sábado, 29 de noviembre de 2008

Las tablas de San Andrés





“Si no llueve por los Santos
lloverá por Catalina,
si no llueve por Catalina
lloverá por San Andrés,
y si no, mala seña es”.



Por San Andrés, las barricas has de abrir y el vino compartir.
Suculentos caldos en toda la zona norte de la isla de Tenerife han sido la nota de estas fechas desde tiempos de Shakespeare. No en vano, él los ensalzaba en su obra “Las alegres comadres de Windsor”o en la de “Enrique IV” allá por el siglo XVI, diciendo de ellos que “alegran los sentidos y perfuman la sangre”. Son los llamados “malvasías”, suculentos caldos exportados a Inglaterra hasta el siglo XVIII. Son éstos, vinos de un color oro viejo, muy aromáticos y de un dulzor no muy empalagoso; auténtico néctar de los dioses.
Pero este día veintinueve, la víspera de San Andrés, es un día grande en la zona de Ycoden-Daute. Se estrenan las bodegas, se prueba el vino, se asan castañas, se comen sardinas saladas y batatas, además del consabido pescado salado con gofio amasado y mojo colorado. Es la tradición. Es una tradición que durante años se viene celebrando en la comarca.
Hay una entrañable y bullanguera costumbre. Una tradición que si bien no sabemos a ciencia cierta de dónde nos viene, si es verdad que se sigue practicando por chicos y grandes llegadas estas fechas. Es la tradición de “Las tablas de San Andrés”. Parece ser que provenía de los aserraderos que existían en los altos del municipio y, en los que se arrastraban las maderas a través de sus calles empinadas para facilitar el traslado de las mismas. Algunas de las más empinadas calles de Icod de los Vinos y La Guancha se cierran en este día al tráfico, y el único tráfico rodado viene siendo las tablas. Tablas grandes, chicas, largas, anchas, tablones de tea, de pino, gruesas o sacadas de alguna puerta o ventana vieja que ha caído en desuso. Todos cargan y arrastran sus tablas. Pero el asunto es dejarse llevar desde la empinada calle hasta el final de la misma, movidos por la velocidad y la inclinación. Eso da la excitación del momento y el riesgo de la carrera a través del empedrado y en medio de ajijides y griterío.
Cada tabla debe ser preparada al efecto, pues no falta la cera o brea que, bien dada por la cara por dónde se va a arrastrar, debe propiciar un mayor deslizamiento y garantizar una mayor velocidad. Así se corren las tablas de San Andrés. Al grito desde el inicio de la etapa de ¡voy, voy!, se comienza una carrera imposible de parar hasta llegar a la meta. Toda ella preparada con sendos neumáticos y gomas para amortiguar el golpe de los que, al final de la calle van a parar.
Es impresionante ver bajar largos tablones cargados por más de ocho o de diez personas que, apretadas unas contra otras, deciden dejarse llevar por ese momento de riesgo y de emoción.
En los laterales de las calles permanecen los espectadores foráneos, que incrédulos, asustados, o bien, entusiasmados; ven como gruesas tablas se deslizan en picado a una velocidad vertiginosa y considerable. Muchos han sido los que queriendo practicar esta tradición, y dejándose llevar por la pasión del momento, han terminado con una mano o una pierna fracturada. Y es que para arrastrar las tablas no hay ciencia, pero si un poco de maña o destreza; perder el miedo y adentrarse en un mundo mágico; mitad adulto, mitad infantil. Allí es donde se entremezcla lo lúdico con lo ancestral, lo entrañable con lo familiar, y en donde el pequeño aprende de sus progenitores a arrastrar su tabla encerada.Todo es empezar.
Por San Andrés un buen vino tienes que beber.






Folías De Libertad by Los sabandeños Con Alfredo Kraus on Grooveshark




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miércoles, 19 de noviembre de 2008

Tu luz




Quiero poder soñar
en un abrazo otoñal
enredarte
en mi cuerpo
y sentirte nada más.


Quiero tu mano
extendida
poderla apretar
notando
ese breve momento
de gran intensidad,
estrecharse con mi fuerza
y esperar,
esperar,
sólo esperar.


