sábado, 13 de octubre de 2018

Paseo


        ( Callejón de Las Claras. San Cristóbal de La Laguna )                                                       Foto Tanci

                                                           

Pasear al atardecer por la ciudad de La Laguna nos lleva a poder admirarla y sentirla con otros ojos. No con los ojos de la rapidez y la premura, ni con los ojos de la añoranza, ni con los ojos de pasar y pasear tan solo...tampoco con ojos de miope. Es sentirla con los ojos del corazón, cuando apenas te paras un momento frente a un callejón y admiras una iglesia, una casona o alguna edificación histórica de esta ciudad. Ese y sólo ese, es un momento cargado de visión estética y de luminoso contraste. Aprehender con los sentidos y con la luz del alma es intentar penetrar, a través de sus fachadas, de sus vetustas puertas, de sus ventanas de tea, de sus muros de piedra y barro, de sus tejados. Es como intentar dar un salto al interior de esas estancias y husmear dentro... Por todo ese equilibrio y conservación y por haberse mantenido a lo largo de tanto tiempo, dio pie a ser declarada Bien Cultural y Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Y es que La Laguna con su trazado casi lineal y original  del S. XV conserva bastante intacto el modelo que sirvió para muchas ciudades coloniales de América. Ciudad colonial  no amurallada. Ese  trazado te lleva a sus campos, a sus vegas, a sus barrancos, a sus montes... al cielo. Es una ciudad abierta y sin murallas que invita, y casi obliga, a extasiarte. Esa cualidad, además de otras, la ha hecho atractiva de día y de noche a propios y foráneos. De noche, tal vez, sigue vagando el espíritu de aquellos que habitaron sus casas con sus patios traseros, o sus casonas robustas, o pasearon por sus plazas o sus calles empedradas. Todo conserva el sabor de lo ancestral mezclado con la inevitable y progresiva actividad actual. No hay añoranza, pero si recuerdo. No hay apego, pero si respeto. Respeto por los que construyeron con su esfuerzo edificaciones;  humildes unas, ostentosas otras, monumentales o tipos de edificaciones históricas... Al fin y al cabo construcciones de trabajo, sudor, fuerza y esperanza. Pasear por sus calles es beber de lo que fue, de lo que es y de lo que se mantendrá, si se sigue respetando, para goce, disfrute y alegría de nuestros sentidos. Por eso, pasear por La Laguna se nos antoja hacerlo con otros ojos. Ojos cercanos y amorosos. Ojos con alma. Ojos románticos, si, tal vez. Pero en definitiva con los ojos del corazón.

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