sábado, 30 de noviembre de 2013

De la uva al mosto




                                                                                               Foto Tanci


Los racimos de uva dorada se iban apilando hasta llenar la tanqueta, llegando a tocar la viga de pino dura y seca como la tea y que atravesaba de lado a lado el lagar. Mientras, los hombres, descalzos dentro de la tanqueta, iban aplastando las uvas con sus pies, apoyando sus rudas manos sobre la vieja viga alargada y gruesa. Avanzaban su labor al ritmo de una especie de danza al compás de uno-dos, uno-dos, hasta terminar de pisar todos los racimos allí dispuestos.

Los ojos de aquel niño se acostumbraron a ver como algo normal descalzarse para lograr sacar el líquido a toda aquella montaña de racimos de uvas y que poco a poco se irían prensando. Cuando se daba la voz de “vamos a abrir la boca de la tanqueta” que estaba taponada con bagazos, la expectación era a la vez solemne y alegre. El chorro de color ámbar, salía despedido con fuerza  hasta ir llenando la tina situada en el escalón inferior del lagar y se hacía necesario equilibrar la apertura despacito para calcular la caída del líquido en la tina. Para los adultos que hacían la faena, era un auténtico festejo ver salir el chorro del venerado líquido, a la vez que comunicaban esa alegría a los más pequeños de la casa que, entretenidos en sus juegos, merodeaban por el lugar.

Al tiempo, se elaboraban de forma artesanal pequeños recipientes a modo de toscos vasos, cortados de cañas pertenecientes al cañaveral que estaba cercano al lagar. No había regalo más natural y exquisito que probar, mediante uno de estos recipientes,  el jugo de las uvas recién exprimidas.

La vendimia duraba todo el día y se empleaba parte de la noche en levantar la pesada piedra maciza de  forma casi esférica y  que, a su vez hacía de contrapeso para dejar caer todo el soporte de la viga sobre la tartaleta hecha con los engazos y orujos, apretados con varios maderos y una gruesa soga. Así, el hilillo que salía desde la tanqueta hasta la tina atravesando la canal,  era cada vez más fino y más transparente. Era un auténtico néctar de uvas, más dulce y embriagador que el propio mosto salido del inicio de la pisada ¡Placer de los Dioses!

A este tiempo ya se había ideado el segundo invento artesanal, quedando de esta manera grabado para siempre en la retina del pequeño y dentro de su corazón. Así pues, una larga caña partida por la mitad hacía las veces de tubería al descubierto que, colocada desde la canal de la que brotaba el fino hilillo de mosto, llegaba hasta los labios del pequeño que, a modo de juego y ayudado por su mentor, instaba a probarlo. El placer era triple, por un lado paladear un  sabor distinto a lo acostumbrado, por otro, la nueva experiencia de hacerlo a través de un utensilio artesanal recién construido haciendo uso de los recursos de la naturaleza y, por último, el saber que conmigo se haría una excepción al permitirme patear descalzo sobre los racimos de uvas, tal y  como lo hacían los hombres. Así, decían, se me fortalecerían las piernas.

Hoy todavía permanece el delicado, dulce y fino sabor de los últimos elixires de aquel mosto que probé en repetidas ocasiones en la vendimia de mi infancia.


 


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domingo, 17 de noviembre de 2013

Evanescencia




                                                                                                                             Foto Tanci










Con su atractivo,
la luna de la verja
se transfigura.



 
 
 
 
 

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miércoles, 13 de noviembre de 2013

Mirada




                                                     Foto Tanci
 
 
 
 
 
 
Enladrillado.
Cruzando el firmamento
un mar de nubes.





                                                                                         Foto Tanci
 
 




Oleaje by Bebo Valdés on Grooveshark
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viernes, 1 de noviembre de 2013

Como alma que lleva el diablo



                                                                                                                 Diseño Sara Lew



Postrado sobre el suelo húmedo y con la mitad de su cuerpo paralizado, oía asustado el sonido metálico de unas firmes pisadas acercándose. Se revolvió todo lo que pudo sobre aquellas losetas hidráulicas diseñadas con motivos geométricos y florales. Sus brillantes ojos negros  parecían saltarse de sus órbitas, al tiempo que esperaba la llegada inminente de aquellos pasos desconocidos. Mientras, su corazón menudo aparentaba salirse por cualquier resquicio de su cuerpo, a poco que hiciera el más mínimo esfuerzo de querer salirse con la suya.

Y la suya  no era ni más ni menos que permanecer atrapado en una pinza plástica, en cuyo interior estaba estratégicamente colocado el oloroso cebo. A la primera de cambio, y con solo rozarla levemente, quedó capturado para siempre como si de una gran mandíbula acerada se tratara. La agonía mortal le vendría lentamente por inanición y por su lucha desesperada.

La portadora de los tacones de aguja de considerable altura, nada más llegar a la puerta y vislumbrar el diminuto cuerpo retorciéndose, tendido e inmovilizado; saltando y gritando de miedo, huyó despavorida como alma que lleva el diablo, dejando uno de los tacones al lado del  hocico empurrado del pequeño roedor peludo y desmadejado.




 



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