Quiero probar,
sobre el cielo
otear,
cruzar tus montañas
tu firmamento
acercar,
ver tus ojos
ver tu boca,
sólo eso
y nada más.


Quiero alcanzar,
la luz
que ilumina
este aletear,
como luz de Mafasca
apareciendo
dispuesta a retornar,
de una fina trama
que emerge
para organizar,
volviéndose brillante
y poderla tantear…


Quiero
con tu mirada,
nubes atrapar
que vuelan
pespuntando
en hilos de zig zag,
envueltas
en secos palmerales
probando
de aquí y de allá.


Escapando de la lluvia
o de cualquier torrencial,
jugando al escondite
que más tarde aparecerá.


Quiero sentir
tu cálida mano
en mi espalda reposar,
deslizarse
con suave tacto
y despertarme
una vez más;
caer rendida
de nuevo
para volver a empezar.


Quiero nadar en tus aguas
por tus olas caminar,
recoger alguna caracola
y la certeza
de no zozobrar;
tus besos
y tus abrazos
en ella
poderlos guardar.


Quiero mis cinco sentidos
volver atesorar
meterlos en cajita de piel
o bien de plexiglás,
con tapa de brillante y oro
¡Que no se vuelvan a escapar!


Quiero que el sexto sentido
llegue del más allá
con mano tierna y generosa
a mi puerta
venga a tocar.


Yo saldré a saludarlo
y él más tarde volverá,
susurrándome al oído
ese pueril deseo
que al final
me capturará.





Concerto for Flute and Harpin C Major, K 299 (297c): 2nd Movement, Anda - Classical






pathetique sonata -




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martes, 11 de noviembre de 2008

Encuentro




Si me lo hubiera propuesto
no lo hubiera conseguido
y me refiero
a estar contigo.


Y al estar contigo,
es no querer defraudar,
al temor
se ha de ahuyentar,
y al miedo
obligarlo a cruzar.


Una inquietud permanente
al que pasará,
la ansiedad al abandono,
esa inseguridad
de no estar,
habiendo dormido
y tener que despertar.


En tus palabras
se esconde, tal vez,
una mirada inquieta,
una caricia en silencio
el sentimiento profundo,
una cierta coincidencia.


El temor a la incertidumbre
una necesidad sin comunicar
la duda abrasadora
un lamento por expresar.


Y detrás de tu montaña
el resplandor y un destellar,
detrás de mi montaña
algo frágil y delicado
presto a organizar.


El fulgor persuasivo
de tu aliento convincente,
estremeciendo por momentos
la sutil vibración
de un roto corazón;
gota a gota confortado
sólo en parte conformado.


Todo esto corresponde
a tu alma atesorar,
el día que te des cuenta
no me dejarás escapar,
el día que me dé cuenta
no habrá una retirada
sin lograr avanzar.


No existiendo amor eterno,
me asalta un pensamiento
una locura
un atrevimiento,
un simple sentimiento
el calor de un abrazo
en forma de acercamiento;
con un ritual
cumpliendo
entre encuentro
y desencuentro,

no falto de emotividad
salpicado
de alguna complicidad.



Recuerdos, vivencias
ideas y experiencias;
todos se han ido
y ese anhelo tibio
muriendo en tu propio abismo,

por esperar el reencuentro
entre tu cerco y el mío…



...o tal vez
retorne al inicio
cumpliendo con mi propio sino.






Handel - Canticorum jubilo de judas Maccabeus - Handel




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lunes, 3 de noviembre de 2008

