lunes, 29 de junio de 2020
Mitad de la vida
Foto Tanci
Mitad de la vida
Porque las mañanas son rápidas y su sol quebrado
porque el mediodía
en su desnudo fulgor rodea la tierra.
La casa compone una por una sus sombras
la casa prepara la tarde
frutos y canciones se multiplican
desnuda y aguda
la dulzura de la vida.
(Sophia de Mello Breyner Andresen)
viernes, 5 de junio de 2020
Aquellas canalizaciones de agua
(Lavaderos en San Juan de la Rambla)
La atarjea que pasaba por detrás de la casa granja de mis abuelos llevaba agua dos veces por semana. Aquella madeja cristalina y cantarina corría suelta y loca y a toda velocidad por los laterales de algunos caminos y veredas llenas de berros y hierbas frescas que, espontáneas, crecían al paso del agua desde la boca de la galería en que se abría a una hora determinada, hasta llegar a las huertas donde debía emplearse para el riego de hortalizas, verduras y árboles frutales. Su recorrido acababa cuando se finalizaban los minutos que habían sido pactados y contratados entre el canalero y el dueño del terreno. A mis ojos aquello era pura magia. El agua salía a borbotones de un lugar inimaginable, rodando a través de largas y serpenteantes canalizaciones hechas unas veces, según tramos, de bloques seccionados de tosca blanca pegados unos tras otros, y otras, aplicando piedra y barro o argamasa en distintas partes del recorrido haciendo que el agua no se desbordara en ningún punto. Nunca supe, por aquel entonces, ni de dónde provenía el agua ni quién la enviaba. Estaba más preocupada en el juego y la experimentación que en otra cosa.
Podía mojar mis manos menudas, casi libremente, a la vez que
quedaban rugosas y blancas después de tanto tiempo jugando con ella.
Una modalidad de
juegos entre mis hermanos y yo era la de
los barcos. Mis hermanos se colocaban al inicio de una parte de la atarjea que
estaba abierta hacia el exterior, y depositaban un trozo de tronco o un corcho de pino que flotando se dejaba llevar
por la corriente. Algunas veces era un boñigo que estando seco y fibroso
flotaba de mejor manera. En el otro extremo estaba yo, cuyo objetivo era el de, simplemente, hacer parar el barco que venía lanzado a toda velocidad. Así
intercambiábamos los papeles de barco práctico arriba y atraque de barco de cabotaje abajo,
según conveniencia y arreglo entre hermanos, pero siempre permaneciendo
expectante a que el barco apareciera en el otro extremo de la construcción
canalizada para poderlo atajar. Era un logro saber que llegaría, pero no
podíamos calcular ni los segundos, ni la velocidad, y tampoco podíamos
divisarlo en su recorrido ya que había una parte de aquella atarjea que permanecía
tapada por el paso del camino que hacía de entrada hasta la casa.
A mi hermana, unos
años mayor que yo, le gustaba más emplear los boñigos porque al flotar y
deslizarse más rápido sabía ella, con mayor experiencia que yo, que al llegar a
puerto podían escurrírseme entre los dedos y no atraparlos… Cuando me oía chillar
en lamento, bajaba victoriosa a ver qué
había pasado. Por mi parte yo le daba explicaciones de que el agua iba tan
rápido que no había podido pillarlo. Y tranquila ella, me convencía de que la
siguiente vez podría, pero a sabiendas de que emplearía un trozo de palo o
madero más pesado que el anterior. ¡Y cierto! Ahí estaban mis dedos, casi
engarrotados del frío del agua y después de tanto tiempo de hacerlos permanecer
en ella, cogiendo el nuevo y flamante navío que después de atravesar ríos o
mares llegaba sin ningún problema.
Mi hermano, al que desde siempre le gustaba experimentar,
cogía una piedra pesada y gruesa y la depositaba en medio de la atarjea con el
único objetivo de ver crecer el agua a la llegada del obstáculo saltando fuera
de su canalización encharcándose él y encharcándonos nosotras que observábamos
a su lado la total y absoluta decisión
de obstaculizar el recorrido. Cuando veía que aquello de desbordaba en cuestión
de segundos quitaba la piedra de inmediato y ahí continuaba el agua circulando
libre a través del canal. Teníamos bien aprendido y grabado a fuego lo del
ahorro del agua y, pese a nuestros juegos infantiles, poca fue la cantidad que
se derramó en el intento de obstaculizar la atarjea.
Al toque de llamada para merendar se terminaba el arribo y
atraque de los barcos, pero intuíamos que llegaría la consabida regañina por
parte de la abuela que sabía que esa noche y en la cama habría concierto en tos
mayor dependiendo de la fortaleza de nuestros pulmones. No sé por qué de los
míos salían melodías que parecían agazapadas y con sonidos de tuba y que
durarían mucho más tiempo que la de mis hermanos. Cuestión de genética y fortaleza.
Fotos Tanci
miércoles, 3 de junio de 2020
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