viernes, 15 de noviembre de 2024

Acarreo del agua

 

                                              Foto Tanci


Se movía ligera, sin perder tiempo alguno dando los últimos toques y remeneos al potaje de berros que tenía al fuego. Bajó la lumbre del fogón apartando un par de troncos encendidos del hogar de tres piedras donde se sostenía el caldero abombado. Su falda canela algo plisada acompañaba a un delantal de cuadros menudos blancos y negros que, junto a su blusa en tonos oscuros, cubría su cuerpo garboso. Iba tocada con el sempiterno pañuelo negro que le hacía de protección a sus finos cabellos grises y lacios. Calzada con sus lonas azules de tela gruesa con las ligas sujetas y cruzadas a media pierna, fue en busca de la talla. Así, de un lado para otro, sin cambiar el ritmo de su andar ligero, la abuela tomaba en sus manos aquel recipiente que llevaría al chorro municipal en busca de agua. Sin perder detalle de sus movimientos, yo esperaba ser invitada al paseo que dista entre la casa y la fuente de abastecimiento. Mi abuela sabía perfectamente que deseaba un recipiente pequeño para sentirme feliz ante la misma tarea de los adultos de acarrear el agua. Me entregó una lechera de aluminio con tapa y  asa de madera, brillante por los incontables fregados y pulimentos con piedra pómez y que, durante largo tiempo, había sido utilizada para el acarreo de leche fresca. Dando tumbos de un lado para otro, esperaba pacientemente a que mi abuela hallara algo que no lograba encontrar. Veía con asombro cómo se desesperaba al tiempo que soltaba entre dientes un ¡Señor! ¿Será posible?¡ Pero si estaba por aquí! Vuelta pa, cá, vuelta pa, llá. ¡Pero si está de mis manos, yo sé que está de mis manos! Así seguía con su retahíla de palabras balbuceantes y entrecortadas apenas escuchadas por alguien que estuviera dos pasos más allá. Yo me preguntaba ¿qué busca? ¿qué es lo que no encontraba y qué le faltaba para estar presta para salir? Hasta que dando media vuelta sobre sí misma y enfocando su vista hacía el suelo y debajo de una silla, escondido y medio enrollado estaba la rodilla. Sí, la rodilla, ese pañuelo o trozo de tela alargada y que enrollada sobre sí misma, llevaría a la cabeza para amortiguar su carga. La talla podía llevar perfectamente unos 8 o 10 litros de agua. Mi abuela, una vez que había llenado su envase y después de hacer la correspondiente cola de cubos, garrafones, barriles y bernegales colocados unos detrás de otros según el orden de llegada, se dirigía hacia la casa diestra por la vereda con una habilidad y destreza increíble, con un sentido del equilibro asombroso para no perder ni una gota de agua de su talla. Ese ágil contoneo de caderas era muy común entre las mujeres que llevaban carga a la cabeza, ya fuera de agua, leña, hierba y muchas veces algún balayo con la comida para llevar a los terrenos en tiempos de cosecha. Yo la seguía detrás no perdiéndome el ritmo de su bamboleo. Para mí, acarrear una lata pequeña, una lechera de un litro o una botella de agua desde el chorro donde estaba la fuente hasta la casa nunca fue trabajo. Al contrario, compartía. Me sentía útil, sin entender todavía el significado de este vocablo. 

Siempre el agua y su escasez. Aunque por aquellos pagos corría cantarina diaria y casi libremente por atarjeas de toscas, de piedras vivas y por canales abiertos, salpicando aquí y allá, y pese a que había galerías de agua que en su alegría brotaban como surtidores aparentando madejas de hilo blanco desfilachado.

Una vez en la casa, el agua se vertía en un depósito de uralita que estaba colocado en el patio empedrado, sobre una especie de torreta construida de barro, piedra y cal. Éste servía de soporte al recipiente dejándolo a una altura considerable para que el agua allí guardada, para su consumo, tuviera mayor caída hacia el exterior a través de una pequeña llave. 


martes, 29 de octubre de 2024

Hojas caen

 

                                                                                      Foto Tanci


Tiempo otoñal.

Sobre el suelo cae la hoja

con geometría.

domingo, 6 de octubre de 2024

Casita


.   

                                      Foto Tanci



 ¿Quién colocó

sobre el tronco del árbol 

esta casita?

jueves, 3 de octubre de 2024

Vergel

 





Tras tanto bloque

se distingue un vergel

en la azotea.

jueves, 19 de septiembre de 2024

Diente de leche





La niña tenía seis años. Iba enseñando a todos su diente moviéndose como una campanilla y se lo tocaba suavemente con sus deditos y la punta de la lengua. Dejaba que los adultos se lo movieran, señalando cual era. Parecía contenta porque si se le caía un diente, el ratón Pérez le depositaría un regalo por la noche en algún lugar de la casa. La niña lo encontraría cuando se despertara. El padre sabía que ese diente estaba para arrancárselo, pero la madre aconsejaba dejarlo algo más de tiempo para que la niña siguiera moviéndolo a fin de que le doliera lo menos posible. Espontáneamente abrió la boca y se lo enseñó a su padre y éste, pretendiendo comprobar, arrancó de repente el dientecito de un tirón, quedándose con él en su mano. La niña confiaba plenamente en su padre y lejos de hacer aspavientos, se sintió feliz. Por la noche y después de cenar, su madre le recordó la necesidad de la limpieza de su boca antes de irse a la cama. La noche era cálida, y se fue contenta a dormir cayendo rendida entre las sábanas blancas de algodón.

De madrugada un ratón Pérez con barba y una ratona sin ella, pero desmelenada se afanaban en la elaboración de un sobre de papel manual con una hoja de folio. Tijeras, pegamento, cinta adhesiva, rotuladores y creyones de colores fueron utilizados creando una misiva sugerente, con letra caligráfica grande y legible. Además de un diente diente dibujado y pintado de colores.

 “Para Jimena, porque se le ha caído su segundo diente y porque ha sido una niña buena” Firmado: El ratoncito Pérez con todo cariño.

Al despertarse la niña dijo que había oído entrar al ratoncito Pérez por la ventana, porque oyó unos ruiditos, y que también oyó otros ruiditos en el comedor cuando, seguramente, el ratón Pérez estaba escribiéndole  su carta, haciéndole sus dibujitos y poniendo su firma

Nunca supimos por dónde entró el ratón Pérez, porque la niña dormía con la ventana de su cuarto cerrada. Y la madre cada noche se encargaba de pasarle el fechillo y la llave a la puerta. Tampoco supimos cómo se hizo con los rotulares y creyones de colores que estaban colocados en una cajita en lo alto de la estantería junto a sus cuentos.

Lo de los ruidos podría tener alguna explicación porque su padre y su madre se levantaron aquella noche de madrugada a beber agua y también al baño.

Lo que no sabremos nunca es si el ratón Pérez tocó a la puerta para poder entrar en complicidad y conexión con sus padres. O si sus padres, por estricto mandato, ruego y petición del ratoncito Pérez, elaboraron el sobre, la carta y colocaron el regalito que les había dejado al pie de la puerta de entrada de la casa.

Lo que si sabemos a ciencia cierta es que el ratón Pérez muchísimas veces pide ayuda a los padres para cumplir su cometido. ¡Son tantos y tantos dientes de leche caídos y arrancados a los que hay que atender!

viernes, 2 de agosto de 2024

Vereda



                                                                              Diseño Tanci



 Bajo el Alisio,

por caminos de tierra

vuelvo a la infancia.

domingo, 28 de julio de 2024

Calor








 Entre ciruelos,

con un fuerte calor

busco una sombra.