El pan por Dios






No sé de dónde provenía mi costumbre ni tampoco acierto a clarificar quien pudo haberla implantado, pero desde que era una chica menuda me gustó.
Mi habilidad con las manos se remonta desde que tengo uso de razón, pero fue como a los siete u ocho años, cuando recuerdo que para ese entonces, ya manejaba perfectamente un cuchillo para hacer pequeñas manualidades sacadas de cortezas de los árboles, cañas de los cañaverales o bien cualquier otro elemento que la naturaleza me podía dispensar.
El caso es que tal día como el de hoy (primero de noviembre), yo me las arreglaba para pedirle a mi abuela una de las calabazas que ella guardaba para otros menesteres bastante más distintos a los lúdicos. Dígase para la elaboración de los potajes, algún guiso o bien un simple caldo de gallina.
Tampoco sé que demonio me metió a mi en la cabeza que con una calabaza ahuecada por dentro y habiéndole diseñado ojos, nariz, boca y dientes; yo habría de ser la niña más feliz de ese momento, imaginando las terribles espantadas de que hubieran sido objeto vecinos y caminantes. Sólo a la vista de mi calabaza.
Pongámosle mucha imaginación, porque en realidad ni la sociedad de consumo había arribado aún a estas Islas como para haber tenido un modelo, ni el lugar en dónde acaecieron estos hechos era sitio dónde recalaban los últimos acontecimientos de la época.
El asunto es que de tanto pedir y pedir la calabaza entre mi hermano y yo, y de tanto que le rogué a mi abuela, ella accedió a dármela; ofreciendo a sus nietos un capricho que, tal vez para la época, ni era nada corriente, ni se estaba permitido. Esto es; inutilizar una calabaza para juegos infantiles, máxime cuando de comida se trataba…
Pertrechada con un pequeño cuchillo de cocina, ésta que suscribe vació la tal calabaza y consiguió una terrorífica imagen jamás imaginada por las mentes infantiles; amén de la autenticidad terrorífica que emanaba de la misma, una vez que se prendía la vela que debía depositarse en su interior. Todo pasaba por la fantasía, susto, tenebrosidad, miedo, temor y ese conglomerado de ilusiones que a los niños más que a nadie les gusta experimentar. Hablamos de una cierta atracción y veneración hacia el miedo provocado, pero en la certeza de que por arriba de todo se está protegido, porque siempre hay alguien al lado que nos ampara y nos da protección.
Así participábamos mis hermanos y yo de algo que no sé quién lo implantó en aquel entonces, pero que de alguna manera hoy “es santo de la devoción de una gran mayoría de gente en nuestras islas”.
No queriendo destruir sueños infantiles, creatividades surgidas alrededor de una simple calabaza, e imaginaciones necesarias de juegos de la infancia, lo que deseo resaltar aquí más que nada es la costumbre que por este día se da en algunas partes de la zona norte de la isla de Tenerife.
Esta sana costumbre ha quedado para el recuerdo y para el bien y la brillantez de nuestro acervo cultural. Y es la llamada fiesta de los “Santitos”, en la que los niños salen a la calle a pedir “El pan por Dios”. Cada niño es portador de un pequeño cesto o cesta engalanado por un pequeño paño calado o bordado y en dónde se depositarán los regalos que cada vecino pueda ofrecer a la llamada a sus puertas. Así los niños recibirán chucherías como caramelos, pastillas, dulces o algún que otro bombón o chocolatina…
Indagando en personas que me superan en mucha edad, parece que la costumbre de pedir por las casas se remonta años atrás, cuando la economía de las islas no era tan espléndida como ahora, aún a pesar de nuestra crisis actual. Así creo que en tiempos remotos las ofrendas serían adecuadas a lo que había en cada casa u hogar: alguna manzana, almendras, castañas, higos pasados etc. Al final de la jornada el niño volvía a su casa y lo repartía con su familia.
Ahora los niños se reúnen entre ellos y también lo reparten formando una pequeña fiesta en la que no faltan los refrescos y la alegría sana y bullanguera de la infancia.
Me gustaría algún día adentrarme en profundidad para saber de dónde me venía la costumbre similar, en apariencia, a la del actual Halloween anglosajón. Y no era otra que la de intentar asustar a las personas que pasaran por debajo de mi calabaza recién vaciada, y colocada sobre los gruesos muros de piedra y barro de la azotea de la casa de mi abuela. Algún día lo descubriré ya que de ánimas se hablaba. Mientras tanto, que la calabaza siga espantando a los que se acercan con malas mañas a mi alrededor y proteja a los que conmigo están.














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