lunes, 13 de marzo de 2017

Aprendizaje



                                                                                                                     Foto Tanci
                                                                                                            



Llegó corriendo afligida hasta la vieja higuera. Su copa ancha y rastrera cubría más de la mitad de una de las huertas. De ramas gruesas y otras enclenques, unas alargadas y otras más retorcidas y enmarañadas como las redes de pesca o las cuerdas que se cruzan atadas a cualquier noray.

Eligió la rama más cercana a sus pies, y haciendo un cálculo intuitivo de peso por su parte y de grosor por parte del gajo escogido para que pudiera sostenerla, dio un gran salto y trepó a uno de sus tallos grises, ligeramente arqueado pero flexible.

A modo de balancín se mecía, empeñada, con ritmo y fuerza, pero con cierto amago de rabia y tristeza en su interior. Todo ese cúmulo de sentimientos y emociones      encontradas invadía su cuerpo desgarbado y larguirucho, haciéndole daño a sus entrañas y  también a su alma.

Sus ojos, color miel, brillantes y acuosos, la delataban; estaba a punto de romper el llanto.

Como si la rama fuera un cálido rincón donde acurrucada sintiera todo el calor y la protección deseada, se acunaba en ella. Aferrada y abrazada a lo largo del tronco no dejaba de mecerse, a la vez que utilizaba su propio peso para continuar el indómito vaivén del columpio, de arriba  abajo, apenas improvisado.

Desde su mirador y abatiendo la cabeza hacia el suelo, observaba la enorme alfombra  de color canelo y verde matizado, diseñada con hojas semisecas palmeadas y por las que se paseaba parsimonioso un arrogante lagarto verdino. El calor lo detenía de tramo en tramo, mientras que ella, no perdiéndole de vista, continuaba su gimoteo.

A unos cuantos metros del huerto y en el patio de la casa, su abuela la reclamaba a voz en grito insistiendo para que volviera a la reunión familiar. Pero no estaba dispuesta a sentirse humillada públicamente de nuevo, toda vez que los besos, caricias, halagos, mimos, elogios y lisonjas habían ido a parar exclusivamente a su primo apenas cuatro años menor que ella.

Sin ser centro de atención en ese instante, quería que aquella especial delicadeza comunicada y regalada a su pequeño primo, le inundara también su corazón y, de paso también, le llenara su  menuda e inexperta sensibilidad. Así lloró, lloró y lloró y, para consolarse, soñó, soñó y soñó. Sintió que, tanto esa, como muchas realidades no deseadas, formaban parte de la propia vida. Mucho aprendizaje quedaría por delante.
 
 
                                                                                     Foto Tanci


viernes, 3 de marzo de 2017

La radio




                                                                                                       Foto Tanci



La antigua venta seguía todos los presupuestos al uso. El largo mostrador, con un espacio reservado para la "mañana" de los hombres, con los surtidores de petróleo y de aceite, incrustados; la báscula, roja, moderna ya, no precisaba de pesos externos; una fresquera de madera y rejilla plástica para el queso; una nevera, primero de hielo, luego de electricidad, para conservar verduras y, luego, incipientes congelados, y las gavetas. Las gavetas rodeaban la venta, debajo de las estanterías, y mantuvieron largamente la venta a granel de legumbres, cereales, café y azúcar, base del racionamiento de la época. Las gavetas, y las estanterías, de madera, estaban pintadas de un verde claro, lo que dotaba a la venta de un atractivo toque de frescor. Al fondo, frente al mostrador, estaban las gavetas preferidas por las dos hermanas. Allí, en un equilibrio imposible porque la tapa de las gavetas era inclinada, se sentaban ellas, las dos, cada mediodía, no bien llegaban de la sesión de mañana de la escuela. Invariablemente, como un ritual. 
Las dos hermanas eran muy distintas. Una delgada y desgarbada, la pequeña. La otra más gordita y más serena, la mayor. Una con el pelo ensortijado, la pequeña. La otra, la mayor, con el pelo lacio y algo más oscuro. Una más desinquieta y la otra más tranquila. 
En el ritual diario, ambas, sin moverse ni pestañear, permanecían impávidas escuchando el soniquete que se desprendía de aquel artefacto trapezoidal, recubierto de un forro de cuero color marrón, cosido por todos los extremos y colgado de una tacha por el asa fina y alargada que también estaba hecha del mismo material. Era un artefacto moderno para la época: una radio portátil, en una casa donde la radio era un artilugio casi indispensable y mágico. El por qué de la abstracción de las niñas, todos los días a la misma hora, era la emisión diaria de un espacio infantil: el cuento dedicado. A la una del mediodía se transmitían cada día distintos cuentos radiados a través de las ondas de Radio Juventud de Canarias.
Absortas escuchaban ambas niñas “Garbancito”, cuento muy popular entre la comunidad infantil.  La venta cerraba a la una y volvía a abrir a las cuatro. A la una se esperaba unos minutos, que coincidían con los del cuento, porque algunas clientes rezagadas hacían sus últimas compras. La última cliente de la venta entró un poco azorada por la hora, y cuando hubo pagado, después de haber hecho su compra y haberla depositado en su "sereta", deslizó la vista por la trasera de la venta, detrás del expositor de verduras. Las niñas, al modo de la época, estaban absortas no sólo por el cuento, sino porque a los niños no se les permitía incordiar. La señora, confundida, le preguntó al ventero por el precio de las muñecas. El tendero, cordial y con una sonrisa en su rostro, le contesta que no tenía muñecas a vender en su comercio, mientras que la señora señalaba aquellas dos, a su entender, muñecas que, a sus ojos, permanecían allí impertérritas,  atentas y estrechamente unidas a la escucha de la emisión del programa para niños, a través de las ondas retransmitidas.  Como siempre hicieron, por otro lado.
La amable anécdota de las muñecas siempre estuvo entre el cúmulo de historias de aquella ventita de barrio. Y es tan descriptiva de la bondad de una época, que hoy se las dejo por aquí.