol se cuela por mi patio, llega al mismo tiempo y paralelamente D. Fidel. Como antaño, cuando de su mano dirigió las obras de mi patio y de la entrada de mi casa, para que yo ahora los disfrute gozosa y con deleite.
Gracias D. Fidel.









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